Decía el cineasta sueco Ingmar Bergman que «envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena». Una reflexión que se ajusta como un guante al texto de Gerard Sybleiras, Le vent des peupliers, estrenado en España como Héroes, y que desde 2016 recorre los principales teatros. Y es que este sugerente «viento entre los álamos» habla precisamente de eso, del ascenso bucólico de tres ancianos por la montaña de sus anhelos, de sus éxitos y fracasos, de sus recuerdos y sus olvidos. Una historia que arranca en un hospital militar francés a finales de los cincuenta, pero que perfectamente podría haber ocurrido en Inglaterra, pues su estética, ideada por Ricardo Sánchez Cuerda, es mucho más british que gala. Esto se debe, sin duda, a la mirada de su directora, la aclamada Tamzin Townsend, que pese a haber nacido en el Reino Unido, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en nuestro país. Conocida sobre todo por la dirección de El Método Grömholm, de Jordi Galcerán y Un dios salvaje, de Yasmina Reza, su extenso currículum abarca textos clásicos —desde Shakespeare a Zorrilla—, contemporáneos —Sharman Macdonald, Patrick Marbar, Alan Ayckbourn— e incluso óperas. Una trayectoria que, complementada con la docencia en diversas escuelas de interpretación como la Unión de Actores de Madrid o la Universidad Europea, le ha permitido atesorar un amplio abanico de registros. Estos son, junto a su frescura y su dominio del lenguaje no verbal, la clave de su éxito. De ahí que su elección por parte de Txalo Producciones y Pentación Espectáculos para dirigir Héroes fuese una apuesta segura. Suya es la responsabilidad de adaptar al español, junto a Chema Rodríguez-Calderón, un libreto galardonado con el Lawrence Olivier de Londres —la versión británica de Tom Stoppard fue un rotundo éxito—, de mover tres fichas de marfil en un tablero de lujo y de intentar tocar la fibra de un público muy distinto al de su país de origen.
El absurdo de Roger Vitrac
Y es que, si algo tienen en común Tamzin Townsend y el autor de la obra, Gerard Sybleiras, es su capacidad para ‘absorver’ todo lo que cae en sus manos. En el caso del francés, su pasión por la radio, el jazz, el montaje, los guiones para televisión y el enfrascamiento en las salas de cine, son la base de su trabajo escénico. Un puñado de ingredientes que, sazonados debidamente con la comedia, han dado como resultado un texto divertido, inteligente y a ratos lírico que bebe de las fuentes del absurdo poético de Roger Vitrac —así como de sus sucesores Ionesco y Beckett—, de Nathalie Sarraute y las sitcoms anglosajonas. En suma, un caramelo para cualquier profesional del teatro que se precie. Esta es, sin duda, la razón que llevó al enorme actor Luis Varela (Madrid, 1943) a abandonar la comodidad de su salón y ponerse a las órdenes de la directora inglesa. Y es que, tras leer infinidad de guiones, este logró cautivarle por su aguda ironía y su sincero surrealismo. Tres colosos de carne y un perro de piedra
Pero el genial Luis Varela, recuperado para el cine por Álex de la Iglesia en 2004, y en cuya maravillosa voz se resume la España de la segunda mitad del siglo XX —ha trabajado como actor de doblaje en títulos como Supermán, la versión animada de Don Quijote o El Equipo A (donde ponía voz a Fénix Templeton)— no podía estar acompañado de cualquiera. De ahí que los productores le hayan concedido el regalo de interpretar al genial Henri —el veterano de los veteranos— nada menos que junto a Juan Gea e Iñaki Miramón, dos colosos de los escenarios que se hallan más en forma que nunca. Del primero solo podemos decir que su trabajo al lado de directores de la talla de Lluís Pasqual, Mario Camus o Pilar Miró lo han convertido en uno de los actores más solventes de nuestro país. Popular en los últimos años tras su paso por El Ministerio del Tiempo de TVE, su retrato de Gustave, «el loco de la función», según Townsend, posee absolutamente de todo, destacando especialmente el trabajo físico y el despliegue de recursos escénicos, ambos encomiables. Virtudes similares a las expuestas por Miramón, cuyo rol de Philippe es una absoluta delicia de principio a fin. Y es que el intérprete vizcaíno, que este 2018 cumple cuarenta años como profesional del cine, el teatro y la televisión, se erige como pieza más entrañable del espectáculo, logrando despertar las carcajadas del público y emocionar a partes iguales. De ahí que su discurso sea el contrapunto perfecto al de Gea, el personaje ‘gruñón’, bien mediado por Varela, la encarnación de la mesura y la experiencia. Los tres componen, junto a un recurrente perro de piedra, una historia de héroes inverosímiles difícil de clasificar —el autor Sybleiras huye de las etiquetas para introducirse en la esencia del ser humano—, con ecos de Picnic, de Fernando Arrabal y de Dos menos, de Samuel Benchetrit. Un vodevil sensible que nos habla del amor, del miedo, de la pérdida y el ocaso, y cuyo envoltorio cómico es un primer paso hacia la introspección.