‘De aquí a la eternidad’: Zinnemann y Clift tocan el cielo

‘De aquí a la eternidad’ es una de las películas más hermosas de la década de los 50. Todos recordamos la emblemática escena de Burt Lancaster y Deborah Kerr besándose en la playa, pero merece la pena volver a ver esta gran obra por muchas otras razones. Fred Zinnemann dirigió con maestría una fascinante trama ambientada en los albores de la segunda guerra mundial y logró extraer de Montgomery Clift una interpretación absolutamente memorable como el soldado Prewitt.

09 sep 2017 / 08:59 h - Actualizado: 07 sep 2017 / 00:24 h.
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  • La escena mítica del beso en la playa protagonizada por Burt Lancaster y Deborah Kerr. / El Correo
    La escena mítica del beso en la playa protagonizada por Burt Lancaster y Deborah Kerr. / El Correo
  • Todo el elenco logra un trabajo estupendo gracias a la dirección de Zinnemann. / El Correo
    Todo el elenco logra un trabajo estupendo gracias a la dirección de Zinnemann. / El Correo
  • ‘De aquí a la eternidad’: Zinnemann y Clift tocan el cielo
  • Cartel de la película. / El Correo
    Cartel de la película. / El Correo
  • ‘De aquí a la eternidad’: Zinnemann y Clift tocan el cielo

Fred Zinnemann dirigió algunas excelentes películas que tenían en común un tema persistente: el individuo fiel a sí mismo en un entorno que intenta hacer tambalear su esencia. El sheriff abandonado a su suerte en Sólo ante el peligro, la religiosa que se rebela contra el voto de obediencia en Historia de una monja... Y sobre todo, Prewitt en De aquí a la eternidad (From here to eternity, 1953), el soldado que se atreve a desafiar la arbitraria voluntad de sus superiores y lleva hasta las últimas consecuencias el principio que guía su vida: «Un hombre que no sigue su propio camino no es nada».

La fijación temática de Zinnemann tenía mucho que ver con su experiencia personal. Bajo unas formas suaves, atípicas en un Hollywood poblado de directores de rudo trato, yacía un fondo sólido de convicciones creativas, que él defendía con contundencia frente a los poderosos productores de los estudios.

De aquí a la eternidad, escrita por un veterano de la segunda guerra mundial, James Jones, fue un clamoroso éxito de ventas y el presidente de Columbia, Harry Cohn adquirió los derechos para llevarlo al cine. La historia, ambientada en un cuartel de infantería en Pearl Harbour, justo antes del ataque japonés, relata la llegada al regimiento del soldado Prewitt (Montgomery Clift), al que el comandante al mando, Holmes, y sus suboficiales hostigan porque se niega a participar en los campeonatos de boxeo que se disputan en el mundillo castrense. Prewitt no cede, fiel a sus principios (abandonó porque en un campeonato dejó ciego a su adversario) y encuentra consuelo en los brazos de una chica de alterne, Lorene (Donna Reed) y en su amistad con el soldado Maggio (Frank Sinatra). El otro protagonista masculino de la historia es el sargento Warden (Burt Lancaster) que, jugándose acabar en prisión, inicia una aventura con la mujer de su superior, Karen (Deborah Kerr). Dotado de un peculiar código del honor, Warden contemporiza aparentemente con los desmanes de Holmes, pero protege disimuladamente a Prewitt, a medida que va tomando conciencia de sus extraordinarias cualidades.

Adaptar la novela al cine era una tarea difícil, pues el volumen estaba repleto de material fuerte para la pacata sociedad norteamericana de los 50: prostitución, adulterio y abusos en el ejército. El excelente guionista, Daniel Taradash, tuvo el mérito de pulir las duras aristas de la novela sin que la historia perdiera un ápice de su fuerza y mensaje, soslayando el rígido código de censura cinematográfico. Por otra parte, como era necesario contar con la colaboración del ejército americano para rodar en sus instalaciones en Hawai, Taradash atenuó la dura visión de la institución castrense. Así, por ejemplo, la conducta de Holmes –que queda impune en el libro- es castigada en la película.

