Disoluciones: Crisis del Yo y del lenguaje en Persona de Bergman

Persona es, tal vez, la mejor película de Ingmar Bergman. La crisis del lenguaje, la destrucción de la imagen o la relación vampírica entre personas, son algunos de los asuntos que el realizador sueco trata en un trabajo que se puede calificar como obra de arte.

13 ene 2016 / 13:28 h - Actualizado: 15 ene 2016 / 08:45 h.
"Cine - Aladar","Ingmar Bergman"
  • Liv Ullman y Bibi Andersson. / El Correo
    Liv Ullman y Bibi Andersson. / El Correo
  • Liv Ullman y Bibi Andersson. / El Correo
    Liv Ullman y Bibi Andersson. / El Correo
  • Fotograma de la película. / El Correo
    Fotograma de la película. / El Correo
  • Fotograma de la película. / El Correo
    Fotograma de la película. / El Correo
  • El realizador Ingmar Bergman / El Correo
    El realizador Ingmar Bergman / El Correo

Pronto habrá un teatro donde no se diga absolutamente nada, en donde cada personaje se esfuerce por alcanzar la futilidad de la palabra solo para que el sonido se convierta en incoherencia o muera antes de salir de la boca gesticulante.

Olga Bernal. Lenguaje y ficción en las novelas de Beckett.

Persona, rodada en 1965 por Ingmar Bergman y protagonizada por Liv Ullman y Bibi Andersson, es ese teatro proyectado en una pantalla. El film lleva al extremo cualquier tentativa anterior de su autor, es un film límite que se acerca peligrosamente a lo que sería un antifilm emparentado con la antinovela o con el antiteatro de Beckett e Ionesco.

En el año de su estreno, el cine moderno ya ha emprendido su andadura de forma plena, hace media década que la explosión de la Nouvelle Vague francesa capitaneó la renovación de las escrituras cinematográficas a nivel mundial cuestionando los límites de lo que hasta entonces se consideraba debía ser el relato cinematográfico. El cine comienza a tomar conciencia de sí mismo y, como en la pincelada de Van Gogh, el medio se hace presente. La imagen deja de ser un vehículo y pasa a ser un fin, la imagen ya no puede ser lo que era tras habernos mostrado los horrores de la guerra, el holocausto e Hiroshima, hay que repensarla y reconstruirla. Films como los de Antonioni o Godard llevan el lenguaje del cine a un nuevo nivel que ya en El año pasado en Mareinbad de Alain Resnais muestra un límite que el cine jamás había tocado y nos habla de la ininteligibilidad del mundo y de la memoria fracturada

Persona a pesar de poseer un argumento y estructura algo más convencionales que Marienbad sigue el camino trazado por esta. Ya en el mismo argumento encontramos la referencia hacia la crisis del lenguaje: Una de las dos únicas protagonistas del film, la actriz Elisabeth Vogler permanece callada por su propia decisión, lleva días sin pronunciar una palabra. En su acto entendemos un alejamiento del lenguaje que supone el paso decisivo para la desintegración del yo. Como en Heidegger la palabra habita el vacío, ya no designa a la realidad, su significado desapareció en Auswichtz. Elisabeth observa aterrorizada las imágenes televisivas del Vietnam así como la célebre fotografía de un niño judío bajo la mirada de las SS en el gueto de Varsovia. Estas imágenes se imponen con una realidad aplastante, ninguna palabra podrá designarlas y más tarde hasta la imagen caerá en el vacío. Solo el silencio transmite algo de sentido para Elisabeth. Si en el mundo moderno el yo permanecía inmutable siendo el mundo el que se configuraba a partir de él, (pudiendo el mundo fragmentarse o convertirse en interrogación, pero no el yo), en esta nueva realidad posthumanista sucede al contrario, es el exterior, las imágenes terribles de aquellos acontecimientos lo que resultan verdaderas hasta lo insoportable, el yo en cambio vacila ante ellas: Frente a su reacción ante estas imágenes que transmiten sucesos traumáticos de la historia de la humanidad, la actriz expresa ante la fotografía de su propio hijo algo muy diferente y la rompe sin vacilar. Si todo personaje narrativo, clásico o moderno, se configura a través de una moral, Elisabeth es uno de los escasos ejemplos que se configura en la ausencia de la misma.

El silencio de Elisabeth es el único leitmotiv del film, pero sólo por oposición, la enfermera que trata de cuidarla, Alma, será la voz. Alma se enfrenta al la mudez de su paciente de forma cada vez mas problemática, y pasa por distintas etapas de identificación y proyección con Elisabeth, hasta que la violencia entre ambas inevitablemente estalla, primero de forma íntima a través de confesiones de índole sexual que comienzan a romper la mascara, el rol asumido por la enfermera, después de forma física y agresiva cuando resulte la única forma de intentar oír su propia voz antes de que desaparezca. La fusión de sus personalidades será inevitable, las palabras de Alma tienden hacia el silencio de Elisabeth, se viste como ella, empieza a fumar como ella; a su vez el silencio de Elisabeth precisa de la voz de Alma, ella es aquello que pretende hacer desaparecer, engullir en un acto vampírico como nos escenifica la propia Alma, cortándose en el brazo y ofreciendo su sangre a la paciente. La relación entre ambas manifiesta todos los interrogantes de cualquier relación intersubjetiva. Persona es una reflexión sobre el ser humano, pero lo es sobre su desintegración, que ocurre dentro del propio ser aunque siempre en relación al Otro, y que, además, ocurre pareja a la del mismo film.

