Beatriz Galindo ‘La Latina’: Consejera de la reina
Beatriz Galindo, conocida como ‘la Latina’, fue una mujer culta que vivió entre el siglo XV y el XVI. Escribía, leía y hablaba el latín, idioma que en ese momento era el más internacional y culto. Llegó a ser preceptora y consejera de la reina Isabel la Católica, y pensaba que realizar obras pías era la mejor forma de vivir en aquella sociedad de su época. Fue capaz de criticar la segunda boda del rey Fernando el Católico, algo que dice mucho de su estatus en la corte.
¿Has viajado en metro por Madrid? En la línea cinco, entre Ópera y Puerta de Toledo, las voces del vagón te recordarán que estás a punto de llegar a La Latina, no sé si también señalarán que es una estación en curva y que tengas cuidadito al salir no vayas a meter la pata (me recuerdan a una madre o un padre diciendo que te pongas la rebequita porque hace frío). Lo cierto es que no son muchos los madrileños que conocen el origen del nombre del barrio de la Latina, y muchos menos los que somos de fuera, que lo más que conseguimos es identificar el barrio con el teatro de Lina Morgan (una tiene una edad). Me gustaría saber qué piensas si te digo que ese nombre se lo debe a una mujer o mejor dicho al mote de una insigne mujer que vivió a caballo entre el siglo XV y el XVI. Pues así es, el barrio y la estación deben su nombre a Beatriz Galindo, más conocida como La latina.
Nada hacía prever cuando nació en Salamanca el año 1465, que esta muchacha hija de un hidalgo venido a menos (como tantos hidalgos) terminaría por convertirse en preceptora y consejera de la reina Isabel la Católica, pero así fue. Nacida en una familia muy numerosa, sus padres, al percatarse de su inteligencia, decidieron meterla a monja (que era lo que se hacía con las hijas que no se quería o podía dar en matrimonio) y que tomase clases de gramática en las academias dependientes de la Universidad de Salamanca. En una época en la que el latín era piedra angular del conocimiento y la cultura, Beatriz no sólo lo traducía y leía, sino que lo hablaba con fluidez. Se dice que llegó a ser alumna de Antonio de Nebrija, el autor de la primera gramática española. Siendo muy joven (con apenas 16 años) su nombre gozaba de gran prestigio en los ambientes universitarios y era reconocida como una especialista en textos clásicos. Fue por eso por lo que comenzaron a llamarla La Latina.
Pero resultó que cuando iba a tomar los hábitos (aproximadamente con 21 años porque Beatriz se demoró todo lo que pudo), la reina Isabel la Católica andaba buscando preceptora para la formación de sus hijas. Se la recomendaron y no dudó en llamarla a la Corte, donde harían buenas migas, pues no sólo formaría a las infantas Juana, María, Isabel y Catalina, también se convirtió en una de las más fieles consejeras de la reina. Se dice que no sólo enseñó latín a las infantas, sino a la propia reina que estaba empeñada en aprender ese idioma, porque era el lenguaje culto de la época. El que le permitiría entenderse con príncipes y diplomáticos de otros países (vendría a ser lo que el inglés hoy a la hora de querer entenderse con otros). Y ya se sabe que cuando la reina se empecinaba en algo no había quien la pararse, incluso aunque dicho empecinamiento diera lugar a chismorreos entre los cortesanos. Isabel lo tenía claro, quería e iba a aprender latín le pesase a quien le pesase.
Beatriz permaneció soltera varios años, centrada en la enseñanza de las infantas, de la reina y en realizar traducciones y disfrutar de sus conocimientos. Sin embargo, los Reyes Católicos comenzaron a pensar que esa soltería iba pesando demasiado y le buscaron un marido. El afortunado fue un oficial viudo, mayor que ella, que tenía ya cinco hijos, se llamaba Francisco Ramírez conocido como El Artillero (aquí tenemos motes para dar y tomar), llamado así porque había inventado este tipo de armamento. Francisco era fiel a la causa de la reina, y ello tuvo que pesar a la hora de elegir el novio. El noble estaba destinado en Granada, cuya toma andaba aún en el aire y por este motivo contrajeron matrimonio allí en el año 1491. Los reyes le concedieron una dote de quinientos mil maravedíes, lo que suponía un apoyo evidente. Con esta dote Beatriz se convertiría en una mujer muy rica en la época y en un partido más que deseable para cualquiera.
