El color prohibido: Literatura e imágenes de la homosexualidad en Japón

Una novela contemporánea, un clásico inmortal y dos libros de fotografía nos abren la puerta de los misterios de Oriente a través de una de las sociedades más refinadas del mundo. Y lo oculto sale a la luz mediante sus manifestaciones artísticas. El bushido, código de honor samurái, recorre las generaciones manteniendo una línea que conecta el presente con el pasado, articulando la sociedad. Las relaciones entre varones se han desarrollado en paralelo a Occidente, pero manteniendo una singularidad.

06 dic 2018 / 11:20 h - Actualizado: 06 dic 2018 / 12:00 h.
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YUKIO MISHIMA

El color prohibido es el rojo, significante de la homosexualidad en la cultura nipona. Sorprende que un joven Yukio Mishima se atreviera a internarse en una novela tan extensa -y tan intensa- pero sobre todo tan madura, con un protagonista que es a la vez superficial y complejo, por lo tanto muy real. Sigue la estela de algunos de los autores occidentales a los que admiró: Thomas Mann en las deambulaciones filosóficas, Marcel Proust en una investigación sobre la decadencia y la consecuencia de los detalles, contada con cierta lejanía hipócrita y forzada. Trabaja como ellos –pero secundariamente- sobre el tiempo.

La acción se desarrolla en la postguerra. No se detecta ni un solo sentimiento de remordimiento por el pasado nacional ni de rencor por la derrota, si acaso, a través de los personajes vemos una sensación de cambio inevitable que transforma la sociedad, modificando las costumbres, enterrando viejas glorias, ofreciendo nuevas oportunidades.

El color prohibido: Literatura e imágenes de la homosexualidad en Japón
Portada de la novela de Yukio Mishima ‘El color prohibido’. / El Correo

El tema es puramente fáustico. La novela reflexiona sobre la vida y sobre el arte. Los personajes son utilizados por Mishima para investigar –parece- las contradicciones que le atormentan como ser sensual y también como literato, tanto que nos parece reconocerlo en las dos encarnaciones principales, la del célebre y acabado escritor Shunshuké como la del hermoso joven Yuichi.

Pero hay más, claro, El color rojo, un retrato del ambiente homosexual y de la sociedad burguesa del Tokio de la ocupación. La colisión de una doble vida de la que el protagonista es el único que sale indemne gracias a su belleza física. Están la corrupción moral vinculada a la decadencia de la estirpe y la admiración por Occidente, en una situación malsana que solo se redime por la juventud de Yuichi y su narcisismo ensimismado.

El color rojo aparece, como una señal, en alguno de los momentos destacados de la acción.

EL GRAN ESPEJO DEL AMOR ENTRE HOMBRES

Durante la era Genroku, uno de los momentos más brillantes para la literatura japonesa, las relaciones amorosas entre hombres, generalmente entre un adulto y un adolescente, eran consideradas normales e incluso deseables para una amplia capa de la población cultivada, a semejanza de lo que ocurría entre los griegos de la Edad de Oro.

Ihara Senkaku, un escritor prolífico que se extendió con hondura por los vericuetos del amor heterosexual, parece haber inventado estos cuentos exclusivamente para dar satisfacción a un público entendido. En la primera parte, Historias de samuráis, los protagonistas son casi siempre hombres de armas que han elegido el honor de seguir la vía del amor viril concebida como algo idealizado. El lector se sume en los códigos morales de la sociedad del seiscientos nipón en unos relatos breves en los que hay burlas, apasionamientos repentinos y perdurables, pero sobre todo muertes producidas por amor. La muerte está presente como forma de realización en la práctica totalidad de los cuentos.

El «mundo flotante», panorama fuera del control social, lugar de libertinaje, barrio habitado por las gentes del teatro y del placer, es el verdadero protagonista de la segunda parte de la obra, Historias de actores, que está dedicada a los jóvenes intérpretes del kabuki, que eran también hermosos amantes interesados, situados entre la prostitución y el arte, mezclando quizás ambos campos con su creatividad. De trasfondo está el prestigio de los jóvenes actores, pero también de los amantes.

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Durante la era Genroku, las relaciones amorosas entre hombres, generalmente entre un adulto y un adolescente, eran consideradas normales e incluso deseables. / El Correo

El autor actúa como un experto, los muchachos que protagonizan los cuentos han sido referenciados con sus nombres y apellidos a destacadas figuras del ambiente teatral de los inicios del siglo XVII. Manifiesta conocer también su medio, la evolución a peor sufrida en los años transcurridos hasta que él escribe en la década de 1680 –y es que el mundo siempre va a peor para los amantes de los jóvenes- pero también sus códigos de actuación y de comportamiento. Subyace en todo el texto el amor por los muchachos, la presencia de esa belleza efímera que encanta, y que es capaz de arrastrar a los hombres a una perdición o a una ruina buscadas con ahínco, que imponen por lo tanto un timbre de prestigio.

