El fútbol por encima de todas las cosas

Hay quien podría pensar que unir fútbol y arte es, sencillamente, una quimera. Y nada más lejos de la realidad. Otra cosa bien distinta es que algunos, o muchos aficionados al fútbol, no muestren el más mínimo interés por el arte o que algunos o muchos artistas crean que el fútbol no merece atención alguna. Pero eso ya es hablar de las personas y de sus circunstancias

12 oct 2018 / 10:04 h - Actualizado: 12 oct 2018 / 10:59 h.
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  • El fútbol y la cultura son tan compatibles porque pueden ser la misma cosa. / El Correo
    El fútbol y la cultura son tan compatibles porque pueden ser la misma cosa. / El Correo
  • El fútbol de Fontanarrosa es pasión, religión, superstición, miedo, arrojo, un plan estructurado para hacer vencer al equipo. / El Correo
    El fútbol de Fontanarrosa es pasión, religión, superstición, miedo, arrojo, un plan estructurado para hacer vencer al equipo. / El Correo
  • Caricatura de ‘El Negro’ Fontanarrosa. / El Correo
    Caricatura de ‘El Negro’ Fontanarrosa. / El Correo

Si alguien se esforzó por arrimar el fútbol al arte, en convertir un deporte en una forma de expresión artística, ese fue Roberto ‘el Negro’ Fontanarrosa. ‘El Negro’ fue hasta el año de su muerte (2007) uno de los humoristas gráficos más importantes de Argentina y, además, un excelente escritor. En muchos de sus relatos breves, dedicó el esfuerzo narrativo a contar historias en las que el fútbol, los jugadores y las aficiones fueran los personajes principales. Son muchos relatos. Pero alguno de ellos sobresale sobre el resto.

Si buscamos esa fusión de la que hablamos entre arte y deporte, de la forma más explícita posible, hay que leer Viejo con árbol. El texto es excelente. Fontanarrosa nos cuenta cómo un equipo de aficionados tiene un seguidor fiel desde unas semanas atrás. Uno solo. Se trata de un anciano que mira los partidos sentado bajo un árbol. En uno de los partidos, un jugador se retira porque no puede más a causa del calor y sale de la cancha por la zona en la que el anciano observa con unos auriculares puestos (escucha un concierto de música sinfónica). El futbolista se sienta junto a él e inician un diálogo interesantísimo en el que el anciano explica el partido como si se tratase de un conjunto de esculturas, una danza, un lienzo, un ballet o una obra de teatro. Las descripciones (encuadradas en ese diálogo) son estupendas. Y el lector, del mismo modo que el futbolista del relato, va mirando ese partido de otro modo. Pero aparecen las pasiones y Fontanarrosa nos vuelve a colocar frente al fútbol como deporte que arrastra al más pintado hasta territorios que dejan al descubierto algunas cosas que nos gustan (agresividad, apasionamiento desmedido...). Tras plantearnos un partido a los lectores que se juega en una cancha distinta a todas las imaginadas, el autor nos golea, después de zancadillearnos, para que volvamos a la realidad. Cualquier amante del fútbol disfrutará con la lectura de este relato.

Pero, de entre todos los cuentos del argentino, uno de ellos sobresale sobre el resto. Es posible que sea el mejor relato futbolístico jamás escrito. Fontanarrosa, escapando de todo preciosismo o lenguaje imposible, logra construir un universo en el que todo lo preside el fútbol, en el que todo crece, disminuye o desaparece por efecto de este deporte. Habla de la pasión del aficionado, de la extravagancia del que vive como un hincha y nada más. El viejo Casale (así se titula) es un relato en el que todo cabe si el objetivo es la victoria. Centra la acción en el antes y el durante de la semifinal de Torneo Nacional Argentino, si bien es cierto que se narra habiendo pasado unos años. Esto le proporciona al relato un punto de acidez demoledor cuando el lector comprueba que la reflexión del narrador no casa con la pasión. El partido lo disputan Rosario Central y Newell’s Boys. Asistimos (en el tramo final de la narración) a pases envenenados del Flaco Menotti, a paradas imposibles que ponen los pelos de punta y causan terror en la afición. Dos aficiones: los canallas (Rosario Central) y los leprosos (Newell’s Boys). Un partido que muchos consideran que, de perderlo, puede cambiar la vida de la ciudad y de un par de generaciones. Así de exagerado es el mundo que dibuja Fontanarrosa porque así de exagerado es el mundo del fútbol.

Encontramos pasión, religión, superstición, miedo, arrojo, un plan estructurado para hacer vencer al equipo. El autor expresa, como nunca antes nadie había conseguido, cómo seguir a un equipo no es tan importante como odiar al contrario (en muchos casos, afortunadamente, eso no se produce); las consecuencias de una derrota; la angustia del espectador, su alegría; cómo se llega a situaciones extremas por defender unos colores.

La vida de las personas se abarata si se trata de un partido que hay que ganar como sea. Todo se justifica aunque sea de forma absurda; lo que sucede en el campo es lo único importante.

El viejo Casale es una joya de la literatura. No hay que olvidar que Fontanarrosa era argentino, que allí no se puede vivir el fútbol sin verdadera pasión, como si cada partido fuese el último. Por ello, el trazo de los personajes es exacto, porque él era uno de esos aficionados. Imprescindible.