‘El funambulista’: La vida sobre un cable de acero

La existencia es un cable estrecho por el que debemos caminar sin miedos, manteniendo el equilibrio justo. El funambulismo es una de esas prácticas llenas de la belleza que aporta la muerte a todo lo que se arrima. Aunque no es exactamente un deporte, Aladar quiere acercar al lector uno de los poemas en prosa más bellos escritos en el siglo XX

13 jun 2017 / 14:00 h - Actualizado: 12 jun 2017 / 20:35 h.
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  • Portada de ‘El funambulista’. / El Correo
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  • Jean Genet. / El Correo
    Jean Genet. / El Correo
  • Funambulistas. / El Correo
    Funambulistas. / El Correo
  • Funambulistas en tacones. / Fotografía: Les Colporteurs
    Funambulistas en tacones. / Fotografía: Les Colporteurs

Supongo que los lectores de esta página me permitirán una licencia al considerar el libro de Jean Genet como una posibilidad para hablar de deporte y cultura. Ya sé que es tramposa la elección. Porque el funambulismo no es exactamente un deporte aunque lo realicen verdaderos atletas. Sí, es más espectáculo circense, espectáculo a secas, una especie de demostración en la que la vida de una persona se pone en peligro y muchos cientos miran sin poder evitarlo sabiendo que la muerte acecha agarrada a la pértiga que mantiene vivo a ese loco que camina por un cable. Y es tramposa, la elección, porque el poema en prosa de Genet habla de la vida, de la muerte, de las dos cosas porque son lo mismo, de lo que es la vida comparándola con un cable metálico muy fino que invita a caer. No es El funambulista un libro que hable de deporte, pero casi. Y su belleza es de tal envergadura que se me hace difícil, al estar rozando la práctica deportiva, alejarme sin intentar que otros lo lean y disfruten de una de las mejores obras de Jean Genet.

Se publicó por primera vez el año 1958. Más tarde se editó, casi siempre, acompañado de otros textos de Genet. Ahora (en España desde hace tiempo) se publica sin compañía.

Genet tenía cuarenta y cinco años cuando lo escribió. Lo hizo pensando en Addallah Bentaga, un muchacho huérfano que apadrinó el escritor hasta que encontró a otro muchacho y dedicó todos sus esfuerzos a que su vida fuera mejor. Bentaga no lo supo entender y se tomó unos medicamentos que acabaron con su vida. Por si fallaban esas pastillas, el chico se cortó las venas al mismo tiempo. Así la muerte sería segura. Jean Genet, junto a la policía, encontró el cadáver del joven. El olor era insoportable y Genet lloró. No lo hacía desde treinta años atrás.

El funambulista es un libro delicioso, un verdadero canto a la vida y a la muerte, a la existencia que es lo que contiene ambas cosas. Aparentemente, Genet se refiere al muchacho, le aconseja, le advierte de lo que pasará, de lo que nunca vivirá, de cómo alcanzar objetivos. Pero, en realidad, Genet lo que hace es reflexionar sobre lo que vive, lo que ya sabe y lo que intuye; Genet nos cuenta a nosotros eso mismo que se enmascara tras un consejo a su protegido.

El poema es emocionante y su potencia lírica es casi endemoniada. Es una obra corta y se lee en treinta o cuarenta minutos, pero volvemos a ella buscando eso que sabemos que hemos dejado sin tocar y merece aparecer con fuerza para que una lectura grande se haga inmensa.

El lector se encontrará con cosas como esta: «El peligro tiene su razón de ser: obligará a tus músculos a lograr una perfecta exactitud –el más mínimo error causaría tu caída, acarreando esta padecimientos o la muerte-, y esa exactitud constituirá la belleza de tu danza. Razona de este modo: un zoquete ejecuta el salto mortal en el alambre, falla y se mata, y el público no se sorprende demasiado, se lo esperaba, casi lo deseaba. Tú tienes que saber danzar de una forma tan bella, llevar a cabo gestos tan puros con el fin de mostrarte valioso o raro; así, cuando te prepares para el salto mortal el público se inquietará, se indignará casi de que un ser tan grácil ponga en riesgo su vida. Pero te sale bien y regresas al alambre y entonces los espectadores te aclaman, pues tu habilidad acaba de salvar de una muerte impúdica a un valiosísimo volatinero».

Ahora, trasladen esto y todo lo que dice Genet en El funambulista a la existencia de una persona, a eso que suma vida y muerte, a lo que hacemos en este mundo. Y les garantizo que la experiencia no podrán olvidarla jamás. Recuerden: «Pero por espacio de diez segundos -¿es poco?- deslumbráis».