A pesar de lo que se pueda pensar de este matrimonio concertado, fueron bastante felices y llegaron a tener dos hijos varones llamados Fernán y Nuflo (no es broma, Nuflo) y varias hijas. Cuando diez años después falleció su marido, Beatriz decidió asumir un retiro voluntario de la Corte, pero la reina Isabel no estaba por la labor de prescindir de su consejera y solicitó que continuase a su lado. La Latina cedió a las presiones de la reina, pero permaneció totalmente enlutada, entregada a los consejos, rezos, libros y a realizar obras de caridad.
Cuando en 1504 falleció la reina, Beatriz se retiró totalmente de la Corte, lo que no le impidió mantener cierta influencia. Fue a vivir a Madrid donde cuidó de sus hijos y reivindicó todos los derechos que les correspondían. Fundó el primer Hospital de Pobres de la villa, que es el de la Concepción, conocido popularmente por el apodo de su creadora, y también colaboró en la creación de conventos de las concepcionistas, de las franciscanas y de las jerónimas. De estas tomó los hábitos mitigados hasta el final de sus días. Era su intención que en el mencionado hospital y demás centros que fue creando se atendiera a personas necesitadas y especialmente a presos, pobres vergonzantes (vaya usted a saber qué es eso), caminantes y, sobre todo, a mujeres y niños y a huérfanas a las que se preparaba para el matrimonio. Era una forma de preocuparse por el bienestar de los demás aunque a día de hoy nos pueda parecer chocante.
Sin embargo, no dejó de mostrar su opinión sobre los asuntos de estado a cualquiera que quisiera oírla, y cuando Fernando el Católico contrajo segundo matrimonio con Germana da Foix, Beatriz mostró abiertamente su disgusto a dicha unión. No es de extrañar teniendo en cuenta la amistad que la había unido a la reina durante tantos años.
Pasó el tiempo y Carlos I obtuvo el trono de Castilla y Aragón y fue entonces cuando el emperador solicitó de nuevo los servicios como consejera de la mujer que había sido preceptora de su madre. Beatriz que por entonces debía ser mayor no dudó en ponerse a las órdenes del joven, aunque no abandonó sus labores de caridad hasta el final de sus días. En su testamento ológrafo justifica porqué prefirió gastar buena parte del dinero que tenía (que era mucho) en los pobres, en lugar de hacerlo en sí misma pues entendía que realizar obras pías era una manera más que honrada de vivir. Perdonó a sus hijos las deudas que tenían con ella (habían muerto años antes, pero dispendiaban una barbaridad) y legaba la mayor parte de su dinero a las fundaciones que había creado, para que siguieran subsistiendo.
Lamentablemente de su legado cultural sólo quedan un par de cartas, algunos versos y su testamento, a pesar de que nunca abandonó su actividad erudita y fundó una tertulia de filosofía (también llamada «academia») en su casa de Madrid. También se le han atribuido algunas notas y comentarios sobre Aristóteles y otros escritores clásicos.
Falleció en Madrid, el 23 de noviembre de 1535, con el reconocimiento de la época que la acogió. Cuando años más tarde, su cadáver fue exhumado, se comprobó que permanecía incorrupto (o eso dicen porque yo no estaba allí para comprobarlo). Un siglo más tarde continuaba hablándose de ella y el propio Lope de Vega le dedicó una de sus silvas en el Laurel de Apolo.
Y hasta aquí la historia de Beatriz Galindo La Latina, mujer sabia, rica y caritativa, a la que podréis recordar cada vez que viajéis a Madrid y montéis en la línea cinco del metro (la de la raya verde clara).