Solamente podemos imaginar las grandes y poderosas razones que convirtieron a los príncipes M´Divani en los grandes sementales del siglo XX. Los cinco hermanos eran hijos del virrey de la Georgia zarista, que había llegado a París huyendo de la Revolución rusa. Se les conoció por el sobrenombre de Marrying M´Divani, por su capacidad para seducir.
Roussy fue la segunda esposa del pintor español José María Sert.
Serge se casó con la legendaria actriz del cine mudo Pola Negri, a la que abandonó por la cantante Mae McCormic, después de que aquella se arruinara durante la crisis del 29. Como demuestra el tercer matrimonio de Serge con su propia cuñada, la millonaria Louise Astor van Allen, Pola Negri es una de las pocas personas que podía hablar –con conocimiento de causa- de la Gran Depresión.
David enamoró a la actriz Mae Murray; después de agotarla –financieramente- se arrojó en brazos de la artista francesa Arletty, para terminar dando el braguetazo definitivo con Virginia Sinclair, hija de un magnate petrolero. Nina se casó tres veces, una de ellas con el hijo de Sir Arthur Conan Doyle.
Pero las hazañas de los anteriores palidecen ante la intrepidez de Alexis, que después de arrojar a Louise Astor en brazos de su hermano mayor, para que este terminara de esquilmarla, se casó en 1933 con Barbara Hutton, heredera del imperio Woolworth y la mujer más rica del mundo en su tiempo, la «pobre niña rica» de la prensa sensacionalista.
[Por cierto que algo debió de aprender la americana de ese primer marido, porque decidió después repartir alegremente su fortuna en los divorcios más sonados del siglo, nada más y nada menos que siete, entre ellos del que ha sido considerado como uno de los varones mejor dotados por la naturaleza, el dominicano Porfirio Rubirosa –de ahí el molinillo de pimienta king size que lleva su apellido-, el extravagante príncipe Trubetzkoy, el actor Cary Grant, el conde Haugwitz-Hardenberg-Reventlow, o el tenista y barón Gottfried von Cram, detenido y encarcelado por las autoridades alemanas en 1938 por actividades homosexuales. No les digo nada más]
Todos vivieron rodeados de glamour, y murieron de maneras divinas: Rubirosa se despanzurró con un Ferrari 250 en el Bois de Boulogne, en el amanecer de una noche loca; Barbara arruinada por los chulos en un hotel de Beverly Hills, sumida en una depresión autodestructiva; y Alexis estrellado en la Costa Brava con su Rolls-Royce junto a su amante, la joven baronesa Maud von Thyssen-Bornemisza de Kàrszon et Impérfalva –nacida Else Zarske, de los Zarske de toda la vida, vamos-.
Pero aquí hemos venido a hablar de pintura. Así va a ser porque escribimos este artículo para recordar cómo, en los años treinta, Alexis M´Divani encargó a su cuñado el artista José María Sert las pinturas murales del gran salón de baile de su palacio veneciano de San Gregorio, vecino a la Salute ¿Se imaginan el motivo de las decoraciones?... pues han acertado: fiestas.
Sert y Roussadana llegaban de Oriente, a donde habían acudido invitados por el maharajá de Jaipur, y las impresiones de la China milenaria están presentes en esta panorámica genial. El grupo conocido desacertadamente como Fantasías mediterráneas es uno de los trabajos de madurez del pintor catalán, que ya había abandonado definitivamente los colores para trabajar profusamente con veladuras sobre láminas de oro y plata. Desmontadas de su emplazamiento original, las pinturas se encuentran ahora en la delegación del Banco de España en Barcelona.
El panel principal figura una ciudad fortificada que nos recuerda a Toledo y a Cuenca, situada en una roca sobre el mar; en su vega, los lugareños asisten a una feria. En otro de los muros la perspectiva desarrolla dos puentes chinos sobre abismos nublosos, en el centro de los cuales hay un extraño personaje que envuelve a otros en una túnica escarlata, sobre ellos evolucionan los elefantes, se erigen budas de jade, se elevan las torres de un improbable Potala.
El malvado sultán de Scherezade asume el protagonismo absoluto en otro paño, genios alados le cubren con parasoles; en el horizonte destaca una ciudad erizada de minaretes que es Constantinopla, Bagdad, y Samarcanda. Por aquí y por allá los personajes consultan textos arcanos.
Las pinturas quedan desvirtuadas por el cambio de emplazamiento, porque han sido reducidas a fragmentos, y por tanto son difíciles de leer; vemos sin orden ni concierto a los saltimbanquis, los equilibristas, y los danzantes que bordearon un día los balcones al Gran Canal, y ahora decoran una biblioteca. Aun así la figuración es excelente, y el mérito de la conservación notable.
La composición del techo, conocida como Los aeronautas, no se llegó a colocar nunca; uno de sus bocetos está en el MNAC de Barcelona, representa varios globos aerostáticos; colgados de ellos evolucionan sartas humanas columpiándose en el vacío.
El joven y hermoso Alexis nunca pudo ver colocadas las pinturas. Mientras Sert se encargaba de instarlas en Venecia, el príncipe se mataba en un accidente automovilístico. Está enterrado en el cementerio de Palamós, en Gerona.
Las imágenes de este artículo han sido realizadas –y se publican- en exclusiva para los lectores de Aladar. El autor quiere agradecer la colaboración de los directores de la Delegación del Banco de España en Barcelona, así como del personal auxiliar y de la Benemérita.