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Actualizado: 15 mar 2017 / 23:18 h.
  • El cielo y la tierra: «Si solo caminas los días soleados, jamás llegas a tu destino»
  • El cielo y la tierra: «Si solo caminas los días soleados, jamás llegas a tu destino»
  • El cielo y la tierra: «Si solo caminas los días soleados, jamás llegas a tu destino»
    Oliver Stone cerró su trilogía sobre la Guerra de Vietnam con esta película. / El Correo
  • El cielo y la tierra: «Si solo caminas los días soleados, jamás llegas a tu destino»
    Oliver Stone durante el rodaje de película. / El Correo

Vietnam del Sur, 1953. Una familia granjera, como tantas otras, vive de la plantación de arroz. Su sexta hija, Le Ly, aprende sobre la vida ayudando a sus padres. Los espíritus de sus antepasados y la naturaleza les acompañan en el trabajo de la tierra. La joven vietnamita cosecha recuerdos felices hasta que los franceses llegan, queman y arrasan la aldea. Se inician así las guerras coloniales y el destino de Le.

«El cielo y la tierra» es la última película con la que Oliver Stone, en 1993, culmina su trilogía sobre la guerra de Vietnam tras «Platoon» y «Nacido el 4 de julio». En esta obra se expone el punto de vista vietnamita del conflicto y se dibuja a las verdaderas víctimas del conflicto, los civiles.

La obra está inspirada en la vida de Le Ly Hayslip quien recogió su experiencia sobre la guerra en los libros «Cuando el cielo y la tierra cambian de lugar» y «Niña de la guerra, mujer de la paz».

A pesar de su baja recaudación en taquilla, la película es una secuencia de lecciones de vida en frases sencillas, pero rotundas. La historia es narrada por la protagonista, interpretada por Hiep Thi Le, quien reflexiona y nos hace reflexionar sobre el ciclo de su vida. La narración acompaña al espectador a lo largo del intenso arco dramático por el que fluye el personaje.

La inmensa selva, arrozales, granjeros, vidas humildes, aldeas, pies descalzos, el sol, la tierra, el pasado y los espíritus. Eso es Vietnam. A 13.797,25 km de distancia, Estados Unidos, con sus fábricas e hipermercados, la abundancia, el consumismo y el sueño americano. Los primeros tienen palos para defenderse. Los segundos, tanques y fusiles para atacar. No es de extrañar que se sintieran legitimados para intentar arrebatar una tierra que no les pertenecía. Será que se creyeron la farsa del gran sueño americano. Un sueño que no llega nunca, que se queda atascado a mitad de camino, levitando entre el cielo y la tierra, tal y como se siente Le Ly.

Su infancia transcurre junto a su familia, tranquila y feliz, hasta que su tierra es corrompida por el gobierno del sur, apoyado por Estados Unidos, que intenta acabar con la guerrilla comunista. A ella la violan, la torturan y maltratan. Sufre la insolencia de hombres que no la respetan. Se ve obligada a marchar de su aldea e ir a Saigón para servir en una casa donde su patrón la deshonra. De vuelta a la provincia, vive de la venta de hachís a soldados americanos y hasta recurre a la prostitución para garantizarse el pan. Logrará un poco de estabilidad al conocer a Steve Butler (Tommy Lee Jones) un marine americano del que se enamorará y con quién partirá a Estados Unidos para iniciar una nueva vida. Al gran festín de bienvenida le esperan dos cuñadas bien rollizas y cantidades ingentes de comida. La escena llega a ser incluso desagradable. Los niños miran absortos la comida sin atreverse siquiera a probar bocado. En el supermercado, ella camina por los pasillos observando atónita todos los estantes abarrotados de latas en conserva y comida prefabricada. Ahí no hay lugar para los espíritus.

Por mucho que se aleje de su tierra, por mucho que huya de su pasado sus raíces siempre le acompañarán y estarán presentes. La vida le pondrá delante una y otra vez todos aquellos asuntos que no ha resuelto, como su mal karma con los hombres. Lo que debe lograr es la difícil tarea – pero al mismo tiempo tan sencilla- de vivir en paz consigo misma bajo cualquier circunstancia: la guerra, el desamor o la pérdida. Finalmente, Le Ly se entrega a su destino. Su alma encuentra la paz cuando las piezas están en su sitio y hay un equilibrio. Y he ahí, la gran reflexión de la película: cuando nos resistimos contra nuestro destino, sufrimos. Cuando lo aceptamos, somos felices.

Hiep Thi Le y Tommy Lee Jones en un momento de la película. / El Correo

Tommy Lee Jones encarna al marine Steve Butler. / El Correo