«Cada día es una pequeña vida»
El Teatro Lope de Vega recuerda al primer ‘superventas moderno’, Stefan Zweig, con la versión de su novela «24 horas en la vida de una mujer». Un retrato psicológico de reminiscencias freudianas que, tras ser llevado al cine en varias ocasiones, renace para el teatro de la mano de Silvia Marsó
En una modesta pensión de la Riviera francesa, Madame Henriette, casada y madre de dos hijos, abandona a su familia para huir con su amante, un hombre joven y atractivo, provocando un gran revuelo entre los huéspedes. Al día siguiente, un grupo de conocidos que se hallan alojados en el mismo establecimiento, discuten sobre el asunto, posicionándose a favor del marido desolado y criticando duramente a Madame Henriette. Todos, menos uno —curiosamente el narrador de la obra—, quien además de discrepar con el resto, confiesa su admiración por la mujer, a la que califica de «valiente». Esta reacción, del todo inesperada, provoca que una anciana inglesa, a la que todo el grupo respeta, le cuente su propia historia: veinticuatro horas que cambiaron su vida para siempre. Con esta premisa, el gran autor austriaco Stefan Zweig construye una de las narraciones más apasionantes y bien estructuradas de la literatura de entreguerras. Un texto que, pese a su brevedad —originalmente se incluyó como relato en la antología Confusión de sentimientos— es capaz de elevarse sobre cualquier propuesta de corte romántico actual, atrapando al lector desde la primera a la última página, e instándolo a posicionarse. De ahí que algunos investigadores lo calificasen de «folletín inteligente» o «pequeña obra maestra», incluyéndolo en la lista de las 100 mejores novelas de todos los tiempos.
Zweig revisionado
Como todo el arte moderno judío («depravado», según Hitler), la literatura de Stefan Zweig fue prohibida en la Alemania de 1936, obligando al vienés a establecerse en Inglaterra e iniciando posteriormente una gira al otro lado del Atlántico para impartir conferencias. Un periplo que contribuyó a expandir su nombre internacionalmente y a considerársele uno de los más reputados escritores hasta la fecha de su muerte, acaecida en 1942. No obstante, incluso después de ser levantada la prohibición, «la obra de Zweig fue quedando paulatinamente en un segundo plano, olvidada en muchos casos, y del notable éxito que logró en vida apenas quedó un destello», como nos recuerda el crítico literario Ferrán Benito. Tendencia que, afortunadamente, ha comenzado a invertirse en los últimos años; en primer lugar, con la publicación de la mayor parte de su obra por la editorial Acantilado, y asimismo con un necesario revisionismo de su figura a nivel documental y cinematográfico —la película de 2016 Stefan Zweig. Adiós a Europa, dirigida por Maria Schrader, es el mejor ejemplo—. Como no podía ser de otra forma, esta apuesta por resucitar al genio austriaco se extendió igualmente a los escenarios, originando producciones teatrales tan interesantes como Una hora en la vida de Stefan Zweig, con libreto de Antonio Tabares y dirección de Sergi Belbel (en la que el sevillano Roberto Quintana daba vida al autor de Novela de ajedrez con una calidez asombrosa), así como el montaje que nos ocupa.
Un musical intimista
Tras el éxito obtenido en el madrileño Teatro de La Abadía, donde incluso llegó a prorrogar sus funciones, Silvia Marsó y su compañía presentaron su particular homenaje a Stefan Zweig en el 75º Aniversario de su muerte. Una adaptación teatral dirigida por Ignacio García, que conjuga con acierto la partitura de Sergei Dreznin y la dramaturgia de los autores franceses Christine Khandjian y Stéphane Ly-Cuongy, y que a su vez es una traslación al español del espectáculo homónimo estrenado en París en 2015. Concebido como musical de cámara intimista, la popular actriz barcelonesa —que aquí interpreta a la enigmática señora C—, está acompañada por Germán Torres (con 900 representaciones en el musical La Bella y la Bestia) y Felipe Ansola (Mamma Mia, Marta tiene un marcapasos), quienes nos trasladan a lugares tan sugerentes como el Casino de Montecarlo, la Costa Azul o la imperial Viena. Escenarios recreados a través de la sensualidad de las piezas de Dreznin —brillantemente interpretadas al piano, al violín y al violonchelo—, la escenografía de Martín Burgos, la iluminación de José Alberto Tarín y el espacio sonoro de Nacho García; ingredientes que, a la par que tentadores, resultan idóneos para acoger el poderoso discurso ‘de resonancias europeas’ de Stefan Zweig.
Heredera de Ingrid Bergman
Entre las bondades de este arriesgado montaje sobresale, por encima de todo, el trabajo físico y emocional de una Silvia Marsó cuyos sorprendentes registros le permiten cantar, bailar e interpretar con una pasión desbordante y pocas veces vista en su interesante trayectoria. Heredera de Merle Oberon, Agnès Jaoui o Ingrid Bergman —quien encarnó a la señora C en una TV Movie en 1961—, su exquisito retrato de la viuda británica hechiza a la par que conmueve, confirmando su capacidad para interpretar personajes femeninos rotundos, desde la lorquiana Yerma a la audaz Nora de Casa de Muñecas, dotándolos de elegancia y mucha, mucha alma. Un talento contagioso perfectamente secundado por Felipe Ansola —su lograda encarnación del joven ludópata recuerda al Eloy Azorín de Gran Hotel— y Germán Torres, cuya experiencia en los escenarios le capacitan para lucir todo tipo de atuendos con absoluta prestancia y brillantez. En suma, 24 horas en la vida de una mujer es un mágico cenáculo de artistas, bien conducido por Ignacio García, al que las palabras pronunciadas hace veinte siglos por Horacio sientan como un guante: «Cada día es una pequeña vida».