Nos llega ahora, por gentileza de Photoespaña 2017 en colaboración con el Museo Cerralbo, esta necesaria exposición titulada «España, años 50», en que el fotógrafo, director de fotografía y realizador cinematográfico, conocido por películas como «El séptimo día» o «La caza» a la vez que promotor de numerosos documentales sobre bailes y danza española y latina, el último de los cuales «Jota» explora sus propios orígenes natales aragoneses, aporta gran parte de su labor primigenia (su primera exposición allá por 1952 ya recabaría esta labor de reportaje) antes de entrar en la otrora famosa Escuela de Cine de Madrid, que tan grandes talentos haría vislumbrar y encumbrar dentro de su cantera.

La exposición temáticamente tiene mucho que ver con el cine de los primeros años y encontramos reminiscencias no sólo a su primer documental «Cuenca» (a cuya ciudad dedica vasto espacio debido a que su hermano contrajo la tuberculosis en Madrid y toda la familia se fue allí a vivir allí en busca de nuevos aires que respirar), sino también a «Los golfos» o «La caza» (para muchos, su obra maestra) y hasta al Luis Buñuel del documental «Las Hurdes, tierra sin pan», sobre todo en la sección dedicada a Sanabria.

En general, son fotografías donde no prima lo técnico y desde algunas de las cuales se pretende hacer del defecto de exposición, una virtud; este hecho se deja ver en esos tonos a veces premeditadamente tan oscurecidos, en algún caso pintados de negro sobre el negativo y que él mismo llama fotosaurios.

Se trata de un álbum de viajes sobre los pueblos y gentes de España, una España de posguerra mísera de pueblos sin asfaltar, casas de adobe y piedra, campesinos que se tapan del frío con mantas, de carretas con burros y mulos, mendigos y mujeres vestidas de negro. Pero es, también, una España de gentes sencillas, abiertas al campo y trabajadoras. Sobre estos temas aplica el visitante una mirada empática hacia esa pobreza, represión y falta de libertad.

En la serie de seis imágenes «Paisajes, pueblos y gentes de Cuenca» notamos esas reminiscencias medievales en castillos e iglesias, así como el reflejo de las hambrunas y otras oscuridades capaces de mostrarse a través de un uso del blanco y negro característico. Destacan la montañosa del hombre en semiescorzo de espaldas fumando, mientras su mujer se prepara para arar con dos burros al sol. También la del rincón exterior junto a una iglesia en lo que parece una fiesta de gigantes y cabezudos y donde en primer término vemos a un padre que sujeta en hombros a su hija pequeña, que mira a la cámara.

Sobre las agrupadas de «Cuenca» dice el fotógrafo haber aplicado tonos naranjas en los cielos. De este modo y con mucho grano, destaca la del matrimonio de campesinos montados en sendos burros con sus alforjas camino de un castillo. Le sigue el plano general de las casas blancas de piedra del lugar, donde vemos como si fueran dos puntos a dos mujeres hablando entre ellas. En estas dos imágenes empieza a primar la importancia del encuadre y la composición de una manera algo más estética. De las cuatro siguientes destaca la cara agrietada de arrugas naturales de las mujeres de luto, que contrasta en cuanto a nivel social con la de las dos monjas que van en un coche llevado por un caballo por un camino medio asfaltado. Otra foto reseñable es la vista panorámica de gente trabajando con una iglesia de fondo. Destaca también la de la familia de cuatro miembros mirando a cámara, donde el rostro moreno por el sol da debida cuenta no sólo de la dureza del trabajo, sino de cierta actitud alegre hacia él. Las dos viudas en la vieja puerta de una casa contrastan con la presencia de un niño rubio semi vestido. Más documental nos resulta la de las dos mujeres encalando de blanco y gracias a una escalera lo que parece su propia fachada. Por otro lado, el paso de los gigantes y cabezudos por un puente de estructura arcaica nos hace pensar en estas figuras como si fueran espíritus o seres de otro mundo.

En la sección «Madrid», es reseñable el mendigo sin piernas apoyado en el asfalto, donde existe un peculiar doble eje de miradas: de un lado el mendigo mira hacia arriba a lo que parece por la vestimenta un agente del orden; de otro lado, una señora alejada con una bolsa de plástico blanca no puede evitar dejar de mirar al protagonista. Aquella en que las ventanas de una casa de piedra asemejan agujeros de queso gruyere tiene una clara influencia de Cartier Bresson. Destaca igualmente la vendedora ambulante de periódicos y cromos, estando la mercancía a una intemperie de maderas renegridas. Busca premeditadamente el sombreado en la de los dos barrenderos, uno de los cuales se distrae al haber encontrado dentro de un cubo un objeto de su interés. En una zona más señorial, pero siempre desde abajo, vemos un Seat Tiburón y unos lustrosos zapatos a la espera (la causa de que no muestre su cara puede venir dada por el pudor). Cierra esta sección con la del hombre con boina fumando a hurtadillas cerca del paso del metro o tranvía.

La parte dedicada a «Castilla» pretende mostrar lo sobrio, seco y recio de aquellas tierras, para ello realiza varios planos generales acordes con la austeridad de la que hablamos. Destaca la reunión de lugareños con rostros curtidos por el frío, frente a carteles de películas de época en lo que parece una peña improvisada. Se improvisa igualmente en una casa blanca el dibujo de una cruz religiosa con volumen que podría estar esculpida sobre la pared exterior, mostrando también esa empatía con lo humano en las dos niñas jugando en el quicio de la puerta. El campesino con antifaz transparente y la mujer con sombrero de paja y pañuelo que le tapa casi media cara son dos retratos que huyen de arquetipos.

En las fotos sobre «Andalucía» la idea de calor y vida en las calles queda sombreada en muchos casos en los primeros términos. Son imágenes que van de la campesina que se tapa la cara a la más parecida a la serie «Madrid», inquietante y desoladora, de dos chavales mendigándole al fotógrafo con las manos. El coche de caballos sobre lugar empedrado es una imagen, como otras, donde se muestra la vida en la calle, aunque esta sea ociosa o poco importante, las calles en cuesta o una jovencísima madre con su bebé (tomada esta última en ángulo picado desde más altura) dan paso a las caravanas de gitanos subiendo y bajando caminos.

Documenta un momento muy preciso, por último, la sección «Sanabria» y es el anterior a reventar la presa de uno de los embalses por los que desaparecería el pueblo de Rivadelago, que acabó tragado por las aguas; de hecho, no sobrevivieron ninguno de los lugareños aquí fotografiados. Destacamos tres fotos de interés, el plano conjunto de la clase de alfabetización para mayores, la del sacerdote cabizbajo montando en bicicleta y la mujer orando en una iglesia junto a su bebé.

Photoespaña 2017, en colaboración con el Museo Cerralbo, nos ofrece una exposición de Carlos Saura más que recomendable para los que lleguen a Madrid hasta el próximo 3 de septiembre

«Paisajes, pueblos y gentes de Cuenca». / © Carlos Saura

«Paisajes, pueblos y gentes de Cuenca». / © Carlos Saura