Bvlgari y Roma
Quedan pocos días para disfrutar de una de las convocatorias más interesantes de la temporada. Solo una semana para completar un estupendo paseo por la ciudad -y por la época- de la dolce vita, de la mano de una de las marcas más prestigiosas del mundo. Es una oportunidad dorada para disfrutar de joyas legendarias que pasaron por las manos de celebridades mundanas y de estrellas de Hollywood. A partir de aquí, Roma, sus calles y sus plazas, serán para siempre mucho más que una simple visita.
Dentro de los diálogos entre la pintura y las demás Artes por los que apuesta, de manera continuada, el Museo Thyssen-Bornemisza, entra en la recta final la exposición sobre la casa Bulgari. El éxito en la convocatoria ha hecho que la muestra se prorrogue hasta el 5 de marzo.
El hilo conductor es la idea de cómo los monumentos, los espacios, y los detalles de la Ciudad Eterna han influido en los diseños de la marca. Que lo han hecho de una manera metódica y continuada, convirtiéndose en fuente de inspiración. Alrededor de este eje se establece un revelador juego de miradas.
La firma consolidó su fama en la segunda mitad del siglo XX, gracias a la afición generada entre los artistas y las celebridades, que acudían a Roma para rodar en los estudios de Cinecitta, y aprovechaban la estancia para comprar, o para hacer sus encargos en la tienda histórica de vía Condotti. Destaca entre todas la larga historia de amor de Elizabeth Taylor con la casa italiana, paralela a su amor por Richard Burton; si bien este se apagó con los años, nunca lo hizo, sin embargo, la atracción de la diva por las alhajas.
Se cierra así un círculo de prestigio y de glamour, entre la ciudad inspiradora, los diseños exquisitos, y la imagen pública de los clientes, que revierte a su vez en la capital italiana, convertida en icono de lujo y elegancia entre los años 40 y 70.
Esas joyas, creadas en muchos casos para personajes especiales, como Anna Magnani, Sofía Loren, o Gina Lollobrigida, han sido readquiridas, a lo largo de los últimos años para la Colección Heritage de Bulgari, pasando de ser un objeto de consumo a convertirse en material de estudio, exhibición, e inversión. Esos fondos refuerzan la imagen de la marca en un mercado globalizado, sosteniendo el negocio, y abriendo un escaparate singular, como es el de esta exposición, para un comercio que, además de objetos, vende sensaciones.
Forman parte de la muestra algunas fotografías espectaculares, como las tres de Irene Kung, que demuestran que siempre se puede buscar un punto de vista nuevo sobre un espacio, por muy transitado que este haya sido. Hay montajes en 3D, como una especie de grandioso balcón sobre el Tíber, en el que se destacan los detalles comunes a la arquitectura y al diseño orfebre, sobre los que versa la exposición. También imágenes de archivo de actrices emblemáticas como Ainouk Aimée, de royals -Federica de Grecia y sus hijas- o de modelos exclusivas como Verushka, luciendo las creaciones de la casa, o pasando por la boutique de via Condotti. Vemos algunos grabados, y lienzos antiguos, que convocan la creación de esa imagen de eternidad que singulariza Roma. La rotulación digital colabora a articular la visita con eficacia.
Pero el grueso de la exposición, por supuesto, lo que está arrastrando a las multitudes a las salas de un museo, lo que hace que estas se paseen como hechizadas por las salas oscuras, son las joyas. Una cámara del tesoro. La belleza de algunas trasciende toda explicación, otras son famosas por las personas que las lucieron y se convierten en fetiches. En las facetas iridiscentes de su brillo los mortales soñamos con un Olimpo de elegancia y refinamiento, de riqueza sin medida. De serrallos, safe boxes, rivas aquarama, guardaespaldas, huríes eslavas, y toy boys.
