El puente sobre el río Kwai: Las rarezas de la guerra
Durante una guerra ocurren cosa crueles, insólitas, extrañas o inexplicables. Todo puede ser mientras hay miles de hombres dispuestos a morir y, más tarde, un vencedor. Esto es lo que retrata la película del realizador David Lean. Una de esas películas que resultan inolvidables y que forman parte privilegiada de la historia del cine desde el momento en que se estrenan.
Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los estudios de todo el mundo se lanzaron a filmar películas de género bélico intentando retratar el heroísmo de sus ejércitos. Casi siempre falsos. Por supuesto, los norteamericanos lograron el mayor número de películas (buenas y malas) y, con ello, los que más patria hicieron desde las pantallas de cine. Una de las más aclamadas en su momento (lo sería hoy del mismo modo puesto que se trata de una película enorme) fue El puente sobre el río Kwai. Un reparto de lujo y un presupuesto cósmico para la época (tres millones de dólares). Rodeada de polémica al ser sus guionistas (Michael Wilson y Carl Foreman) dos de los integrantes de las listas negras dictadas por Joseph McCarthy en los años cincuenta. Y por el monumental enfado del autor de la novela Le pont de la rivière Kwaï (Pierre Boulle) en la que se basó el guión de la película, al no respetarse el final y algunos aspectos que Boulle consideraba esenciales.
Lo que se narra en la película no se parece mucho a lo que sucedió en realidad. Lo que pasó con aquel puente es mucho más desastroso, mucho más prosaico. Pero en la película se trata de hacer patria como en casi todas las de esa época. Por eso el resultado final es una historia llena de hombres valientes, de honor sobresaliente, bien plantados, de buena planta a pesar de las calamidades que pasan, grandes amigos y cosas así. Bueno y de justificaciones. Antes, durante y después de una guerra, todo se llena de excusas. En cualquier caso, es una excelente muestra de lo que puede ser una película bélica. Contenida al relatar las zonas violentas, centrada en las motivaciones personales de cada personaje; con una fotografía cuidada y, por ello, espléndida; una dirección de actores (David Lean) que realza lo importante de esa unión entre actor y personaje que siempre debe estar; un guión rebosante de frases que hacen crecer a los personajes después de pronunciarlas y una banda sonora que incluye la mítica Marcha del Coronel Bogey (de no ser por eso pasaría desapercibida).
Durante la Segunda Guerra Mundial, un regimiento británico que ha firmado su rendición, es trasladado a una zona de Tailandia para construir un puente de ferrocarril. Al mando se encuentra el coronel Nicholson (Alec Guinness) convencido de que lo importante para un militar es, además del valor, la disciplina y acatar las normas. Se encuentra en el campo de prisioneros con el comandante Saito (Sessue Hayakawa) que entiende las cosas de un modo muy diferente y con el que tendrá un primer mes de enfrentamientos directos. La construcción del puente se retrasa por la falta de habilidad de los ingenieros y la poca colaboración de los británicos. Esto obliga a un acuerdo entre oficiales. El comandante Shears (William Holden) logra escapar del campo para regresar formando parte de un comando especial que destruirá el puente que tiene como oficial jefe al mayor Warden (Jack Hawkins). En realidad, lo hace obligado puesto que usurpó la identidad del verdadero Shears, muerto en combate. Nicholson se toma tan en serio la construcción del puente que llega a olvidar que puede ser un acto colaboracionista con el enemigo y lo lleva hasta las últimas consecuencias. Desvelar más detalles sería una pena.
La interpretación de Guinness es formidable. Creíble, compacta y sobria. Uno de los pilares de la película junto a la dirección. Pero lo que más me llama la atención de esta película (debe ser por la cantidad de veces que la he visto y que permite que fije en cosas pequeñas) es cómo se mueven en cada escena los extras. Parece increíble que siendo tan desastrosos, haciendo las cosas tan rematadamente mal, el conjunto no se vea afectado. Casi al comienzo de la película, al llegar los prisioneros al campo de trabajo, no dejen de fijarse en cómo desfilan. Alguien podría pensar que llegan en condiciones extremas y que fingen esos ademanes, pero no es el caso. Todo lo contrario. Se trata de un desfile de lo más marcial.
El puente sobre el río Kwai ha envejecido más que bien. Sigue siendo una película emocionante, con un punto reflexivo sobre la guerra y la misma vida, francamente, interesante. Ni se pasa en exceso haciendo buenos a los buenos, ni malos a los malos. Y sigue siendo una película que pueden ver los niños y los jóvenes aunque la cosa vaya de guerras. Mucho más inocente que cualquier telediario de la televisión. Quizás sea por eso inolvidable, por ser una película que soporta el paso del tiempo, por ser eternamente moderna. O porque cuenta las rarezas de la guerra desde un lado que casi tenemos olvidado. Desde los valores de las personas y no desde su zona oscura