Alberto Jiménez: Ellos allí y tú con ellos

Junto con Jordi Rebellón, Alberto Jiménez está representando en los Teatros del canal de Madrid, la obra dirigida por Antonio Álamo ‘El pintor de batalla’, texto que es adaptación de la novela original de Arturo Pérez Reverte. Alberto en madrileño de pura cepa y lleva dedicado a la interpretación desde muy joven. Dejó todo para poder ser actor. Su carrera artística se salpica de trabajos en los que ha podido demostrar su talento como actor.

01 abr 2017 / 12:59 h - Actualizado: 31 mar 2017 / 12:46 h.
"Teatro","Entrevista - Aladar","Teatro Aladar","Entrevista"
  • Alberto Jiménez dejó todo para ser actor. / El Correo
    Alberto Jiménez dejó todo para ser actor. / El Correo
  • Alberto Jiménez. / Fotografía Javier Naval
    Alberto Jiménez. / Fotografía Javier Naval
  • El viaje emocional que hace Alberto Jiménez en cada función ‘es agotador’. / El Correo
    El viaje emocional que hace Alberto Jiménez en cada función ‘es agotador’. / El Correo
  • Un momento de la representación de ‘El pintor de batallas’. / El Correo
    Un momento de la representación de ‘El pintor de batallas’. / El Correo
  • Alberto Jiménez y Jordi Rebellón en un momento de la representación de a obra teatral ‘El Pintor de batallas’. / El Correo
    Alberto Jiménez y Jordi Rebellón en un momento de la representación de a obra teatral ‘El Pintor de batallas’. / El Correo

Alberto Jiménez llega a las instalaciones de Modo Coworking de Madrid para que charlemos sobre sus cosas. Pero antes, como presentación, le advierto que, últimamente, está sucediendo algo extraño: algunos de mis invitados que se dedican, como él, a la interpretación, justo después de dejarse entrevistar, reciben un premio importante. Alberto entre risas se lleva las manos a la cabeza y dice que no sabía que iba a estar premiado tan de repente. Reímos ambos. Dice, bueno, no sé si reírme o llorar, porque ya sabes lo que dicen: un premio te deja un año sin trabajar. Nada, nada, bobadas, contesto.

Y es verdad que tanto Nuria Mencía como Julio Perillán han sido premiados con el Ercilla de Teatro y el premio al mejor actor masculino en Zonazine del último Festival de Cine de Málaga, respectivamente. Algo que celebro enormemente.

Alberto es madrileño. Tiene un toque muy castizo en el tono de voz y es un tipo extravagantemente divertido. Hablamos de nuestra paternidad y no dejamos de hacer referencia a ella durante toda la entrevista. Debe ser que nos tiene ocupados en exceso.

«Tengo 53 años y ya puedo decir que esto de interpretar ha sido un largo camino. Comencé haciendo Jesucristo Superstar en el colegio para conseguir dinero para el viaje de fin de curso (como todos, le digo, no he podido resistirlo, y nos reímos. Ya no diré que reímos porque me quedaría sin espacio, pero sepan que nos pasamos todo el tiempo haciéndolo). Al terminar, según se iban yendo las chicas del cuerpo de baile, me despedía de ellas y les besaba. Me pareció fascinante tanto aplauso y tanto beso y pensé que eso de ser actor era estupendo. Luego descubrí que lo de los besos era un espejismo. El siguiente año hicimos El diluvio que viene. Antes fuimos a ver la representación de otro grupo de teatro similar al nuestro y el papel de cura lo hacía Gonzalo de Castro, francamente bien, por cierto. Me resultó fascinante ver su trabajo. Y al cabo de los años, trabajando con él, le pregunté, sin estar seguro de si era o no aquel chico tan bueno sobre el escenario, por la representación. Y sí. La vida da estas vueltas tan extrañas. Bueno, me he perdido, ya regreso. Después de El diluvio que viene, me presenté en la Escuela de Arte Dramático, y a muchísimos talleres posteriormente. En clase de Juan Carlos Coraza coincidí con Javier Bardem y terminé participando en el arranque del proyecto del Teatro de la Abadía. Una época estupenda que me sirvió, entre otras cosas, para soportar un nivel de exigencia más que considerable. Fueron seis años intensos e inolvidables. Allí aprendí a cuidar del texto por encima de todo, a tener una exigencia personal con la dicción y la vocalización importante; a preparar el trabajo con mimo».

Los actores son muy distintos entre sí. Eso es algo evidente. Unos tienen unos miedos, otros confiesan algunas cosas que resultan sorprendentes. Quiero saber qué es lo que más le preocupa a Alberto llegado el momento de interpretar.

«Me cuesta mucho trabajar con la emoción. Hacer un viaje a diario con una emoción desmesurada a cuestas y recrear lo mismo, con la misma intensidad, es complicado. Hoy en día, he decidido dejarme llevar y no forzar la máquina, porque al construirla no se produce esa magia necesaria. Dejo que fluya».

Le confieso que me parece muy difícil y me interesa saber si él es consciente de cómo está llegando ese movimiento emocional al patio de butacas durante la función.

«De José Luis Gómez aprendí una cosa que él llama siempre ‘segunda atención’, dice que el actor, aunque esté en trance, aunque la inspiración le llene por completo, debe tener esa atención para saber qué está haciendo, cómo lo hace. Es como un tercer ojo con el que dirigir ese impulso hacia el lugar que te ha indicado el director o el público demanda. Algo muy difícil y muy bonito si eres capaz de conseguirlo. Sentir que el público guarda silencio absoluto, que se produce esa comunicación real que se percibe absolutamente. Ellos están allí y tú con ellos».