Lo que Persona nos muestra va unido de forma íntima y ejemplar a su propia sustancia fílmica, aunque usemos a veces la referencia literaria para hablar de lo sucede en la película, sería engañoso tratar de definirlo en esos parámetros; Persona es un film que no niega su condición. Pero si bien toda la corriente cinematográfica moderna posee en cierta medida el carácter autoreferencial, este en Persona es de nuevo llevado al extremo, hasta el punto que junto a la disolución del ser no muestra la del cine, la de la película, la de las imágenes.

El relato cinematográfico queda en Bergman literalmente suspendido, la narratividad lineal desaparece, y el espacio y el tiempo carecen de importancia para el yo en desintegración, a lo único que le queda por sujetarse hasta este momento es a la propia película, al mismo celuloide que lo ha apresado en la temporalidad del metraje, no como sustancia en que se desarrollan los acontecimientos –de hecho Bergman suprimiría en el montaje final varias escenas presentes en el guión que marcaban el paso del tiempo- sino al revés. Nos encontramos ante un tiempo paralizado por el film en el que su única función es marcar los veinticuatro fotogramas por segundo. Un continuo presente, una conciencia del tiempo ligada a la experiencia del instante en la que la memoria no puede separarse de lo que ocurre, simultaneidad de la experiencia temporal que queda definida por el uso libre del flashback a lo largo de la cinta. Escenas que se repiten como la que muestra a Elisabeth caracterizada de Electra y que buscan una dialéctica entre lo que ocurrió y lo que ocurre introduciendo vivamente la experiencia pasada como experiencia presente, pero sin ser memoria del personaje, sino sustancia para el espectador, de ello se deriva una narración tan quebrada que difícilmente podríamos afirmar a que tiempo pertenecen incluso aquellas escenas que pueden sugerirlo. Una indefinición que transcurre entre el encendido y el apagado de los carbones de la proyección.

Lo mismo ocurre con el sentido de realidad de lo narrado, a menudo se tiene la sensación durante su contemplación de que muchas escenas no ocurren realmente salvo en el imaginario de sus protagonistas, efectivamente el recurso de lo onírico es también habitual en Bergman; no obstante en este film su autor borra cualquier huella que nos permita dilucidar qué instantes ocurren en la realidad y cuáles no; simplemente esta distinción ya no es pertinente; por un lado tenemos que la realidad se encuentra en estado permanente de duda (la física moderna y el psicoanálisis así nos lo demuestran), de otro si la imagen se han separado de la realidad, si ya solo puede configurarse a sí misma, tenemos que todo lo que acontece en el film pertenece a su dominio, el de un intento de apresar una realidad que ya no es tal. Si el lenguaje da forma al ser, sólo la imagen da forma al film. Hasta que esta también se diluya.

La célebre secuencia de la quema del negativo es el punto ejemplar al que todo el film se dirige, la desaparición física de la imagen. Todo sucede cuando Alma, mostrando un sadismo impropio de su profesión e influida inevitablemente por Elisabeth, decide dejar un trozo de cristal en el suelo para que su paciente se corte, tras varias veces en que esta está a punto de pisarlo hasta que finalmente se lo clava en la plana del pie, Alma esta dentro de la casa, desde allí oye el quejido de la señora Vogler y desde la ventana la observa; Elisabeth le devuelve significativamente la mirada. El negativo de la película se rompe y arde –como si no soportase la tensión de ese cruce de miradas- se nos muestra la materialidad del film y de paso su fragilidad.

Una foto es siempre invisible: no es a ella a quién vemos nos dice Rolan Barthes refiriéndose a la imposibilidad de separar el referente fotográfico de la propia fotografía, aquí a medida que el referente desaparece el cine se vuelve visible, la propia imagen se vuelve visible como no-imagen, como vacío, como nada: Cuando la imagen arde hay algo que nos evidencia de forma clara, ella no es el objeto, no es el referente, este no-ser es la nada que se extiende entre la imagen y la realidad. En el caso de la imagen fotográfica o cinematográfica que son índice directo de la real, esta nada constituye un negarse a sí misma –de ello que sólo pueda expresarse plenamente con la destrucción literal de la película, de ello que nunca, ni siquiera en Marienbad, haya sido expresada con la contundencia de esta secuencia-, la nada se encuentra dentro de la misma imagen como en el ser. Nos encontramos en definitiva con que en última instancia la reflexión de Bergman vuelve a ser reflexión sobre el lenguaje, pero tomado este, porque ya no puede ser de otra forma, siempre en relación al ser.

En Persona Bergman ejemplifica el nuevo estadio del ser en el que el lenguaje constituye una forma desesperada de agarrarse a un yo que ya no es estable como en la modernidad; la película es, de esta forma, una reflexión extrema que lleva ese lenguaje hasta la no significación, al tiempo anulado; a la confusión entre autor, personajes y espectador; que conduce por momentos al vacío comunicativo del que trata la propia película, a una literal destrucción del film, a una nada que opera dentro del film y dentro del ser. Persona representa un nuevo momento en la historia del cine en la que el lenguaje no nombra al mundo como en el clasicismo, ni lo rehace o inventa como en la subjetividad moderna, un momento en el que el lenguaje pasa a estar dentro del ser y es ser dentro del lenguaje, la disolución reciproca de Elisabeth en Alma es la disolución del uno en el otro.