«Me gusta la música que no tenga nada que ver con la mía»

Premio Nacional de Música en 2014, la compositora María de Alvear, radicada en Alemania, prepara una gran obra para solistas y orquesta mientras que no descuida la difusión de la música de hoy.

04 feb 2017 / 15:51 h - Actualizado: 04 feb 2017 / 18:55 h.
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  • La compositora María de Alvear. / Foto: Berthold Wegener
    La compositora María de Alvear. / Foto: Berthold Wegener

Inclasificable es una de las etiquetas que más empleamos los periodistas. Hoy se la colocaremos, por pura pedagogía con los lectores, a la compositora María de Alvear (1960), quien en 2014 obtuvo el Premio Nacional de Música y cuya carrera –desarrollada desde 1979 desde Colonia (Alemania)– otorga una atención especial a su propia creación musical, pero también a las obras de otros colegas, que da a conocer en su propio sello discográfico y editorial World Edition. Hija de la prestigiosa galerista Helga de Alvear y del arquitecto Jaime de Alvear, su misma biografía es un recorrido por las vanguardias del siglo XX.

¿Qué le llevó a fundar su sello discográfico propio?

La idea me surgió tras una conversación con Karlheinz Stockhausen, que había creado su sello. Lo hizo porque no se fiaba de nadie y quería tener el control sobre las ediciones de su obra. Yo pensé en aquel momento que la idea era muy interesante y estuve dándole vueltas durante algún tiempo. Entonces decidí experimentar conmigo, por eso los primeros discos estuvieron dedicados a mi música. Pero pronto comencé a publicar discos con música de otros compositores. Nunca ha sido fácil mantener a flote World Edition, porque hacer un disco es una tarea burocráticamente aburrida y económicamente cara. Hoy ya tenemos una rutina, somos un sello pequeño que editamos entre una y tres referencias al año.

No solo tomó prestado de Stockhausen la idea de un sello, también la del compositor que mantiene un equipo estrecho de colaboradores...

Así es, en mi oficina estoy rodeada por tres estupendas colaboradoras. Esto nos lo podemos permitir por desgracia muy pocos compositores. De todos modos, cuando lancé World Edition yo ya tenía una trayectoria y, sobre todo, tenía un montón amigos que me han ayudado mucho. Los compositores no cobran y los textos de los discos también me los hacen amigos; hasta hay emisoras de radios públicas que nos prestan grabaciones porque saben que nadie las publicará jamás y porque nuestras tiradas son pequeñas, de solo 500 ejemplares.

¿Qué le mueve a tomar la decisión de editar la obra de un compositor?

Me gusta publicar discos de mis amigos, claro, pero también de los amigos de los amigos, y de los amigos de los amigos de mis amigos. Hay músicos que me mandan a casa sus obras, y yo siempre lo escucho todo. Pero no quiero publicar ‘mainstream’ en mi sello, huyo de la vanguardia kitsch. Se preguntará que a qué me refiero. Pues, por ejemplo, a las obras de los incontables alumnos de Helmut Lachenmann, o a la música de Wolfgang Rihm. Son magníficos compositores ambos y no necesitan de mi modesto sello. Yo siempre estoy buscando nuevas músicas, me interesan cosas muy raras, cuanto más raras, mejor.

¿Cuáles son los planes más inmediatos que tiene para World Edition?

Después de mucho tiempo queriéndolo hacer voy a dedicar un disco al compositor Clarence Barlow, que nació en la India aunque vive en California. Él proviene del mundo de la música electrónica y tiene piezas muy interesantes. Además voy a abrir una nueva línea dedicada a intérpretes que abordan el repertorio clásico de una forma completamente inusual. Siempre me han encantado las grabaciones que el pianista Glenn Gould hizo de Bach. Y... ¡a ver qué pasa! Espero que sean unos discos muy divertidos.

Ha utilizado antes la palabra «rara». Su propia música diríamos que es extravagante, difícil de catalogar...

Yo tengo piezas claramente posrománticas y otras, casi siempre pianísticas, que se acercan a la estética de Morton Feldman, como Asking. Pero también tengo obras más radicales y controvertidas. Mi mundo es muy rico. Además de componer y publicar discos también edito la revista KunstMusik en la que solo y exclusivamente escriben compositores, lo hacen hablando de sus sueños, son lo que yo llamo ‘textos primarios’. Les prohibo describir sus obras, es la regla principal que deben cumplir. E invito a muchos compositores, cuanto menos tengan que ver con mi propia música mejor, más enriquecedor.

Tiene obras tituladas Vagina, Sexo Puro o Pene de colores. ¿Alguna vez buscó la provocación?

No, jamás. Que algunas de mis obras hayan resultado provocadoras lo he vivido como un problema añadido. Esos títulos no explican las piezas, su contenido. Lo que a mí me interesaba en aquellas obras es que los títulos hicieran pensar a los oyentes en algo, para luego yo, durante la audición, corregir su pensamiento, llevarles a otro lugar. La vagina, por ejemplo, es el centro de la vida; y el sexo puro era para mí la belleza del sol. Lo que a mí me interesa es cambiar el criterio, una palabra tiene un bagaje social, y a mí me gusta modificarlo, sacar unas maletas y poner otras en su lugar.

¿Cuánto le preocupa la difusión de su propia obra?

Mucho. Para mí es importantísimo que mi música se interprete. Y puedo decir orgullosa que mis 200 obras se han tocado, aunque haya sido en sitios tan alejados entre sí como California, Madrid, Tokio, Cuenca o Moscú. Pero esto es así, tenemos que asumirlo. En cada ciudad grande de este planeta habrá unas 200 personas verdaderamente interesadas en la música de vanguardia, y todas estamos de un modo u otro conectadas. Mis obras están alojadas en la nube, y yo esto lo he puesto a disposición de muchas universidades en las que he tenido la suerte de dar clases. Cualquier intérprete, esté donde esté, puede acceder a una partitura mía.

¿Cómo de conectados estamos los aficionados?

Yo recuerdo haber llegado por primera vez a Islandia. Y allí fui directamente, sin conocer a nadie, a la emisora de radio principal de Reikiavik. Pregunté por el encargado de la música. Entonces me presentaron a Torkell Sigurbjörnsson, que también era compositor. Y gracias a eso acabé haciendo conciertos en aquel país y hasta me dedicaron dos programas de radio. Incluso viví en su casa, con su mujer. Fueron auténticamente encantadores. En otra ocasión anterior, estando en Nueva York, quise conocer a John Cage y me dijeron: “Llámale por teléfono”. Así que eso hice, y lo conocí, claro. Pero es que yo los he conocido a todos. Llegué a Colonia en 1979, y en aquel momento esta ciudad era la capital mundial de la música contemporánea. Luego está mi contacto con los artistas plásticos, por supuesto, gracias a mi madre, la galerista Helga de Alvear.

¿Qué composición encontraríamos ahora mismo en su mesa de trabajo?

Llevo tres o cuatro años trabajando en una pieza muy grande, una obra para orquesta y coro, con cuatro solistas y piano. He ido a varios campos de concentración nazis para documentarme. No sé cuándo se estrenará, pero sé que lo hará. Porque yo nunca he escrito para guardar la partitura en el cajón. Y puedo adelantar que, felizmente, en esta ocasión todo parece indicar que se dará a conocer en España.