Belle Epoque: La ilusión y la catástrofe

Si el cine español ha proporcionado a los aficionados una película que resulte inolvidable, esa es ‘Belle Epoque’. Este es un trabajo que se arrima a los más celebrados de toda la historia de nuestro cine. Bien la dirección, bien el montaje, bien las interpretaciones. Bien todo un conjunto que se paseó por el mundo entero cosechando éxitos.

12 nov 2016 / 12:00 h - Actualizado: 11 nov 2016 / 13:57 h.
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  • Un momento divertidísimo de la película. / El Correo
    Un momento divertidísimo de la película. / El Correo
  • Cartel de la película. / El Correo
    Cartel de la película. / El Correo
  • La interpretaciones femeninas en ‘Belle Epoque’ son maravillosas. / El Correo
    La interpretaciones femeninas en ‘Belle Epoque’ son maravillosas. / El Correo
  • Todas las actrices principales de las película en una de las escenas. / El Correo
    Todas las actrices principales de las película en una de las escenas. / El Correo
  • Gabino Diego borda su papel. / El Correo
    Gabino Diego borda su papel. / El Correo

Reparto de lujo. Guión impecable. Una dirección de actores que roza la perfección. Eso es Belle Epoque. Se estrenó el año 1992 y fue premiada con el Óscar a la mejor película extranjera y, además, con nueve premios Goya.

Divertidíma y entrañable. Ambientada en ese momento previo a la proclamación de la Segunda República española (el título pudiera ser algo engañoso puesto que lo que se conoce como belle epoque es anterior al ese momento histórico) muestra un dibujo de lo que podría ser la sociedad civil que sostenía una España lanzada hacia el progreso, sin complejos, abierta a cualquier libertad de tipo intelectual, social y religiosa. Es por eso por lo que esta película, con aspecto de comedia, termina dejando un poso amargo en el espectador. Todos sabemos lo que sucedería un poco después. Guerra, retrocesos en las libertades individuales, atrocidades y desaparición de buena parte de la identidad de un país. La pregunta inevitable cuando aparecen los créditos en pantalla es qué hubiera sido de nosotros si aquello se hubiera quedado como estaba.

En cualquier caso, la trama que presenta Fernando Trueba es brillante, no sólo por el guión magistral de Rafael Azcona, sino por un montaje muy inteligente, un uso de la cámara delicioso y unas interpretaciones inolvidables (mezcla de talento y dirección). Fernando Fernán-Gómez o Gabino Diego bordan su papel. Entre las actrices destaca Ariadna Gil que construye desde la credibilidad más absoluta el personaje de una lesbiana desinhibida. Al que escribe le gusta, especialmente, el papel de Penélope Cruz. En ese momento, era muy joven, le tocó interpretarse a sí misma y el resultado es muy amable. Frescura y naturalidad.

Todo lo que nos cuentan se encuentra salpicado de un fino humor que (rozando una aparente inocencia) nos va colocando frente a los rasgos fundamentales de la sociedad española en ese momento. Por ejemplo, es inolvidable esa primera escena en la que una pareja de la Guardia Civil topa con una maleta en medio de la carretera y con su dueño. Y, de paso, con una muerte disparatada, salvajemente divertida. Inolvidable, también, la interpretación de Agustín González. Hace de cura párroco que acumula todos los tópicos posibles (comilón, aprovechado, vago...), pero añade una mentalidad abierta, muy alejada del pensamiento eclesiástico. Y eso le convierte en un personaje fundamental. Quizás su final representa con claridad cómo acabaría en el seno de la iglesia cualquier desvío respecto del magisterio dominante y dominador.

Algo que me gusta especialmente de esta película es el vestuario. Es perfecto. Si, además, añades esas perchas para lucirlo, el resultado es demoledor. Y el atrezzo. Eso también.

Trueba consigue una cosa importante. Sin decir nada de forma expresa presenta una ilusión colectiva antes de convertirse en una catástrofe (colectiva también). Por eso el poso de amargura aparece entre risas. Por qué no decirlo: presenta una España única, la de todos, sin quebrar. Es aquí, aparte de las cuestiones técnicas y narrativas, donde la película se hace enorme. Todo, la película entera, está al servicio de un homenaje: a nuestro pasado y, seguro, que a nuestro futuro.