Si visitáis cualquier museo de arte clásico encontraréis que la mujer puede ser objeto de los cuadros que veáis en más de un sesenta por ciento. La figura femenina es un icono en pinturas de Rembrandt, Leonardo, Velázquez, Botticelli... El que no haya pintado una que tire la primera piedra. Sin embargo cuando tratamos de encontrar cuadros firmados por mujeres, la cosa cambia mucho, ¿por qué casi no hay mujeres pintoras? Bueno la razón principal es la misma de siempre: no se consideraba a las mujeres aptas para nada de lo que pudiera salir del ámbito doméstico, así que difícilmente podrían aprender y mucho menos dedicarse profesionalmente a las bellas artes.
La mayor parte de las mujeres que pintaban o esculpían eran hijas de artistas más o menos consagrados. Era frecuente que los artistas pertenecieran a sagas familiares. Los talleres de los pintores estaban vinculados con la familia y la familia con el taller, pues de eso vivían. Así, al tiempo que entraban aprendices de corta edad, los hijos e hijas de los pintores iban instruyendo poco a poco el oficio. La participación de las hijas y esposas en los talleres dependía de varios extremos: el talento, las necesidades del taller y los deseos del pater familias. Muchas hijas de pintores famosos llegaron a destacar con nombre propio y otras confundieron su nombre con el de sus padres o maridos. Sin embargo son escasas las mencionadas en libros de historia del arte, ya que sus obras fueron atribuidas a los hombres con los que colaboraron: padres, maridos, hermanos. Además, lo poco que se conocía de ellas ha sido minusvalorado por los críticos, que las califican como artistas menores.
El trabajo de los historiadores y expertos desde la década de los setenta ha logrado que esta situación haya cambiado y que varias pinacotecas hayan modificado la autoría de los rótulos de las obras que exhiben.
El hecho de que muchas mujeres pintoras aprendieran o formaran parte de los talleres paternos, no es una situación aplicable únicamente a la cultura occidental, también en el lejano oriente existieron pintoras que quedaron ocultas tras la sombra de sus padres y maestros. Una de estas mujeres fue Oei Katsushika, que desarrolló su carrera pictórica en el siglo XIX. Se cree que nació en 1800 y murió en torno a 1866, pero ni siquiera de eso estamos seguros. También se la conoce como Sakae. Hija del segundo matrimonio del gran pintor Katsushika Hokusai, conocido por sus pinturas del periodo Edo, grabados sobre el monte Fuji y sus ilustraciones del yomihon (un tipo de novelas históricas japonesas), Oei comenzó a pintar bajo las órdenes de su padre, luego se casó y continuó pintando, pero volvió a casa para cuidarlo tras su divorcio, ya que había sufrido una especie de parálisis. Ella fue quien lo asistió hasta el final de su vida. Muchas de las obras que se habían atribuido al padre parece que en realidad fueron pintadas por ella y otras fueron colaboraciones de ambos. El problema esencial para identificar su obra viene dado por el hecho de que no las firmaba. Los expertos observan en las escasas pinturas atribuídas a Oei un manejo de la luz distinto al realizado por su padre. Una de las obras más reconocidas de esta autora, donde podéis admirar lo referido a la iluminación es Escena nocturna en Yoshiwara. Una vez que murió su padre su figura desaparece también, sin que nada vuelva a saberse de ella. Su figura ha inspirado una novela titulada La hija del dibujante y una película de animé, Miss Hokusai, que me apunto para ver lo antes posible.
Algunas pintoras lograron destacar por sí mismas y aunque luego fueron olvidadas, su obra está siendo objeto de revisión a fin de ubicarlas en el lugar que se merecen. Una de estas mujeres, excepcional en cuanto a su origen, entidad y duración de su carrera fue Sofonisba Anguissola, la única mujer cuya obra se expone en el Prado. Hija de una familia noble (su padre no era pintor ni tenía nada que ver con el mundo del arte), nació en Cremona (posiblemente en 1532) su padre se encargó de que todos sus vástagos (seis mujeres y un varón) tuvieran la mejor formación posible, lo que incluyó música y pintura. Ella y su hermana Elena fueron enviadas por su padre como alumnas del pintor Bernardino Campi. Eran unas aprendices un tanto especiales, pues no realizaban el mismo tipo de trabajo que los demás, ni pertenecían a la familia Campi. Permaneció tres años allí, hasta que el pintor dejó la ciudad y después continuó su formación con Bernardino Gatti. En el año 1554 viaja a Roma para seguir aprendiendo y traba amistad con el grandísimo Miguel Ángel, que no duda en orientarla en su carrera. Para entonces ya recibía encargos pictóricos, era una artista reconocida.
Lo que hace especial la pintura de Sofonisba es la forma en que retrata a sus modelos, con cercanía, captando momentos de la vida cotidiana de forma cálida y divertida. Incluso en los retratos oficiales, que haría con posterioridad, se las ingeniaba para que sus modelos tuvieran algún gesto que los humanizase. Porque Sofonisba se convirtió en pintora de la corte de Felipe II sin llegar a recibir nunca ese nombre, sino el de dama de honor.
Cuando Felipe II contrajo matrimonio con Isabel de Valois se decidió que la pintora italiana la acompañaría. Sin embargo, como era noble no pareció buena opción «contratarla»como pintora de cámara ni nada por el estilo, porque era «hacerla de menos», después de todo los pintores no tenían mucha más consideración que los artesanos. Sofonisba vino a España y aquí permaneció catorce años. Entabló una espléndida relación con la reina a la que enseñó a pintar, mientras se mantenía activa como retratista de la corte española. Hizo retratos del rey , del príncipe Don Carlos, de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina de Austria... Con posterioridad, muchos de estos retratos han sido expuestos bajo el nombre de otros artistas que también prestaban servicios en la corte. Los motivos de que se considerase que no eran suyos hasta hace relativamente poco tiempo son de lo más variado: no firmaba sus obras, sus retribuciones no eran como pintora, sino como dama de honor, recibía regalos en vez de dinero en pago de otros cuadros y además cuando un cuadro gustaba, se hacían muchas copias por otros pintores, por lo que podía ser de cualquiera de ellos.
Anguissola permaneció unos años después de la muerte de la reina en la corte. Después marchó para contraer un matrimonio, concertado por el propio rey, con un noble siciliano. Tenía más de cuarenta años. El marido le duró cinco años, murió ahogado en una travesía en barco, en un rifirrafe con los piratas en el Mediterráneo. Rozando los cincuenta, cuando pretendía retornar con su familia a Cremona, conoció a un hombre mucho más joven que ella y decidió casarse para disgusto de su familia, de la del anterior marido y del propio Rey Felipe II. A mí me encanta este tipo de escándalo cuando una se lía la manta a la cabeza y hace de su capa un sayo... Mucho más cuando el escándalo se produce en pleno siglo XVI y XVII. Sofonisba continuó pintando y casada hasta su muerte y su marido apoyó su carrera hasta el fin, profesándole una admiración total. Uno de sus últimos autorretratos la muestra como una anciana vestida de negro, con la cabeza cubierta por un velo trasparente. A pesar de la notoriedad que tuvo en su tiempo cayó rápidamente en el olvido.
Diferente es también el caso de otra de las mejores pintoras de todos los tiempos, pero esta me la guardo para dedicarle un monográfico, porque como dicen en los anuncios de cosméticos «ella lo vale». ¿Quién es? Artemisia Gentileschi, hija de pintor Orazio Gentileschi, un talento atormentado: una gigante entre gigantes.