Alta Literatura para ‘pinkwashers’ (III)

El mundo es el mismo para heterosexuales que para homosexuales. No hay que confundir homosexualidad con una forma de ver la vida llena de extravagancia o superficialidad. Seguimos buscando entre los libros una explicación de algo que debería formar parte de la normalidad

12 nov 2018 / 17:34 h - Actualizado: 13 nov 2018 / 08:34 h.
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  • Detalle de la portada de ‘El beso de la mujer araña’. / El Correo
    Detalle de la portada de ‘El beso de la mujer araña’. / El Correo

1976 - LA MAGA: «EL BESO DE LA MUJER ARAÑA», de Manuel Puig

Quizá sea la novela ideal para iniciar el periplo por la obra de uno de los escritores españoles contemporáneos mejor valorados por la crítica, mimado por la prensa, adorado por los lectores, y utilizado por la televisión para adaptaciones exitosas.

Bajo el esquema de una nueva Sherezade, Manuel Puig construye una historia de amor, de resistencia y fantasía, en la que no deja de haber un suspense, una duda que no se resuelve hasta el final. La parte principal es un estudio psicológico de la mente homosexual, o más bien, de la mente que puede generalizar a parte de un colectivo, que ha desarrollado en todas las culturas de la Historia sus recursos para la supervivencia: adaptabilidad, inteligencia emocional, astucia, maquinación. En sus manos el revolucionario es cera moldeable, en torno al que se tiende una red emocional que lo atrapa por completo. Está tejida con historias.

El beso de la mujer araña es también una metáfora de la literatura, de su capacidad para crear mundos paralelos a los que escaparse en los momentos de dificultad, para suscitar los ecos de la conversación y del conocimiento, y tras ellos, descubrir la personalidad de los que nos rodean.

Dos hombres que se refugian en su relación para escapar del horror que les rodea, del miedo al futuro, a la opresión, y a la muerte, donde cada uno irá demostrando lo que sirve y lo que vale.

Extrañas y extensas notas a pies de página, con teorías psicológicas, pretenden ponernos sobre la pista de que lo auténtico no se puede analizar, sino que es. Nada más.

El beso es obra de teatro y película gracias a la capacidad de dramaturgia que contiene, a sus escasos personajes, y a su espacio claustrofóbico.

1986 – EL INCIPIENTE «EL LENGUAJE PERDIDO DE LAS GRÚAS», de David Leavitt

Un manifiesto generacional, el retrato de un momento, de una ciudad, de una familia –en el sentido más amplio de la acepción- de seres humanos que comienzan a encontrase consigo mismos, con todo lo que eso tiene de oscuro, de inquietante, de doloroso. Es también la crónica del ambiente de la bohemia gay del Manhattan de los 80, del que el escritor norteamericano es uno de los representantes activistas.

Al relatar de una manera tan cercana el desamor de las primeras relaciones del protagonista, el explorar el viaje vital de sus compañeros de apartamentos y de andanzas, al transcribir la farsa amable a causa de la que estallará la vida de sus padres a lo largo de la novela, David Leavitt es capaz de componer una sensación de desconcierto, de amargura contenida, de nostalgia, muy parecida a lo que se siente en la tarde de los domingos, sobre la que oscila todo el libro, un momento de miedo por un ciclo que se termina.

Alta Literatura para ‘pinkwashers’ (III)

El lenguaje perdido de las grúas establece una catarsis después de la cual los personajes van a tener que aprender a vivir nuevo, recogiendo los fragmentos de sus relaciones descompuestas por engaños, por confesiones, por silencios.

Al fondo está la Gran Manzana sin mistificaciones, lugar de bares, de cines sórdidos, de alquileres precarios, de pisos compartidos, habitada en la era del SIDA por la primera generación que lo tiene todo para no ser feliz porque han muerto los ideales.

Leavitt era un joven universitario cuando publicó sus primeras novelas que se vivieron como una revelación de la normalización de las relaciones homosexuales. Hoy es más un documento histórico que otra cosa. Sincero, bien escrito, descarnadamente expuesto.

2018 - EL BLANDO: «HISTORIA DE LA VIOLENCIA», de Édouard Louis.

Este es uno de esos casos en los que un escritor intenta rizar el rizo, internándose en espesuras que no siempre resultan bien.

Porque contar una historia, como hace Édouard Louis desde una intimidad enorme, centrada en un punto de vista muy particular, descargando parte del relato en una segunda voz, es un error que perturba toda la narración.

Louis intenta con este recurso, por una parte, violentar al lector para que perciba la textura acre de lo que es un testimonio inquietante y su revelación; y por otra, crear un juego de narradores y narratarios que ensucie la memoria, como ocurre cuando la realidad comienza a contarse, a reflexionarse, a manufacturarse, relativizándose y sembrándose dudas sobre su misma sinceridad o propósito.

Alta Literatura para ‘pinkwashers’ (III)

Pero resulta algo extraño, que nos hace pensar en cada página en el artificio.

Así que la intención, la confesión, el análisis del trauma –una violación- y la disección de «el otro» pierden fuelle. Si esta Historia de la violencia tiene algún interés es el de fijarnos en lo que el escritor ha querido contarnos, obviando el recurso.

Édouard Louis había irrumpido con fuerza en el ambiente literario con otra novela autobiográfica, Para acabar con Eddy Bellegueule, cruda, activista y notable por lo directa, aquí ha permitido que la forma sobrepase el fondo pero interesa, no obstante, porque tiene cosas que decir, ganas de hacerlo, y resulta sincero y perturbador.

Para que esa «violencia» deviniera en «Historia» –con mayúscula- falta enjundia y envergadura en el libro, aunque la desdramatizada reflexión sea notable.