Reina sobre todas ellas, por lo significativo, el sautoir de platino con un zafiro de Birmania tallado en cabujón de pan de azúcar de 65 quilates, que perteneció a la Taylor, montado en una cadena de pavé de diamantes y zafiros calibrados (1969). Pero resultan mucho más hermosos una gargantilla -muy padaung- de oro con rubíes, zafiros, lapislázuli, y diamantes, todo montado en un juego de elipses (1979); el collar con zafiros de colores, granates mandarina, esmeraldas, y diamantes (2009) de un coleccionista particular, inspirado en la escalinata de la Piazza di Spagna; o la parure de oro y diamantes de la colección de Carlo Ferrero Zendrini (1969) que recuerda las fuentes romanas. El guiño al empedrado de la Vía Appia, en un brazalete de gemas resulta acertado.
Fundada en 1884 por un emigrante griego, Bulgari comienza a expandirse como marca a partir de los años 70, diversificándose en los 90, permaneciendo en manos de la familia fundadora hasta que es adquirida en 2011 por el gigante del lujo LHMV.
La reflexión más profunda a la que nos conduce la exposición se establece sobre los mecanismos de consolidación de la imagen, el poder de la marca, y el concepto de icono, que aparecieron como símbolo de garantía después de la Revolución Industrial, trascendiendo al artesanado, subyugaron después a las sociedades occidentales, y abducen ahora a los opulentos mercados árabes, asiáticos y eslavos. Porque si bien es cierto que las marcas se empoderan mediante estudiadas operaciones de marketing, encauzadas por los grupos editoriales, y alimentadas por el resto de las industrias vinculadas con el lujo –alta costura y hostelería, exclusivos automóviles, yates, reactores, gastronomía gourmet- ; si es también verdad que los grandes grupos mediáticos e inversores apuestan por ellas como por un valor seguro; no deja de ser menos cierto que las personas vinculadas con ese segmento son artistas y creadores que se sienten realizados e identificados con un proyecto trascendente, de una manera que es difícil encontrar en otras disciplinas. Estar en la fashion elite es un plus añadido a los sueldos y a la libertad creadora, para los diseñadores, blogueros, creativos, estilistas, publicistas, y modelos. El nombre de alguno de ellos, pronunciado sin artículo ni apellidos es sinónimo de glamour en cualquiera de las capitales del planeta.
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LAS JOYAS DE LA BARONESA
Pocos han hecho tanto por la cultura española como la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza. Por encima de polémicas, murmuraciones, y envidias, le debemos que el grueso de la colección familiar se haya quedado en nuestro país, la creación de una franquicia a la que nada pueden envidiar los Guggenheim, Phillips, o Saatchi. Sus propuestas han cambiado la fisonomía de ciudades como Málaga. Es un escándalo que no se le haya concedido todavía un título nobiliario, e impresentable que los últimos gobiernos hayan sido incapaces de concretar la integridad del conjunto de Villahermosa.
Varios de los aderezos exhibidos vienen de su colección privada, en la que demuestra un gusto singularizado. No son piezas habituales y en ellas define una preferencia por combinaciones raras, piedras de colores insólitos, y tallas inusuales: ónice y esmeralda, zafiros amarillos con amatistas, perlas cultivadas, o esmeraldas en cabujón, en sus adornos de los años 80 y 90.
Ha cedido también, para este evento, un fabuloso vintage de 1968, parecido a los que luce Elizabeth Taylor en el rodaje de «La mujer maldita», de platino con esmeraldas, zafiros, rubíes, y diamantes.
Entre las piezas más valiosas de su joyero se encuentran el devant de corsage de diamantes que Alfonso XII regaló a la reina Maria Cristina por sus esponsales -que Carmen intentó vender infructuosamente en Ginebra, en 2015- y el diamante «Estrella de la Paz, de 179 quilates, que recibió como regalo de boda del barón en 1985.
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BVLGARI Y ROMA
Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza
30 de noviembre de 2016, a 5 de marzo de 2017
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