César: Estética de la destrucción
Hay artistas que crean escuela, aportando un giro a la Historia del Arte. Suelen centrarse en la investigación sobre la materia y sus posibilidades, la mutación del espacio, la necesidad de avanzar en busca de algo nuevo. Ahora –por fin- el Centro Pompidou de París celebra una exposición retrospectiva de la obra de César, un clásico después de veinte años muerto
En diciembre de 1961, la gran mecenas de la vanguardia francesa Marie Laure de Noailles, hizo enviar su limusina Ziss –el único automóvil soviético que circulaba en aquel momento por París- al estudio del escultor César para que lo prensara. Cuando este se lo devolvió, unos días más tarde, a su domicilio en L´Étoile, el coche había perdido nueve décimas partes de su volumen, y multiplicado por treinta su valor.
Apenas un año antes el artista había organizado un escándalo en el Salón de Mayo con la exposición de tres coches comprimidos que pesaban una tonelada cada uno, pero era conocido ya en los ambientes mundanos como «El Miguel Ángel de la chatarra».
Esta acción dice mucho de una coleccionista en estado de gracia, y también nos pone en la situación en la que comenzaron a recibirse las obras de César como una aportación al Arte contemporáneo. Algunos le copiarán, y muchos otros se inspirarán en sus investigaciones sobre la modificación de la materia.
El espíritu de sus insectos, o de los animales construidos con piezas de metal, reconvertidas en figuraciones, está hoy por todas partes, y representa la última tendencia de la artesanía «solidaria».
Ahora –por fin- el Centro Pompidou de París celebra una exposición retrospectiva de la obra de César, convertido en un clásico cuando se cumplen veinte años de su muerte.
Son sobre todo los vehículos los que tienen una plástica singular. Nada es casual. Nuevos o viejos, vaciados de toda parte no metálica, o con sus ruedas incrustadas, compactados mediante procesos mecánicos, pero nunca dejados al azar, sino supervisados por el artista. Devienen esculturas leves, en las que juegan las luces, las sombras y el color. Pierden su carga cinética y adquieren una nueva calidad expresionista. Sus títulos, en los que se mencionan las marcas, juegan al equívoco de los iconos. Pero también hay anónimos tubos y barras de cobre, bidones, piezas sueltas sobre las que resuenan los chasquidos de la destrucción que los han inmortalizado.
Los grumos en poliuretano, por otra parte, conservan una morbidez orgánica, como lo hacen los materiales congelados en bloques de vidrio.
Los pulgares gigantes de César, con su detallismo de huellas dactilares, nos acercan a lo humano, a lo que es intrínseco a cada persona, erigidos en tótem. Son reconocibles, uno de ellos saluda a los visitantes en la entrada, expuesto en la plaza, frente al Beaubourg.
Desde el Dauphine comprimido en los 70, en una idea que nació con los primeros prototipos de la marca, y que conserva todos sus accesorios, hasta los Citröen ZX transformados sin estrenar con sus colores originales. De las primeras galletas de polímero a las definitivas, consolidadas bajo capas de laca que aseguran su perennidad. A través de sus esculturas de ferralla, de los senos de bailarinas titánicos, o los característicos pulgares de bronce, de oro, la muestra del museo parisino es un auténtico viaje a través de la obra de un visionario.
La producción de César Baldaccini se incluye en el «Nuevo Realismo», una corriente artística que retrocedió desde la poética de la abstracción, pero evitando regresar a lo figurativo, aferrándose a la textura de la realidad urbana. Todo su trabajo se articula en torno a las compresiones y las expansiones de diferentes materiales. Es también el diseñador del trofeo entregado a los galardonados con el premio nacional de cinematografía que lleva –a consecuencia- su nombre.
En su trabajo sobre la transfiguración de los objetos, no debemos olvidar que cuando el artista nació, en 1921, la industria automovilística apenas si había comenzado a industrializarse, y los plásticos no se comercializaban aun.
En la carrera de su invención alcanzó a declarar la destrucción controlada de modos de vida que se consolidaban, en una reflexión sobre el alcance de la penúltima revolución, la del consumo, y las consecuencias con las que la estamos pagando, los residuos.