Casino Royale. James Bond es un mito. Personaje de las novelas de Ian Fleming y encarnado por varios artistas en el cine, ha tenido distintas caras, distintas formas de pelear, distintas maneras de tratar a las mujeres, distintas... todo. Sin embargo, James Bond es James Bond, el de Ian Fleming. Cuando más se han distanciado en el cine del 007 de Fleming peor resultado han obtenido. Bebedor, implacable, irónico, misógino, mujeriego, siempre fuera o en el difuso límite de lo establecido.

Si James Bond es un mito es, entre otras cosas, porque lo creó un escritor. Eso es fundamental. Por ello, es de agradecer que el del cine se parezca al de la literatura.

En Casino Royale, 007 es él. Comete asesinatos sin que le tiemble el pulso, trata a las mujeres como objetos que puede rentabilizar, es un atleta completo; astuto y especialista en forzar las situaciones con los malos y con los buenos. Pero, también, se enamora, sangra, recibe golpes que le hacen tambalearse; es un hombre roto, un solitario que no puede ubicarse de ninguna de las maneras. Este 007 (junto con el que interpretó Timothy Dalton) es el más próximo al de Fleming.

Lo interpreta un excelente Daniel Craig. Magnífico su trabajo. Sin aspavientos, sin grandes alardes, sólo con lo que es necesario para que el personaje tome forma. Ni más ni menos. El espectador tiene la sensación de estar ante el verdadero Bond. Le acompaña una bellísima Eva Green, actriz que parece muy poco valorada para lo que hubiera podido ofrecer. No es tan explosiva como otras chicas Bond, pero su papel se ciñe a un tipo de mujer y a una relación con el agente secreto que no lo permite. El villano cumple bien como tal y el actor que lo encarna, Mads Mikkelsen, también. Judi Dench defiende un papel corto e intenso con mucha solvencia. El resto son secundarios y están a la altura.

En Casino Royale se vuelve a la esencia de lo que es Bond. Esencia que nunca debió dejarse a un lado en etapas anteriores. Y se consigue retrocediendo en el tiempo, volviendo a los orígenes. Bond logra su ascenso a doble cero y, así, consigue licencia para matar. Cada persecución es excitante (la primera intentando dar caza a un tipo que se mueve como un felino es espectacular aunque, todo hay que decirlo, es la menos justificada de todas desde un punto de vista argumental); cada coreografía en las secuencias de acción está bien resuelta; el despliegue técnico es abrumador. Las escenas se presentan largas aunque la cámara se mueve con soltura para ofrecer distintas perspectivas y matices alternando planos con rapidez. La historia de amor entre Bond y Vesper Lynd se trata con delicadeza. La ironía se presenta con discreción sin deslizarse hasta el chiste facilón. Se alarga algo más de lo necesario sin hacerse pesada y el realizador, Martin Campbell, aprovecha para presentar a 007 en toda su dimensión.

La banda sonora de David Arnold es magnífica. Bien acompasada con la trama y de una variedad extraordinaria.

Casino Royal ocupa el puesto 21º de la serie y es la primera en la que aparece Daniel Craig. Una serie que se reinventa para regresar, que se rescata a sí misma, que protagoniza un mito. James Bond. El personaje de Ian Fleming.

Quantum of Solace. Esta la continuación de Casino Royal. 007 clama venganza y el resultado es que tenemos un personaje que se desintegra. Porque Bond no puede ir haciendo el papel de héroe de acción o de vengador enloquecido. Toda la ironía, toda la elegancia, todo el glamour que rebosa en Casino Royale, aquí desaparece. Un borrón en la nueva etapa. Poco más se puede decir.

Skyfall. Las personas no pueden dejar de ser lo que son y eso quiere decir que no pueden renunciar a su pasado. Las proyecciones del ser humano en forma de personaje arrastran esa misma característica. Además, tal y como está organizado el mundo en la actualidad, el pasado es un refugio excelente para poder sobrevivir. Todo parece aproximarse a los orígenes, todo tiende a camuflarse en lo nuevo, en el progreso, aunque todo necesita conservar lo esencial, lo fundamental de cualquiera de las cosas conocidas.

Sam Mendes es lo que cuenta en Skyfall; desde la confrontación entre lo esencial y lo cosmético, entre lo tradicional y la metamorfosis absoluta que provoca el avance tecnológico. Mendes nos presenta una trama especialmente negra en la que James Bond se aferra a sí mismo para poder continuar. Daniel Craig es un actor que se crece con el papel, que lo agarra con fuerza y lo vive intensamente en la propuesta que le ofrecen de regresar al pasado para jugar con ventaja frente a la realidad. El villano es un magnífico Javier Bardem que se divierte trabajando y que luce un rubio miedoso y sorprendente. ‘M’ es Judi Dench que aparece en la pantalla con naturalidad y oficio cuando el papel se alarga y toma una importancia desconocida hasta ahora en la saga. Todos los personajes procuran ser ellos mismos, todos los personajes buscan en el armario con el fin de poder entender lo que son. Mientras, el mundo parece avanzar a velocidad de locos; mientras, el MI6 es una organización desconocida incluso para 007.

