El séptimo sello: El ser humano sumido en la oscuridad

Bergman planteaba en El séptimo cielo un universo construido entre luces y sombras. La cinta, llena de simbología, de sentido crítico respecto a la religión y de un concepto del hombre pasmoso, es una obra maestra del cine.

13 ene 2016 / 13:49 h - Actualizado: 15 ene 2016 / 08:44 h.
"Cine - Aladar","Ingmar Bergman"
  • Imagen de la película. / El Correo
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Edad media en Suecia. El texto del Apocalipsis resonando de forma intermitente. La peste negra avanzando sin encontrar obstáculos a lo largo de Europa. Una Iglesia que convierte cualquier mal en castigo divino. Teatro. Un matrimonio feliz. Una mujer acusada de ser bruja, a la que han roto las manos, a punto de ser quemada. Un bebé. Una mujer que no habla. La muerte. Infidelidad. Un matrimonio deshecho. Un escudero que habla con criterio, con ironía e inteligencia. Un caballero intentando encontrar el sentido de la vida, atormentado. La muerte. Y un tablero de ajedrez. Estos son los ingredientes que mezcla Ingmar Bergman en su película El séptimo sello. Película extraordinaria.

Dios y Bergman no terminaron de entenderse. Entre otras cosas, porque Bergman no podía escucharle (le acusaba de silencioso en exceso, cosa, por otra parte, muy normal). Denuncia recurrente en el cine del autor sueco. Bergman y las religiones no hicieron nunca pareja. La brutalidad, la torpeza y la ignorancia con la que se manejó la Iglesia durante el medievo llevando a la humanidad a su zona más oscura, es otro de los asuntos que Bergman airea. Y elige como vehículo fragmentos del Apocalipsis, un libro bíblico lleno de simbología, cerrado sobre sí mismo, pero que lanza un mensaje muy claro: el día del juicio final cada uno de nosotros recibirá lo que se merece, los pecados serán una lacra y la bondad un billete directo al cielo. Y en primera clase. Bergman sentía y expresaba una angustia ante la vida extraordinaria. El sentido de la vida es algo inalcanzable, algo que descubriremos tras nuestra muerte si es que existe algo más allá.

Todo ello sumado a la superstición, a la maternidad, al fanatismo, al teatro. Luces y sombras. Ese es el universo planteado. Bergman ataca la existencia del hombre dibujando todas las dudas que podemos imaginar.

Un caballero regresa de hacer una cruzada. Se encuentra con la muerte y logra que alargue su vida hasta terminar la partida de ajedrez a la que le reta. El caballero busca un sentido a su existencia que no encuentra. Entre otras cosas por la superchería con la que carga; enrocado en la religión y en las creencias más ridículas se olvida de ser persona, de crecer como tal. Junto a su escudero intenta llegar a su castillo. Por el camino se encontrarán con un grupo de cómicos. Unos de ellos visionario, otra es su mujer, el que dice ser director del grupo y un bebé. La claridad en la mirada del matrimonio y el niño se contrapone con el resto del mundo. Irán encontrando gentes y lugares mientras la partida avanza. La importancia de la maternidad, de la infancia y del teatro se deja notar durante toda la película. Bergman utiliza símbolos que anuncian lo que ocurrirá, que dibujan el mundo. El vuelo estático de un águila que anuncia la muerte. Las fresas como representación de la juventud y el erotismo de la madre. Todo el cuidado, todo el mimo, en cada imagen, en cada frase. La fotografía expresionista y en blanco y negro de Gunnar Fischer explora distintos puntos de vista e investiga con la oscuridad. La música acompaña la imagen sin intromisiones. La partitura la firma Erik Nordgren y sólo toma prestado un fragmento del Dies Irae.

Max Von Sydow aporta tranquilidad y un ritmo pausado con su actuación; Bibi Andersson, brillantez, una luminosidad necesaria; Bengt Ekerot, sobriedad. Todos están muy bien. Todos sin excepción.

El final de El séptimo cielo es fantástico (si no han visto la película deberían dejar de leer aquí). Antonius Block, nuestro caballero, pierde la partida. Pero antes permite que el matrimonio con su hijo se puedan alejar del campamento. La muerte irá a por él y a por todos los que le acompañen en ese momento. Sin embargo, arrastra tras de sí a todos los demás sin advertirles. Ya en el castillo espera la esposa del caballero. Y llega la muerte para llevarse a todos, agarrados unos a otros. Pero ¿por qué el caballero no intenta salvar a los otros? Si acudimos al simbolismo y a lo que representa cada uno de los personajes, veremos que cada uno se complementa con el siguiente. Sólo faltan allí las miradas claras y limpias del matrimonio y su pequeño. Porque a ellos no se les juzgará. Eso queda para el resto. Entre todos suman defectos, pecados, las causas por las que el ser humano merece rendir cuentas. Dejo al lector que sea el que busque esa simbología, muy evidente, por otra parte; que sume para comprobar que el resultado de unir a todos ellos da como resultado al ser humano sumido en la oscuridad. ¿No será por eso que la muerte los lleva a todos y sin que se suelten unos de otros?

El séptimo cielo es magistral. Merece la pena echar un vistazo a la cinta. De verdad.