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Bellas fotografías, bonita música, nada más

Falso documental luso sobre la vida en África, sobre el continente más cercano y olvidado del cine comercial o convencional al que estamos acostumbrados

27 oct 2018 / 10:34 h - Actualizado: 27 oct 2018 / 10:48 h.
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  • ‘Djon África’ es una película con la que nos muestran el continente africano libre de tópicos. / El Correo
    ‘Djon África’ es una película con la que nos muestran el continente africano libre de tópicos. / El Correo
  • Los actores parecen no estar dirigidos o estar aprendiendo sobre la marcha el oficio. / El Correo
    Los actores parecen no estar dirigidos o estar aprendiendo sobre la marcha el oficio. / El Correo
  • Cartel de la película. / El Correo
    Cartel de la película. / El Correo

La 63ª Seminci que hemos estamos cubriendo desde la Sección Oficial o a Concurso, ha tenido multitud de actividades relacionadas con Portugal, país vecino al que este 2018 ha dedicado el certamen en una sección sólo para cine de allí y que llegaba al Teatro Zorrilla a través de Djon África, con equipo y localizaciones también de Brasil y Cabo Verde y la dirección conjunta de Joao Miller Guerra y Filippa Reis, consumados documentalistas y descubridoras de figuras tan importantes en el panorama luso como Margarida Cardoso o José Filipe Costa.

Tengo que reconocer que de películas que constituyen un viaje identitario y donde la ambivalencia de sus protagonistas nos hace cuestionar nuestra propia forma de vivir ya se han hecho muchas (entre ellas me resultan particularmente interesantes «Una historia verdadera» de Lynch y «Nebraska» de Payne) y esta no es muy distinta en su ambición. En ella, Miguel un joven rapero portugués con rastas en el pelo y probada capacidad amatoria, se traslada a Cabo Verde en busca de un padre natal ausente, a pesar de las recriminaciones de su madre adoptiva, que fue quién realmente le crió. La película nos muestra la convivencia también con su novia en una Lisboa empobrecida donde su modus vivendi es la sisa en las tiendas de ropa (el vestuario del protagonista es colorido y variopinto en camisas) así como con otra mujer que encuentra en su otro país africano natal, que se siente en deuda por no encontrar a nadie en la casa de los Vieira (familia de su madre a la que da por fallecida desde antes de salir) de la capital del país.

Si por algo merece la pena este falso documental identitario es por la portentosa fotografía en color de las montañas de Cabo Verde, de Vasco Viana, en muchos de cuyos planos Miguel prueba su capacidad respiratoria provocando un bonito eco, y que recuerda a la de Ansel Adams. También por la partitura propiciada desde el equipo de Nuno Bento.

El guión escrito al alimón entre el director masculino y Pedro Pinho, teniendo coherencia con lo que es la propuesta, se pierde en detalles sin importancia, lo que hace que el viaje se nos haga por momentos (ya sea por tierra o aire) farragoso, y todo recuerde un poco al toque excesivamente autoral de «La mirada de Ulises» del griego Theo Angelopoulos.

Los actores parecen poco dirigidos, como si en vez de una línea de diálogo u orientación, fuesen más proclives a una mera indicación por la que se convierten en seres exóticos, pero poco más, o como si en ellos recayese más responsabilidad que la necesaria. Entre ellos destacan Bittori Nha Bibinha, Miguel Moreira y Patricia Soso. Da la sensación que muchos de ellos no son profesionales y que están aprendiendo en un proceso de work in progress que hasta al espectador más avisado puede chocar.

Lo cierto es que la película ha recorrido gran parte de los festivales europeos con éxito (de Ámsterdam a Locarno, pasando también por alguno alemán) y que nos presenta un África distinta, sin ese look típico de un safari, por un lado, sin asfaltar es verdad, pero donde la luz de día natural se puede aprovechar y mucho.

Se disfruta esta manera de entender al continente vecino, y se nos hace ver que cuestiones como la pobreza y la capacidad de supervivencia no sólo a veces no van unidas, sino que no dependen de la latitud donde nos encontremos.

El montaje de Luisa Homem, Ricardo Pretti y Eduardo Serrano, es igualmente irregular según la parte del relato en que pongamos atención.