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El retrato de la señora «x» (I)

El escándalo se ha revelado siempre como motor de la Historia de Arte. Imágenes que hoy nos parecen triviales desencadenaron en su momento polémicas y murmuraciones. Recordamos la vida de la protagonista de una de las pinturas decisivas del siglo XIX. Sargent pintó a Virginia Gauthereau durante dieciocho meses en su residencia de Bretaña. El resultado una maestra delsiglo XIX.

03 dic 2016 / 12:29 h - Actualizado: 28 nov 2016 / 23:12 h.
"Arte","Pintura","Arte - Aladar"
  • En el boceto de la Tate, 1884, vemos la primera versión que se expuso, con el tirante caído, que sería rectificado por Sargent posteriormente. / El Correo
    En el boceto de la Tate, 1884, vemos la primera versión que se expuso, con el tirante caído, que sería rectificado por Sargent posteriormente. / El Correo
  • Boceto preliminar. / El Correo
    Boceto preliminar. / El Correo

Solo queda su fulgor en el retrato que pintó John Singer Sargent por voluntad propia –que no por encargo-. Hoy es uno de los tesoros del Metropolitan Museum de Nueva York. Porque de Virginia Amelia Avegno, hija de un terrateniente esclavista de Nueva Orleans, nacida en esa ciudad el 29 de enero de 1859; de su excepcional belleza, y sobre todo de su actitud, su presencia, su encanto, quedará el testimonio -en las notas de la historia- de una belleza histórica que preludió esa calidad mediática de estrella, que no aparecería en el mundo hasta que la popularización del cinematógrafo desató el fanatismo en torno a ídolos prefabricados. Nada de eso existía en su época. Su impresionante belleza se transmitió como una leyenda por todos los rincones de Europa.

Sabemos que llegó a Francia con ocho años, huérfana de un padre que perdió la vida en la batalla de Shiloh, como oficial confederado en la Guerra de Secesión. Sabemos que ascendió poco a poco los escalones sociales hasta llegar a lo más alto. También que se casó con un rico banquero bretón que poseía una propiedad en Paramé, cerca de Saint-Malo, de apellido Gauthereau.

Conocemos el escándalo monumental que causó la exposición del retrato en el Salón de 1884, que ocasionó que Sargent saliera hacia Londres con el cuadro debajo del brazo, porque el mundo no estaba preparado para esa innovación en el trazo, para esa altivez en el gesto y esa impudicia del posado. En palabras de Frank Jewett Maher, que analizó el impacto producido en la exhibición, el cuerpo parecía emerger desnudo de su vestido como una espada de su funda. El público quedo escandalizado, y fue imposible mantener el secreto sobre la personalidad de la retratada, cuya madre pidió al artista que el cuadro fuera retirado de la exposición. Él se negó diciendo que la había pintado exactamente con lo que iba vestida, y que dudaba de que el óleo pudiera decir algo peor de lo que ya había dicho la tinta impresa sobre las apariciones públicas de su hija.

Sargent pintó a Virginia Gauthereau durante dieciocho meses en su residencia de Bretaña, cuando la modelo tenía 24 años, sobre cientos de bocetos, uno de los cuales se conserva en la Tate Gallery de Londres. Fue un proceso costosísimo, desesperó al pintor, que confesaría a su amiga Vernon Lee estar luchando con la Belleza imposible de ser pintada, y con la desesperada pereza de la modelo.

El retrato es considerado una de las obras maestras del siglo XIX. Porque la muestra como era: superficial, inmodesta, egocéntrica, con un realismo descarnado que hoy admiramos pero que el público decimonónico recibió como una bofetada.

Pero de la belleza de la retratada, de su contundencia, queda poco más que los testimonios alucinados de sus contemporáneos.

El Rey Luis II de Baviera, el constructor de castillos, el loco, el enamorado de lo hermoso, dejó subrepticiamente Munich para admirarla en París, a través de su monóculo incrustado en brillantes, mientras se dirigía a su palco, por la escalera de mármol de la Ópera Garnier. Regresó estupefacto a la corte de Baviera. Imposibilitado de liberarse de la fuerza de la imagen, que le atenazaba como una pesadilla, habló con su prima la Emperatriz de Austria, Isabel, quien sabiendo que la Gauthereau se encontraba en Niza acudió a la ciudad de incógnito acompañada de su hermana, la duquesa de Alençon. Referiría después que estaba encantada de haber tenido el privilegio de ver una estatua viviente, y que desearía recibirla en su palacio de Corfú, para contemplarla paseándose por los jardines, frente al Egeo, entre los mármoles antiguos.

Introducida en los círculos diplomáticos rusos por su íntima amiga la princesa Yurievskaya, esposa morganática del zar Alejandro II, colaboró en la gestación de la alianza franco-rusa, aunque de esto poco se sabe porque todo en su vida era secreto. Se dice que fue para la Tercera República el equivalente a lo que fue Madame Recamier desde el Consulado hasta la Restauración, o la Condesa de Castiglione para el Segundo Imperio.