La trama es más que interesante cuando comienza a oler a precuela, cuando apesta a final de ciclo al mismo tiempo. Intensa, angustiosa, emotiva y -no pocas veces- profunda y repleta de sentido. Y con ese argumento los personajes crecen y van moviéndose haciendo relevante cada gesto.

Técnicamente, la película es impecable. A pesar del gran alboroto que se produce con las persecuciones y una acción trepidante en algunas fases, Mendes mueve la cámara con elegancia y delicadeza; la fotografía se cuida notablemente, el maquillaje y la peluquería dibujan una ficción creíble y aportan la coherencia necesaria que la imagen está obligada a prestar; y la banda sonora se ajusta pulcramente a lo que reclama la película en su conjunto.

De nuevo, Craig parece que es 007 y, esta vez, uno llega a pensar en Sean Connery. Por fin, 007 se renueva para ser lo que tiene que ser porque sabe que el pasado en un territorio en el que tiene ventaja. Y, por fin, alguien se atreve, sin complejos, a profundizar en lo que interesa dentro una narración que no es otra cosa que en el personaje que aporta sentido a lo que se ve. Eso sí, que nadie se asuste; no faltan inventos asombrosos, tiroteos, satélites, persecuciones y romances que protagoniza el agente secreto.

Excelente película que sorprende por todo ello.

Spectre. James Bond ha tenido muchas caras. A James Bond se le ha presentado de distintas formas. Pero el agente 007 del MI6 siempre fue él mismo.

Los seguidores del personaje de Ian Fleming saben (sabemos) que Bond es un asesino despiadado, un tipo de hace su trabajo aunque le repugne porque es su deber, un hombre capaz de enamorarse profundamente o de acercarse a una mujer para que su misión sea más fácil. Puede jugarse miles de libras en el casino sin inmutarse. James Bond suda, pasa las de Caín y sufre como el que más. Es por esto por lo que la etapa que ha protagonizado hasta ahora Craig resulta tan especialmente grata.

Puede ser que algunos se quejen al encontrarse con tramas ya conocidas en otras etapas. Pero esta es otra de las gracias de las últimas cuatro películas: se busca una continuidad y la progresión de un personaje desde la misma esencia del mismo. La literatura de Fleming se impone ante las tramas inventadas que suelen utilizar materiales ajenos a lo que es Bond.

Falta por ver si Craig continuará, falta por ver si la franquicia, al cambiar de manos, seguirá con el mismo plan. Pero lo que ya conocemos se encuentra a un nivel francamente bueno.

Spectre comienza con un plano secuencia vigoroso y atractivo que se desarrolla en México D. F. durante el Día de los Muertos. Una persecución de infarto, maniobras de un helicóptero que dejan con la boca abierta, un enorme grupo de extras disfrazados para conseguir reproducir con detalle la fiesta... más no puede pedirse a un arranque de película. Pero también es verdad que ya vemos a un Daniel Craig algo ausente, algo aburrido y, por cierto, con un traje demasiado ajustado. No parece entusiasmado el actor con su trabajo. A pesar de que el guión se salpica con algunas frases ocurrentes e irónicas a Craig no le parece nada gracioso eso de seguir haciendo el papel de asesino despiadado. Y vemos las credenciales que presenta Sam Mendes como realizador. Un trabajo exquisito buscando los orígenes de un personaje que en las últimas entregas busca más salvar su mundo que salvar al mundo entero; un trabajo que equilibra los aspectos principales de la película sin dejar que lo amoroso se convierta en un pastel o lo violento en el único motivo de avance de la acción.

El ritmo de la película es constante y no hay sitio para el aburrimiento.

En el bando de los buenos encontramos a Léa Seydoux. La nueva chica Bond, sin ser explosiva como otras veces, hace un buen trabajo interpretativo que oscila entre el magnetismo de lo desconocido y la candidez. Mónica Bellucci aparece en pantalla sin que tengamos clara la razón. Por supuesto, desaparece sin decir adiós y sin que sepamos nada más de ella. Es el personaje más flojo con diferencia. Naomie Harris resulta ser una estupenda Moneypenny; Ben Whishaw un aseado ‘Q’ y Ralph Fiennes un extraordinario ‘M’. Fiennes lo tenía difícil al sustituir a Judi Dench y pasa la prueba sin problemas.

En el bando de los malos tenemos a Dave Batista, que encarna a Mr. Hinx, un armario ropero con uñas de metal en los pulgares y que está presente allí donde puede hacer daño a Bond. El villano es Christoph Waltz. Su papel como Franz Oberhauser; que es, en realidad, el conocido Ernst Stavro Blofeld, líder de la organización más criminal y despiadada de la historia, podría tener algo más de profundidad. Eso es verdad. Y queda algo soso. No es el villano que podría esperarse y se desaprovechan las capacidades interpretativas de Waltz. Javier Bardem, por ejemplo, está muy por encima en Skyfall.

Sin ser la mejor película de James Bond, es muy entretenida, está llena de guiños a otros trabajos anteriores y vuelve a reclamar al personaje en todas sus dimensiones.