Abel Botelho. EL BARÓN DE LAVOS

El narrador nos sumerge en un infierno interior, el del deseo, suficientemente angustioso como para compararlo con los de Sartre o Alighieri. Éste arde con los fulgores del realismo del XIX, en los que está la exclusión del paraíso social, una eternidad sin redención, el tormento de la promiscuidad y de los celos, la condena y finalmente la consunción y el vacío.

El asunto es clamoroso, la homosexualidad de su protagonista El barón de Lavos, tocado en un momento tan prematuro como 1891, enfocado aparentemente con un sentido moralizante, pero que indudablemente demuestra la atracción de su autor por lo morboso del tema. Años antes un escándalo uranista había removido la sociedad portuguesa.

El infierno es geográfico, como el dantesco, construido con minuciosas descripciones de la calles, de los interiores finiseculares, de los antros de perdición y los salones de la alta sociedad, de los teatros, el día y la noche lisboetas; de las personas -los demonios- de la tentación. Unas descripciones cinematográficas. Son el piélago de la hipocresía y la orilla de la laguna de la marginalidad. Como en A puerta cerrada es un lugar de extrañamiento para el protagonista en el que el infierno son los otros y al mismo tiempo cumple con la espantosa visión de Lezama, lo peor no es el sufrimiento, ni siquiera la ausencia de placer, sino encontrar el averno deshabitado.

No debemos olvidar que el barón tiene apenas 32 años al iniciarse la novela, si queremos entender el desencanto por lo convencional de ese matrimonio forzado, de la vida burguesa, por el fin de la juventud, de las ilusiones, por la necesidad del encubrimiento y la oscuridad para satisfacerse.

En una sociedad estricta y dosificada Sebastião de Castro y Noronha, barón de Lavos, es incapaz de dominar al animal salvaje que lleva dentro y que le atenaza.

Es la narración de una caída, de la búsqueda de una felicidad que se sabe inasequible. No solo por la época, el país y la clase social, no olvidemos que existen hoy, a nuestro alrededor, tales desventuras como las del barón, aprisionado por el ansia, asfixiado por su necesidad y siempre insatisfecho. No en vano lleva un nombre que le predestina al martirio. El libro está dedicado al hermano del autor y se integra en un ciclo sobre la patología social.

Lo más terrible que prepara Botelho a su personaje de ficción es el castigo.

Karl H. Ulrichs. MANOR

Karl H. Ulrichs fue el primer activista de la causa homosexual, cuando aún ni siquiera existía esa definición. El primero en salir del armario, en buscar la normalización y en defender la despenalización del amor entre hombres.

Manor es una historia de vampiros, ambientada en las Islas Feroe, que es la metáfora de una relación homosexual y como ésta más poderosa que la sociedad y que la muerte. Es la primera vez que se publica en español.

La puesta en escena, el minimalismo de una narración marcada por lo metafísico –el repudio de los dioses, el poder de la sabiduría ancestral, los muertos que se resisten a su estado- La juventud misma de los protagonistas, todo convierte este cuento en una obra maestra. Recoge el espíritu de las leyendas sobre muertos vivientes que sobrevuelan Europa desde tiempos remotos, consigue exponer una historia de amor conmovedora e indestructible, porque nombra lo innombrable pero lo rodea de un halo mágico y de un sentimiento tan hermoso que destierra toda idea de desorden moral, ya que después de que los muertos se resistan a partir hay muy pocas ideas de orden ético que resistan, quizás solo el amor (o la belleza, el pensamiento, vivir)

El de Manor y Har es un amor inocente y primordial. La muerte y la separación los lleva a ese lugar épico en el que están algunos héroes griegos y que los ha mantenido intocables a la moral cristiana por más de dos mil años.

Manor no sería una auténtica historia de vampiros sino hubiera terror, y Ulrichs lo convoca con muy pocos recursos: la niebla, la oscuridad y el silencio de la noche, las tumbas de los ahogados, el mar. Al nombrar en el título a aquel que regresa desde el más allá lo convierte en una declaración de principios.

Se acompaña de Tres poemas de amor a soldados, son una curiosidad, su fuerza emerge de las circunstancias del que los escribe y de sus destinatarios y se solidifica con su anclado en las fuerzas de la naturaleza, recorridos por la atracción, el escándalo, el secreto.