Cohn contrató a Zinnemann para la dirección y el mismo consiguió mucho peso en la selección de actores. Burt Lancaster fue la opción obvia para encarnar al sargento Warden, pues actor y personaje desprendían testosterona, arrogancia y confianza en sí mismos. Transmitir la combinación de emociones de Warden, que observa las muestras del espíritu resistente de Prewitt, debatiéndose entre la admiración y el escepticismo, requería sutilidad interpretativa. Lancaster logró un buen trabajo, pero con esfuerzo, pues hasta entonces le habían tocado papeles unidimensionales. Su varonil apostura y la energía contenida que transmitía, aportaron una fisicidad casi palpable al personaje y estuvo muy convincente en todas sus escenas de amor con Deborah Kerr, incluida la más famosa en la playa. Esta imagen icónica del cine clásico nos resulta hoy moderada pero fue todo un hito del erotismo en un Hollywood condicionado por la censura.

El resto de las elecciones del reparto fueron contrarias a los estereotipos interpretados hasta entonces por los actores. El delgado e intelectual Montgomery Clift era una opción aparentemente improbable para un hombre con pasado de boxeador, pero Monty, como le llamaban, era un actor del Método y se preparó con ahínco para el rodaje, tomando clases de boxeo, corneta (otra habilidad de Prewitt) e incluso de marcha militar. Nos regaló una de las más trabajadas y sensibles interpretaciones de la historia del cine, viviendo más que representando, la esencia del personaje: su leal devoción por el ejército aunque éste no le corresponda, su integridad y su temeraria testarudez. Los primeros planos de Clift muestran una belleza que nos cautiva por su profundidad en contenido emocional, su riqueza expresiva, el espíritu que desbordaba su mirada y el enigma de su sonrisa. Lancaster relataba que Clift se aproximaba al guión como si fuera un científico y que motivó al resto del reparto para elevar la calidad de su trabajo.

Que Deborah Kerr encarnara a Karen Holmes fue otra decisión valiente del director. Hasta entonces, estaba encasillada en papeles de damas etéreas, por lo que para el público resultó totalmente inesperado que representara a una sensual adúltera. Lo cierto es que ella misma estaba sorprendida («Me siento desnuda sin mi tiara» comentó con humor cuando le hicieron fotos publicitarias en bañador). Kerr supo transmitir con matices la complejidad de una mujer tensa y solitaria, que vive con descreimiento y tristeza la farsa de su vida matrimonial. Su forma de mirar a Burt Lancaster, con la expresión anhelante de quien ha encontrado un gran amor cuando ya había colmado la copa de la amargura, es conmovedora. Debemos agradecer a Zinnemann que convenciera a Harry Cohn para renunciar a su candidata inicial al papel, Joan Crawford, sutil...cual trueno...

A pesar de que Cohn apenas invirtió en publicidad, la afluencia del público a las salas fue masiva y la obra triunfó al sintonizar con una sociedad norteamericana que vivía entonces otra guerra, la de Corea.

La habilidad en la dirección de actores, la sobriedad de los movimientos de cámara, la nitidez y luminosidad de las imágenes, la precisión de los encuadres y del montaje son señas de identidad del gran Zinnemann, que obtuvo el Oscar a la mejor dirección de 1953. Hubo otras siete estatuillas a la mejor película y mejores guion, fotografía en blanco y negro, montaje, sonido, actor secundario (Frank Sinatra, que vio renacer su carrera gracias a su composición de Maggio) y actriz secundaria (Donna Reed, muy convincente como Lorene).

Warden seduciendo a Karen una tarde lluviosa o montándole una escena de celos en la playa ...Prewitt comprendiendo a Lorene («Nadie miente sobre su soledad») o tocando la corneta con los ojos anegados en lágrimas por la muerte de Maggio... Warden y Prewitt compartiendo una borrachera para ahogar sus penas... todas ellas son escenas mágicas que se instalan en nuestra memoria y que componen una de las más bellas historias del séptimo arte sobre el anhelo de amor y de pertenencia del ser humano y sobre la dificultad para el individuo de salvaguardar su integridad.

Donna Reed y Montgomery Clift. / El Correo