A favor de los poetas

La poesía siempre será necesaria. Y los poetas son, cada día que pasa, más numerosos. Son muchos los jóvenes que aciertan a comprender que prestar atención al interior de uno mismo es lo que te hace poeta y no eso que llamamos talento. Al hilo de la obra de Witold Gombrowicz ‘Contra los poetas’, la autora reflexiona sobre qué es la poesía y cuál es su importancia.

03 dic 2016 / 12:25 h - Actualizado: 28 nov 2016 / 20:53 h.
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  • Witold Gombrowicz. / El Correo
    Witold Gombrowicz. / El Correo
  • Portada de ‘Contra los poetas’. / El Correo
    Portada de ‘Contra los poetas’. / El Correo
  • Emily Dickinson. / El Correo
    Emily Dickinson. / El Correo

Hace poco releí Contra los poetas, del escritor polaco Witold Gombrowicz, texto de la conferencia que impartió en el Centro Cultural Fray Mocho de Buenos Aires, el 28 de agosto de 1947. Un librito de culto que se ha reeditado varias veces. Me llamó la atención su sinceridad a la hora de arremeter contra el oficiante de hacer versos. Decía «que en la actualidad a casi nadie le gustan los versos y que el mundo de la poesía en verso es un mundo ficticio y falseado». Reconociendo no carecer de sensibilidad poética, y que encontraba más poesía en los dramas de Shakespeare o en la prosa de Dostoievski. En efecto, a él le aburría que los poetas hablasen de sí mismos y de su poesía constantemente, y de cierta manera... no le faltaba razón. Pero solo de cierta manera.

Quizás, cuestionarse en estos tiempos que corren, si Adorno tenía razón cuando se planteó si la poesía tenía algún sentido después del horror de Auschwitz ya no tenga demasiados seguidores. Del horror también se escribe. Son cuestiones que a la hora de escribir no dejan de preocupar e inquietar, porque desde luego siempre hubo poetas y por lo tanto un deseo de abrirse paso en el corazón de la gente, de tener visibilidad en algunos medios, aunque sea muy poco el espacio que esta sociedad concede. Hay que aceptar que escribimos porque somos algo narcisistas.

Sin embargo, la poesía seguirá siendo necesaria, y un buen poema nos ofrece una experiencia parecida a disfrutar de un instante de vida transmitida a través de la escritura. El lenguaje es el material de la literatura, no hay otro. Como lo son la piedra y el bronce en la escultura, el óleo o la acuarela de la pintura. Pero el lenguaje no es materia inerte, sino creación humana, y como tal cargado de herencia cultural y de intenciones políticas.

En el debate en pleno romanticismo inglés, los poetas Coleridge y Wordsworth se plantearon la necesidad de definir de nuevo el lenguaje poético, ya que la concepción retórica del mismo dominó el ámbito de la poética durante bastantes siglos. Éste se caracterizaba por unos tropos y figuras bien definidos, identificables y enumerables. Wordsworth oponiéndose a aquel lenguaje poético basado en el cliché, formuló su conocido requisito de que éste debería ser una selección del mismo realmente utilizado por los hombres, aproximando el lenguaje poético al ordinario y dándole una dimensión de cotidianidad desconocida hasta entonces. Aquel fue un primer paso para que la poesía volviese a tener aceptación entre la gente. Pero ha pasado mucho tiempo y se ha experimentado con todo tipo de lenguajes. Desde la poesía pura de Mallarmé, al surrealismo de Bretón, a la más expresionista de Paul Celan, o a la extrañeza que producen los versos de Emily Dickinson. De tal manera que ante el encuentro de la página en blanco, la tradición es mucho más compleja y puede llegar a ser una trampa si nos acostumbramos solo a la poesía que rima como algunas canciones y no cuestiona la época en que vive.

Estoy plenamente convencida de que muchos relatos de las fisuras de la realidad, pasan por el poema. Realidades que no solo atraviesan las subjetividades masculinas. También es cierto que en los tiempos que corren la figura del poeta está desvirtuada, en muchos casos su mero nombramiento convoca una serie de imaginaciones que sitúan al poeta en un ser más o menos extravagante o de otro tiempo. Un poeta no es una persona distinta ni posee más sensibilidad que otras. Sencillamente puede que escuche de una manera más atenta su interior. Quienes nos dedicamos a la poesía somos lo contrario de los banqueros, el tiempo es nuestro capital, la lentitud nuestro movimiento. Cada vez tenemos menos influencia, menos posibilidades de salir en un programa de televisión, y sin embargo cada vez hay más poetas, más jóvenes que quieren publicar su primer libro, alcanzar el premio que cambiará la existencia, y la existencia, como todos sabemos, sencillamente, pasa.

La poesía es una revelación, no un negocio. Su producción se opone al exceso. Cada libro es una etapa de la vida, una página de experiencias que si son compartidas por el lector, mejor que mejor, porque aunque no lo crean, comprenderla transforma la realidad porque agudiza la mente. La poesía no es discursiva, tampoco nos explica conceptos, precisamente lo que la hace tan diferente es que es pura verbalidad. ¿Qué quiero decir con eso? Generalmente rebasa la conciencia. Los grandes acontecimientos de la vida pasan sin que apenas nos demos cuenta, precisamente porque el inmenso campo de la realidad experimentada, pero no conocida, opera en la poesía. Por eso la poesía es un gran caer en la cuenta, un atisbo de luz en la conciencia.

Por todo ello, celebro que haya librerías que dejan espacio para los libros de poemas, porque de la misma manera que hay librerías que cierran, simultáneamente nacen otras: La Isla de Siltolá en Sevilla, Animal Sospechoso, Nollegiu y Pròleg en Barcelona, La Puerta de Tannhäuser en Plasencia, La Taberna del libro en Moguer, Enclave en Madrid, o Letras corsarias en Salamanca.