En alguna de las historias irrumpe, simbólica, la desaparición hacia los márgenes de lo contado de uno de los amantes.

La obra servirá para orientarse en las procelosas aguas del Japón premoderno y para contemplar el panorama de las relaciones entre personas del mismo sexo que recorren los diferentes países del mundo y de la historia hasta desembocar en el presente, aportando cada una su particularidad y su bagaje.

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En el texto de Ihara Senkaku subyace el amor por los muchachos. / El Correo

FOTOGRAFÍA DE TAMOTSU YATO

En el idioma japonés, Otoko es el hombre, el macho, lo viril.

Otoko es uno de los libros de fotografías de este célebre fotógrafo nipón de desnudos masculinos, al que podemos considerar uno de los clásicos, junto con Eikoh Hosoe, por ser precursores en el tratamiento del cuerpo del hombre oriental, por estar vinculados de una u otra manera al escritor Yukio Mishima y sobre todo a su particular visión del erotismo, de la vida y de la muerte, así como de los valores superiores del hombre japonés que Tamotsu enumera en su libro y a cuya búsqueda se lanza con la cámara en la mano: sinceridad, limpieza, generosidad, nobleza, coraje, paciencia, inteligencia o compasión.

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El fotógrafo Tamotsu Yato en 1956. El Correo

Son por lo tanto retratos con intención, que persiguen unas cualidades que entroncan las imágenes con el código de los antiguos samuráis, a los que el fotógrafo había actualizado, dedicándoles un álbum anterior, Young Samurai. Siguiendo esa estela innegable, el artista busca la vitalidad en la franja de edad que rodea a los veinte años y que él considera el momento ideal para capturar a un joven, cuando ha dejado atrás la primera juventud pero aun no es un hombre maduro. El momento de su mayor poderío físico, pero también cuando sus cualidades espirituales no han sido modeladas aun por la vida.

Tamotsu huye de la vulgaridad. Los retratos, de gran belleza plástica, se fijan en blanco y negro utilizando los recursos del granulado y de la exposición a la luz, se significan con complementos tradicionales para encubrir la búsqueda de esa mirada erótica, que sugieren más que muestran con el fundoshi, la prenda íntima tradicional; cubriendo sus cuerpos con los yukatas, escondiendo su sexo con sombras o marionetas. Triunfantes y heroicos en su hermosura.

Otoko se editó en 1972 en Los Ángeles.

Naked Festivals en 1968, en Tokio y Nueva York.

El origen de las fiestas tradicionales de Japón se pierde en lo remoto, originadas allí como aquí en la prehistoria, como ancestrales rituales de iniciación a la edad madura; o de fecundidad, vinculados a los ciclos agrícolas y a las deidades de la tierra y el mar, en donde el agua, el fuego y el sonido son los protagonistas. Hay un hecho diferencial, la desnudez, cubierta en Occidente por la moral religiosa pero que en el archipiélago nipón ha conservado un componente sagrado.

Con la apertura al mundo, en el novecientos, las autoridades emprendieron una campaña de desprestigio de estos acontecimientos paganos, pendientes de la mirada europea, y no será hasta la segunda mitad del siglo XX cuando se revisiten estos festivales teniendo en cuenta su carácter folclórico, su belleza plástica y su importancia histórica y antropológica.

Fruto de ese redescubrimiento -de esa reivindicación- surge este libro. Está prologado por Mishima que profundiza en el espíritu de los matsuri, da paso a una recopilación de fotografías, y se cierra con un par de análisis histórico-etnológico-religiosos, a más de una breve guía de los festivales en la década de 1960. Muchos de ellos se siguen celebrando.

Las imágenes son agitadas, tomadas en el apresuramiento de los movimientos colectivos y los accidentes climáticos, mareas de hombres semidesnudos, entrelazados, orgullosos, felices. Son sesgadas, fragmentarias, surgen de las sombras. Editadas, se componen en un todo coherente que refleja con exactitud todas las facetas de esas celebraciones báquicas: purificación, competiciones, fraternidad, intensa virilidad; lo que tienen de peregrinación y de hecho procesional, todo ello no exento de un erotismo que el fotógrafo no busca, sino que encuentra para nosotros.

Los ensayos son minuciosos y analizan con rigor las diferentes facetas de estos festivales desde una visión global. Se trata de un testimonio histórico, un catálogo y un hermoso libro de fotografías que hace el efecto de una guía para el presente y por el pasado.

Naked Festivals se inserta dentro del importante trabajo desarrollado en torno a la visión del cuerpo masculino y los ideales tradicionales de la moral japonesa. Arroja también la imagen menos esperada de esa sociedad.