«Confusión de confusiones»

Tras deleitarnos en 2016 con «El Alcalde de Zalamea», la directora salmantina Helena Pimenta vuelve a Sevilla con un nuevo título de Calderón de la Barca, «La dama duende». Con versión de Álvaro Tato, el elenco va encabezado por Marta Poveda y Rafa Castejón junto a rostros habituales de la Compañía Nacional de Teatro Clásico como Joaquín Notario y Nuria Gallardo

19 may 2018 / 08:54 h - Actualizado: 15 may 2018 / 21:28 h.
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La enorme demanda de comedias durante los Siglos de Oro obligó a los dramaturgos al empleo de una amplia variedad de fuentes temáticas, siendo casi cualquiera de ellas válida para hallar argumentos con los que entretener al público. De este modo los innumerables corrales repartidos a lo largo y ancho de nuestra piel de toro fueron testigos de episodios sacados de la tradición medieval, la antigüedad clásica, la Biblia o las costumbres sociales de los distintos estamentos. Aunque en la mayor parte de los casos, la anécdota original se teatralizaba para tratar temas relacionados con el amor y el honor, ingredientes imprescindibles de la escena barroca. En el caso del segundo, este poseía una extraordinaria importancia en la época, ya que lo que un hombre era dependía de lo que representaba en la sociedad. No en vano el honor vivía amenazado constantemente por los comportamientos del individuo que rompía con las leyes morales, pero también por la suspicacia de los otros, por los rumores o por las sospechas. Y es que, como nos recuerda la profesora Encarna Pérez, «perder el honor o la honra era el mayor mal que podía sufrir un ser humano. Era semejante a perder la vida. El hombre sin honor no era nada. Su reparación incluía venganza y justicia urgentes, de forma que el individuo debía arriesgar su vida o asesinar a los causantes de la ofensa».

Una joven viuda

Con La dama duende, Pedro Calderón de la Barca ilustra una de las múltiples facetas de la problemática del honor: la difícil situación de una joven viuda. Ya un siglo antes, el humanista valenciano Juan Luis Vives ilustró los rígidos códigos de la época al escribir de las viudas que debían ser encerradas. El escritor y eclesiástico cántabro Antonio de Guevara incluso fue más allá, añadiendo que «se han de tapiar en sus casas, y se han de encerrar en sus cámaras», precisamente el mismo comportamiento que se exige de doña Ángela de Toledo, la protagonista de nuestra historia. A su situación, ya triste de por sí, hay que sumar el hecho de que no posee hacienda, pues su esposo falleció debiendo gran cantidad de dinero al rey. Por tanto, la suya es la desolación de una vida sin libertad («Que yo / entre dos paredes muera, / donde apenas el sol sabe / quién soy».

El humor como filtro

Pese a todo no debemos obviar que La dama duende es, fundamentalmente, una comedia de capa y espada en la que el enredo y la intriga son piezas consustanciales al propio drama y que a su vez nos transmite las incertidumbres del hombre de la época y las obsesiones de Calderón. Dicha propuesta cuenta asimismo con el humor ejerciendo de filtro «a través del cual emergen asuntos como la búsqueda de la identidad propia, el conflicto ilusión-realidad o la encrucijada entre el ser y el parecer», como bien explica la directora de la CNTC Helena Pimenta. Así, la nueva mirada del autor resta dramatismo al sentido del honor e incluso se atreve a parodiarlo, de ahí que doña Ángela se esfuerce en burlar su encierro, saliendo tapada a una función de teatro. Si bien al volver, la viuda debe servirse del galán don Manuel para evitar ser reconocida por su hermano menor, don Luis. Así comienza una trama de múltiples enredos y confusiones con un motivo recurrente en los escenarios del seiscientos, el de la «amante invisible», trocado aquí en un ser travieso.

Viaje al siglo XIX

Con estos mimbres no debe sorprendernos que la Compañía Nacional de Teatro Clásico apostase por La dama duende para el pasado Festival de Almagro. Una decisión que, unida al buen trabajo de actores y técnicos, dio como resultado un producto sugerente apreciado tanto en la cita estival como en su posterior gira. Entre las razones de su éxito hay que mencionar en primer lugar la versión de Álvaro Tato, filólogo especialista en la etapa áurea, cuyo libreto rezuma frescura a la par que respeto. Un texto que, como no podía ser de otra forma, brilla sobremanera en manos de Helena Pimenta, una de las mejores directoras de nuestro país, como anteriormente lo hicieran El sueño de una noche de verano o La vida es sueño. Y es que la salmantina ha sabido rodearse de un estupendo elenco cuya profesionalidad dota al discurso calderoniano —esta vez ambientado en el siglo XIX— de un aroma tan entretenido como actual. A la cabeza, Marta Poveda, quien interpreta a doña Ángela de manera ágil y vivaz, dotándola de unos registros pocas veces vistos en el personaje y que se complementan a la perfección con los de su criada Isabel, bien construida por Cecilia Solaguren. Dicho ejercicio obtiene su réplica en la figura del enamorado, don Manuel, a cargo de un Rafa Castejón brillante, que lo mismo declama los versos más dulces que reprende al sirviente con rotundidad. Ambos —Poveda y Castejón— repiten con Helena Pimenta tras El perro del hortelano, evidenciando una excelente química. Y es que su juego amoroso-fantasmal le debe mucho al ingenio de la directora. Esta terna protagonista se completa con el criado Cosme, interpretado por un sorprendente Álvaro de Juan cuya dicción cala entre el público desde la primera frase. Asimismo su aportación como «gracioso» es imprescindible para el éxito de la función.

Unos secundarios de lujo

¿Y qué decir de los grandes Joaquín Notario y Nuria Gallardo, referentes del teatro clásico español de los últimos veinticinco años? Por ser algo original apuntaré que aún permanece en la memoria del Teatro Lope de Vega su lección magistral del año 1997 con La venganza de Tamar, si bien en aquella ocasión ambos encarnaban una pareja tan trágica como bíblica. Esta vez, y en claro contraste con el drama de Tirso, Notario y Gallardo nos regalan en don Juan y doña Beatriz a dos personajes entrañables y llenos de ingenuidad que ponen la nota divertida al espectáculo. Junto a ellos despunta el hermano menor, don Luis, sobradamente ejecutado por David Boceta, cuyo discurso de los celos es uno de los pasajes más deliciosos de esta hilarante «confusión de confusiones». Para cerrar el círculo no debemos obviar a Paco Rojas y Rosa Zaragoza en los papeles de Rodrigo y Clara, quienes, como no podía ser de otra forma, están a la altura de sus compañeros. Ya en el terreno técnico cabe destacar la práctica y elegante escenografía de Esmeralda Díaz, el hermoso vestuario decimonónico de Gabriela Salaverri así como la precisa iluminación de Juan Gómez Cornejo. Y por supuesto la video escena de Álvaro Luna, que nos introduce en el Madrid de la época desde la primera proyección, ejerciendo de narrador omnisciente.

‘La dama duende’ es, fundamentalmente, una comedia de capa y espada en la que el enredo y la intriga son piezas consustanciales al propio drama. / Fotografía cortesía de CNTC

La mirada del autor resta dramatismo al sentido del honor e incluso se atreve a parodiarlo. / Fotografía cortesía de CNTC

Pedro Calderón de la Barca ilustra la difícil situación de una joven viuda. / Fotografía cortesía de CNTC