Alfons Mucha. El primer publicista

Es uno de los platos fuertes de la temporada en Madrid: Los salones del Palacio de Gaviria se abren de nuevo, acogiendo la obra de un artista genial. Nació en la Moravia habsbúrgica en 1860, y se convirtió en ideal para la ‘Belle Époque’. Alfons Mucha fue pintor, cartelista excepcional, diseñador de joyas, ilustrador, vestuarista, fotógrafo aficionado, y escenógrafo. Con esta muestra podemos reflexionar sobre la evolución de la jerarquía de las necesidades humanas

28 oct 2017 / 08:58 h - Actualizado: 28 oct 2017 / 12:41 h.
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  • Autorretrato trabajando en el «Épico Eslavo» en su estudio de Bohemia ©Mucha Trust, cortesía Arthemisia.
    Autorretrato trabajando en el «Épico Eslavo» en su estudio de Bohemia ©Mucha Trust, cortesía Arthemisia.
  • Cabeza de chica, 1900, escultura para la exposición universal de 1900 , © Mucha Trust 2016,cortesía Arthemisia
    Cabeza de chica, 1900, escultura para la exposición universal de 1900 , © Mucha Trust 2016,cortesía Arthemisia
  • Médée 1898 Litografía en color © Mucha Trust 2016, cortesía Arthemisia
    Médée 1898 Litografía en color © Mucha Trust 2016, cortesía Arthemisia
  •  Moet & Chandon, Dry Imperial, 1899, litografía a color ©Mucha Trust, cortesía Arthemisia
    Moet & Chandon, Dry Imperial, 1899, litografía a color ©Mucha Trust, cortesía Arthemisia
  • Jarra, 1900, ©Mucha Trust, cortesía Arthemisia
    Jarra, 1900, ©Mucha Trust, cortesía Arthemisia

La empresa de gestión cultural italiana Arthemisia, en colaboración con la Mucha Trust Collection, traen a Madrid la muestra de uno de los artistas icónicos del siglo XX. Sigue la estela de la exitosa campaña sobre M.C. Escher, y elige el mismo lugar emblemático, el Palacio de Gaviria.

Alfons Mucha es, no solo uno de los maestros del dibujo, sino también un precursor del diseño publicitario, y uno de los creadores cuya obra ha sido mejor recibida en las generaciones posteriores.

Sus imágenes se relacionan con el lujo, con el glamour, con el ambiente teatral y mundano de una de las capitales del mundo, en el momento álgido de su reinado, el París de la Belle Époque. Su nombre está asociado con el de la «divina» Sarah Bernardt.

Está presente en esta panorámica de Madrid como pintor, cartelista excepcional, diseñador de joyas, ilustrador, vestuarista, fotógrafo aficionado, y escenógrafo.

La exposición sobre el recorrido artístico de Alfons Mucha nos lleva a una interesante lectura, nos invita a articular retrospectivamente la visita, desde las últimas salas hacia el inicio. Un decurso que tiene mucho que ver con el concepto de «nacionalismo» -nacimiento, desarrollo, y consecuencias- como también con el papel del artista como ser político, por muy alejado que se halle de ideologías o movimientos.

Sublimado, desengañado –o ambas cosas- por el desastre que se cernía sobre Europa, Mucha falleció en 1939 pergeñando el proyecto de un tríptico que soñaba una nueva Edad de Oro, para la que apelaba a los valores comunes de la Humanidad, la razón, el conocimiento, y el amor. Demasiado tarde. Ese mismo año el ejército nazi ocupaba Checoslovaquia y proclamaba el Protectorado de Bohemia y Moravia, en cuya funesta realidad falleció el artista.

Previamente había culminado la gran obra de su vida, la más meritoria en el entorno de las voluntades y las ideas, pero también la más responsable en las manos de un publicista, es la serie sobre la epopeya eslava. Su última pintura fue también la postrera de esta secuencia, el «Juramento de unión de los eslavos», que finalizó en 1926. Lo de los eslavos terminó, como ya sabemos –y quiera dios que haya terminado- como el Rosario de la Aurora.

La serie de veinte oleos monumentales, enmarcada dentro de la corriente de los nacionalismos postrománticos, es la celebración mítica de un pueblo a lo largo de la Historia, basada en acontecimientos fundacionales, convenientemente recreados e idealizados; en los sucesos, creencias, y deseos, que convertirían a ese pueblo en Nación: un trayecto común, un anhelo de paz, y un deseo de sabiduría, abstracciones que nos les sirvieron de mucho, a la vista de las circunstancias ulteriores. Las pinturas están depositadas en la Galería Nacional de Praga, y aquí se desvelan con un acertado montaje visual.

El dibujante se había sentido en la obligación de hacer algo por su pueblo. Antes de eso había trabajado para la corona austrohúngara, que le encargó la decoración del pabellón de Bosnia y Herzegovina en la Exposición Universal de París de 1900. Como premio a la representación de la diversidad cultural de esa zona de los Balcanes, recibió del emperador Francisco José I la Orden Imperial.

Parece que sus investigaciones, y sus viajes por el sur de Europa para completar ese fresco, le abrieron la conciencia en cuanto al latente sentimiento eslavo de la frontera meridional de los Habsburgo.

Para llegar a estos encargos oficiales, a semejante reflexión, y al reconocimiento como artista que le permitió abrirse a temas tan elevados, había debido de triunfar antes en París, como dibujante, encadenando su nombre al de una de las grandes celebridades del momento, la actriz Sarah Bernardt, para la que diseñó la iconografía art nouveau que le ha convertido en inmortal, y que le permitió adentrarse en el mundo de la naciente publicidad, gracias a la que consiguió salir de las estrecheces económicas y huir –entiéndase bien la ironía de la expresión- de la bohemia.

Así, además de una exposición interesante, podemos reflexionar sobre la evolución de la jerarquía de las necesidades humanas, enunciada por Maslow, siguiendo la cual vemos como la carrera del diseñador evoluciona desde la necesidad física hasta los elevados ideales éticos. Y meditar –como hizo Zweig- sobre los valores de aquel interesante artefacto geopolítico, el Imperio Austrohúngaro, a quien muchos comparan con la Unión Europea; lo que se perdió con su colapso, y las consecuencias terribles que engendró su centrifugación a merced de los nacionalismos.

Alfons Mucha es, por encima de todo, el paradigma del modernismo. Se lanzó al estrellato con el cartel para Gismonda (1894), de Sardou; y se perpetuó con los de Medea, de Mendès; La Dama de las Camelias, de Dumas; o Lorenzaccio, de Musset; los originales de los cuales son obras fuertes de esta muestra del palacio de Gaviria.

Antes se sucedieron las épocas de estudio y preparación en Praga, Viena, y París, y su contacto con otros de los autores que acudían en ese fin de siglo a la Ciudad Luz, hechizados por la vanguardia y la modernidad, destacadamente Paul Gauguin, con quien compartió estudio; y August Strindberg, que le inició en el ocultismo. A lo largo del recorrido expositivo se presentan numerosas fotografías, realizadas por Mucha, sobre las que el creador moravo trabajó la figuración de sus obras.