El astro de Oriente

Hay artistas que trascienden, convirtiéndose en faros que iluminan una sociedad, y persisten como referencias inevitables de una renovación cultural. Oum Khaltoum es uno de las figuras imprescindibles de la mitología de la música. Una de las grandes. Su importancia en el mundo árabe es desconocida en Occidente. Y será difícil que se comprenda

16 jun 2018 / 08:40 h - Actualizado: 14 jun 2018 / 20:56 h.
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  • Oum Khaltoum interpretaba todos los géneros musicales y renovó, con su forma de cantar, la métrica árabe. / El Correo
    Oum Khaltoum interpretaba todos los géneros musicales y renovó, con su forma de cantar, la métrica árabe. / El Correo
  • María Callas se había referido a ella como la incomparable voz. / El Correo
    María Callas se había referido a ella como la incomparable voz. / El Correo
  • Oum Khaltoum es, para el mundo árabe, un mito de unas proporciones desconocidas en Occidente. / El Correo
    Oum Khaltoum es, para el mundo árabe, un mito de unas proporciones desconocidas en Occidente. / El Correo

Nadie se le puede comparar.

Al amanecer del tres de Febrero de 1975, las emisoras radiofónicas anunciaban el fallecimiento de la cantante egipcia Oum Khaltoum, después de una larga enfermedad, y el mundo árabe, desde Casablanca a Bagdad, se sumergió en un duelo incontrolable. Se reportaron suicidios, tumultos, y manifestaciones de histeria colectiva. En El Cairo, más de cuatro millones de personas salieron a la calle en una de las mayores manifestaciones de dolor de la que se tiene constancia. Habría que remontarse la cremación de Mahatma Gandhi, que conmocionó el subcontinente indio en 1948, o aguardar a la sensación de orfandad que sucedió al deceso de Ruhollah Jomeini en la República Islámica de Irán en 1989 -que fue despedido en medio de una catarsis comunal- para encontrar un parangón con los funerales de la diva. Enloquecida de dolor, la multitud secuestró el ataúd para llevarlo a la que había sido su mezquita favorita en la Ciudad de los Muertos. Al caer la tarde, las autoridades se vieron obligadas a sacar al ejército a la calle para evitar un desastre.

María Callas se había referido a ella como la incomparable voz.

Oum Khaltoum es, para el mundo árabe, un mito de unas proporciones desconocidas en Occidente. Nacida en una familia humilde, se inició con el canto salmodiado de los textos sagrados, y pronto se hizo evidente para su círculo familiar que la niña tenía una voz privilegiada. Empieza entonces una carrera vertiginosa sobre los escenarios que no detendría ni la muerte. Porque por primera vez los árabes oían canciones de amor tierno y apasionado, de mujeres que suspiraban por sus amados, que eran amantes tiernos y cariñosos.

Los primeros jueves de cada mes, por la tarde, la cadena radiofónica Sawt al-Quaira. «La voz del Cairo» emitía sus conciertos en directo, y la ciudad quedaba paralizada por completo para escuchar a la que fue conocida como «La Cuarta Pirámide», «La Voz de los Árabes» o «La Estrella de Oriente». En el Líbano, en Israel, donde era igualmente admirada por árabes y judíos; en Siria o en Marruecos, las familias se reunían en torno a los aparatos de radio para suspirar juntos. «Los árabes no están de acuerdo en nada –escribió el premio Nobel de literatura Naguib Mahfouz- salvo en adorar a Oum Khaltoum».

Elegante y refinada, siempre con el pelo recogido, la gafa negra, un largo pañuelo en la mano envolviendo una bola de hachís que al penetrar en la piel la inducía en una especie de trance, según dice la leyenda, su afinidad con los movimientos panarabistas y el nacionalismo del régimen de Nasser la elevó a la categoría de mito, y convirtió su muerte en el fin de una era.

Comenzó cantando vestida de muchacho, para eludir la servidumbre vergonzante de la tradición, que proscribía a las mujeres sobre los escenarios. Vendió doscientos millones de discos en vida, y aun hoy continúan las ventas a un ritmo cercano al millón anual, además existe una cadena de televisión con su nombre, que emite sus canciones día y noche. Nadie que se haya subido a un taxi en Trípoli, en Ammán, o en Damasco, habrá dejado de escuchar su quejido interminable, que araña el alma llenándola de aflicción. Imitada por Shakira y por Beyoncé, admirada por Sartre y por Dalí, homenajeada por Bono, o por Dylan, su tesitura de contralto, situada en el espectro más grave del registro musical -y por lo tanto rarísima- se reconoce de inmediato.

Fue emblemática su actuación en la sala Olimpia de París en dos conciertos que tuvieron lugar en 1967. Actuaba por primera vez para los emigrantes árabes en Europa y los que tuvieron el privilegio de asistir, hablan de la apoteosis, del delirio de un público enloquecido. Tres canciones en seis horas en la que la diva demostró su dominio magistral del tarab, la variación interminable sobre un mismo tema. Al acabar los conciertos, el público, enardecido, se arrojaba a besar el suelo sobre sus pasos.

Moderna y a la vez anclada en la más profunda tradición musulmana, distante como un ídolo, y al mismo tiempo, cercana como una matriarca, Oum Khaltoum interpretaba todos los géneros musicales, y renovó con su forma de cantar la métrica árabe. Todos los grandes poetas vivos escribieron canciones para ella, especialmente Ahmed Rami que escribió ciento treinta y siete, y sobre estas composiciones descansa gran parte de su éxito. Es el símbolo de un Egipto laico, avanzado y moderno donde una mujer descubierta podía subirse sobre un escenario sin dejar de ser una gran señora. «La Madre de Egipto».