Jacques D´Adelswärd-Fersen. LORD LYLLIAN

Lord Lyllian es la crónica, tendenciosa y novelada, de un siglo de lucha por la visibilidad homosexual, el que comenzó con el juicio de Oscar Wilde en 1835 –y los casos Eulenburg, Krupp, Cleveland Street, o el propio del escritor- que podemos dar por terminada con la conocida como Devil´s decade hacia 1933.

Jacques D´Adelswärd-Fersen juega al despiste, lo envuelve todo en una bruma de frivolidad, mezcla la realidad con la ficción, su propio martirio judicial con el del literato británico, incluye de manera bastante evidente a personalidades de la época bajo nombres supuestos, con muy poca intención de mantener el anonimato. Retrata una vida depravada de consunción y relaciones libertinas, para rematarla con una redención inquietante, y un golpe de efecto final que dejan un mensaje bastante enredado. Empieza la narración muy arriba, entre pinchazos de morfina y pipas de opio, aunque va amortiguando el tono hacia un final de tragedia.

El subtítulo, Misas Negras, parece intencionado en la voluntad de desmontar esa mitología satanista que muchos ciudadanos -malintencionados y bien pensantes- quisieron cargar sobre los homosexuales, y lo cierto es que la desactiva envolviéndola en causas más graves. Ni los corruptores son tan sombríos, ni las víctimas tan inocentes, ni tan ciega la sociedad, ni tan sólidos los principios. Vemos sobre todo ello la sombra alargada de Huysmans.

La juventud del protagonista es propuesta en unos remotos paisajes de Escocia, provocando una nube de romanticismo que recorre la novela, muy adentrada por su sabor y su atmósfera en lo decadente.

Lord Lyllian es, por lo tanto, un pastiche, pero bastante efectivo. Muy meritorio si tenemos en cuenta la juventud de su autor cuando lo compuso. Fruto también de un tiempo y de una necesidad de verbalizar.

Anónimo. OCURRIÓ EN PEKÍN

Ocurrió en Pekín es una novela que se publicó anónima y paulatinamente en internet, causó inmediato interés, dio lugar al guion para una película con cierta repercusión. El argumento gira en torno a una relación homosexual entre jóvenes chinos. Es destacada la descripción de detalladas acciones sexuales a lo largo del libro. Rompe por lo tanto tabúes sociales en el país asiático y abre una brecha hacia la diversidad.

Ajeno a influencias literarias foráneas, no deja de llamarnos la atención el inicio, que nos recuerda al de Rebeca, y esto nos hace buscar paralelismos con aquella pesadilla. Paralelismos que se mantienen hasta un final que implica la aceptación de su sino por parte de un narrador que, fuera ya de su país, debería haber sido capaz de mejorar y que no lo ha hecho, arrojando una nube nefasta sobre toda la trama. No nos podemos liberar pues de ese tema común, el de una mujer –o un hombre en este caso- que lucha contra un fantasma y que solo puede contarlo desde la distancia. Triste, pero tranquila por fin, liberada del mal sueño.

¿O acaso es gracias a ese exilio que el narrador pudo construir este relato, como lo hace la segunda señora de Winter?

Al ser una literatura ajena a la nuestra percibimos mejor muchas cosas de la sociedad china y de su desarrollo en las últimas décadas, prestamos más atención a la diferencia de clases, a la explotación de los humildes, la prepotencia de los poderosos, la falsa seguridad que construye el dinero. La forma de vida, en fin, de los jóvenes chinos.

Como cosa nueva -porque tampoco se trata habitualmente en la literatura gay occidental y nunca con tanta naturalidad- están la exploración de la frontera entre homo y bisexualidad y los límites de la libertad cuando no hay compromisos sociales.

Todo el tiempo se mantiene la tensión entre la razón y la sinrazón de los sentimientos, entre lo convencional y lo que no está reglado.

Las escenas de sexo son innecesariamente descriptivas para nosotros, pero seguramente no lo sean para sus narratarios originales, se hacen repetitivas a pesar de sus mínimas variaciones, no nos parece que incursionen en lo pornográfico, aunque mentes menos abiertas pensarán lo contrario. Pero definitivamente no se trata de una novela erótica porque el sexo está al servicio del argumento y no al contrario.

La traducción al español (del inglés) de esta novela, por lo tanto su divulgación en nuestro ámbito, es loable y se agradece. Puede que no tenga una gran calidad literaria, pero sí la tiene en cambio sociológica.