El buen soldado

La sociedad británica, en sus zonas más elevadas, ha dado un gran juego literario. Sentimientos, culpas, grandeza o clasismo se convierten en vehículos imprescindibles para realizar una radiografía exacta de una realidad compleja.

04 feb 2017 / 12:00 h - Actualizado: 02 feb 2017 / 11:02 h.
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  • Portada de ‘El buen soldado’. / El Correo
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Nos preguntamos, las apariencias... ¿engañan o definen?
¿O son los cuatro protagonistas de esta novela los que intentan engañarlas a ellas desde su infierno particular creado de convenciones sociales y de hipocresía?
Hay que ver, y puede hacerse en esta novela, lo que ha dado de sí en la literatura el estudio de los ejemplares de esa diferenciada especie humana que son las clases altas británicas, los que extendieron la civilización por el mundo, marcada por unos códigos complejos pero estrictos: la anestesia de los sentimientos, la separación social, las apariencias de la rectitud y la vida correcta, espaciada por tiempos estrictamente pausados para comer, para vestirse, para jugar, viajar y beber. Para elevar el bienestar material a la altura de un dios implacable que gobierna sobre el amor y sobre el sexo. El matrimonio como trampa. La expatriación como norma de conducta.
Para reflejar esta clase, odiosa, pero que está en el origen de lo que se considera de buen tono, de gente bien, en (ya) todas las culturas, el escritor británico Ford Madox Ford utiliza un espejo deformante cuyo azogue está en la voz de un narrador enigmático y engañoso, peligrosamente dispuesto a explicarse, y de quien dudamos si es víctima o culpable. Un narrador que utiliza la ironía como una de esas armas arrojadizas que, cuando no golpean, regresan a las manos de sus hábiles lanzadores.
Va contando, superponiendo detalles y recuerdos como por la casualidad de la memoria, y formando una historia que se espesa como un cuadro muy empastado; basto, pero al mismo tiempo resplandeciente de matices; sucio, pero veraz; pintura que, habitualmente vista desde lejos convence, pero que se deforma, grotesca, según nos acercamos a sus amalgamas de color.
Una novela magistral por su trazado que deja ver afinidades con grandes contemporáneos y amigos del escritor. Con Conrad y con Lawrence.
Se estudian los sentimientos de culpa y de pecado con todos sus matices, la carga que les imprime la religión que las dicta. Las zonas oscuras de la mente humana y la distorsión como memoria manufacturada. Lo razonable, lo sobreentendido y lo supuesto. El infierno social.
Una historia, en la que, como en todas aquellas de las buenas que propone la literatura, el lector debe arriesgarse a sacar sus propias conclusiones. Porque al fin y al cabo, ¿Quién habita el infierno? ¿Aquellos que lo sufren pero están vivos, o quien hace la crónica desde la muerte, apartado de todo sentimiento?
Si tuviéramos que hacerle elegir, ¿debe de ser honesta la mujer del César, o parecerlo?

Calificación: Espléndida.
Tipo de lector: Cualquiera interesado en la buena literatura y en la construcción de la narración.
Tipo de lectura: Ágil, redundante, engañosa.
Argumento: Complejo y ambiguo.
Personajes: Brillantes.
¿Dónde puede leerse?: En un largo viaje en tren o en un balneario.