No sé cómo ha ocurrido, pero volvemos a los comienzos.

«Me costó mucho arrancar en la interpretación. Estuve una larga temporada trabajando como socorrista, pero a partir del año 90, después de participar en el Calígula que dirigió José Tamayo, he trabajado casi, casi, regularmente. Después de trabajar en El bola la cosa fue a mejor. La cosa va bien aunque cierta estabilidad no estaría mal porque siendo padre de dos niños las exigencias son mayores».

Es lo que tiene ser actor, le digo.

«Te voy a contar una cosa. Casi me hago bombero. Como estaba en forma pensé que podía ser una buena opción. Pero una médico naturista me quitó la idea de la cabeza porque me dijo que eso de trabajar cuatro días sí y cuatro no, pero con horarios extraños, me iba a provocar un desajuste bioenergético y no sé qué cosas más. Pero sí, podría haber sido bombero».

Lo de conciliar la vida laboral con la familiar en el caso de los cómicos es complicado. Hablamos sobre ello.

«He sido padre muy tarde porque siempre pensé que la estabilidad económica era necesaria para serlo. Por eso, como en esta profesión no pasan esas cosas, me decidí a ser padre sin estabilidad y sin nada de nada. Pero tengo que decir una cosa importante al hilo de esto: mi esposa es actriz. Y las mujeres sí que lo tienen difícil. A partir de treinta años, se juntan muchas y todas excelentes actrices. Es muy difícil conseguir trabajo porque la competencia es brutal. Si a eso le añades que el paro en el sector está disparado; y otra cosa que sucede en España que consiste en llenar las series y los escenarios de hombres; pues el panorama es algo desolador. Y respecto a la conciliación pues hay que recurrir a trucos. Antes de actuar, durante tres cuartos de hora me hago una tabla de yoga y me limpio de estrés, de malos rollos. Es mi tabla de salvación. Eso y descansar un rato por la tarde antes de ir al teatro. Si te levantas a las siete de la mañana, llevas a los niños al cole, compras, limpias la casa y tienes una función a las nueve de la noche, no llegas en buenas condiciones».

Pienso en eso del yoga y vuelvo atrás. Pero con yoga o sin él, los cómicos siempre arrastráis cosas de los personajes, de lo que ha pasado en el escenario o delante de la cámara ¿no?

«Mira te voy a contar una anécdota. En el año 2000 hice una película en Argentina con Eduardo Mignogna, La fuga, justo después de El bola. Fue premio Goya a la mejor película extranjera. Yo hacía de anarquista que quiere asesinar al presidente de los Estados Unidos con una bomba. La bomba no funciona y cuando pasa la comitiva ya se activa aquello. Entonces antes de provocar una masacre me pongo la bomba en el estómago y salto por los aires. Me medio mareé porque por allí había sangre (que no era sangre, claro); habían construido una réplica mía que se parecía mucho y esa, también, estaba llena de sangre, tuve que gritar mucho y me quedé sin voz... Un día terrible. Bueno, pues me quedé en Buenos Aires un mes más por algunas cosas que quedaban por hacer. Y no me terminaba de encontrar bien. Me dijo una peluquera española que trabajaba en el rodaje que fuera a ver a una mujer anciana que hacía reiki, que era muy buena. Estuve una hora con ella y cuando terminé me dice que al volver a España me haga un reconocimiento médico. Yo veía que ella quería decirme algo y no sabía cómo. Seguimos hablando y le dije que era actor, que estaba rodando una película, que había hecho una secuencia muy intensa en la que saltaba por los aires. Y comienza a moverse temblona con los brazos extendidos. Qué te pasa, le pregunté. Y me dice que además de hacer reiki ella es vidente y que había visto cómo se le llenaban sus manos de sangre al pasarlas por encima del estómago. En fin, ya ves que algo de esa energía que has desarrollado te queda ahí».

Alzo la ceja y le digo que soy escéptico con esas cosas. Contesta con un gesto que significa algo así como ‘pues es lo que pasó, querido’.

«Me gustaría volver a hacer teatro experimental. Me gusta mucho. He llegado a sacar a mi padre en calzoncillos al escenario. Como somos muy iguales, yo entraba y salía él. Los dos en calzoncillos, claro. Entonces el público se quedaba un momento sorprendido. Pero, sobre todo, me encantaría hacer una película de vaqueros, de esas que veía siendo niño en el cine».

Y lo que dejamos atrás aparece de forma inevitable.

«Voy con diez años de retraso en mi vida a causa de actor. Dejé mi casa, te lo voy a confesar, a los veintinueve años que eran muchos en esa época. Fui padre diez años más allá de la media por la misma razón. Ser actor te araña muchas cosas, sí».

Ahora que hablas de tus padres, dime cómo lo llevaron.

«A mis padres les costó asumir que quería ser actor. Ellos querían que fuera universitario. Comencé a hacer pedagogía y me fue mal habiendo sido hasta entonces un estudiante estupendo. Y todo lo que me pasaba es que quería ser actor y no otra cosa. Cuando ya me iba bien lograron respirar».

El tiempo se ha escapado sin apenas avisar. Nos despedimos. Nos vemos en unos días. Esta vez, él sobre el escenario (Teatros del Canal de Madrid. El pintor de batallas) y yo en el patio de butacas disfrutando con su trabajo.