En el nombre de Dios. Mantenimiento del statu quo

La pasada semana se desvelaba la restauración del templete del Santo Sepulcro, una operación laboriosa en lo técnico, y compleja en lo diplomático, por ser necesario el consenso entre diferentes confesiones. Milagrosamente se consiguió. En ningún lugar como en Palestina se percibe tanto la ausencia de espiritualidad, al tiempo que nos aplasta el peso de la Historia. Se sea creyente, o no, las piedras transmiten la sensación de que aquí sucedió todo. El ombligo del mundo.

01 abr 2017 / 12:59 h - Actualizado: 30 mar 2017 / 18:17 h.
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  • La tumbas en el Valle Josafat alcanzan precios astronómicos. / El Correo
    La tumbas en el Valle Josafat alcanzan precios astronómicos. / El Correo
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  • Muro de las lamentaciones, talud artificial que sostuvo el Segundo Templo hasta que fue destruido por los romanos en el año 70. / El Correo
    Muro de las lamentaciones, talud artificial que sostuvo el Segundo Templo hasta que fue destruido por los romanos en el año 70. / El Correo
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Jerusalén. Sobre la puerta del Santo Sepulcro hay un balcón, y en él una escalera de mano. Lleva ahí desde 1757. Las autoridades que administran el complejo son incapaces de ponerse de acuerdo sobre su retirada. Parece ser que la escalera, y la cornisa que la soporta, son responsabilidad de la Iglesia gregoriana apostólica armenia, que no tiene derecho sobre las zonas comunes, ni respecto al acceso a la ventana. No lo pueden hacer los franciscanos, custodios de Tierra Santa en nombre de la Iglesia católica romana. Tampoco los ortodoxos griegos pueden intervenir. Mucho menos los coptos, ni los siriacos de rito antioqueno, ni los unitarios etíopes, que tienen menos poder que los demás. Simplemente no se puede retirar. Es la «escalera inamovible», aparece en grabados del setecientos, y en fotografías del XIX.

Para evitar los roces, dos familias musulmanas se turnan para franquear el acceso al recinto sagrado, son los Joudeh, que recibieron la llave del propio Saladino en 1149; y los Nusebieh, que velan por las puertas en sí mismas. El ceremonial de apertura y de cierre del portón es una auténtica performance.

En 1847 el sultán otomano, bajo presiones del zar Nicolás II, dictó un firmán por el que se decretaba el «Statu quo», es decir, el mantenimiento de los derechos y las obligaciones que cada una de las confesiones cristianas mantenía en 1767 –in statu quo ante- merced a un edicto promulgado ese año por la Sublime Puerta con la oposición del papa Clemente XIII, y de las potencias católicas. La mínima alteración de esa premisa, es considerada por cualquiera de las partes como la apertura de la caja de Pandora.

Mover una silla en busca de sombra puede terminar con 11 personas hospitalizadas, como ocurrió en agosto de 2002. Seis años después, una refriega entre griegos y armenios acabó con la intervención de la policía antidisturbios israelí. Y en 2012 las autoridades reclamaron a los responsables dos millones de euros del suministro de agua, porque estos no se habían conseguido poner de acuerdo para pagarla nunca. Es tan compleja la situación, que la Orden de Frailes Menores celebra la liturgia según la tradición tridentina, para no ver mermados sus derechos tras las reformas del Concilio Vaticano II.

Tierra Santa -y en especial Jerusalén- es como una de esas avenidas de prestigio en las que todas las firmas necesitan tener su flagship store para promocionarse y, en muchas ocasiones, legitimarse. Un buque insignia: La Iglesia evangélica germana mantiene un hospital en el Monte de los Olivos, dos templos, y la sede del Preboste de los Ministerios Alemanes. Hay cuatro patriarcas, a los inevitables griego, latino, y armenio, se une el melquita de Antioquía que reside en Damasco. La representación de los caldeos está bajo tutela directa del Patriarcado Caldeo de Babilonia, con sede en Bagdad y dependiente de Roma, como también lo es el monasterio de los maronitas, que se deben a un exarca, que rinde cuentas al trono de Bkerké, en el Líbano.

Encontramos la iglesia de Cristo, primer lugar protestante de Tierra Santa. La catedral de San Jorge es anglicana, San Andrés de la Iglesia de Escocia. La muy laica República Francesa, mantiene dos lugares sagrados, administrados por su consulado y con derecho de extraterritorialidad: Santa Ana, encomendada a los Padres Blancos, anexa a la piscina probática; y el monasterio benedictino de Éléona. Otros benedictinos, los tudescos, manejan el templo de la Dormición de la Virgen, además de la iglesia de la Multiplicación de los Panes y los Peces, en Galilea. Los rusos la de María Magdalena, y una de las capillas de la Ascensión (porque la otra es una mezquita). Greco-ortodoxos y apostólico-armenios se reparten ¡la tumba de María! (no me pregunten cómo ni porqué), en la que se permite, no obstante, el culto a las ortodoxias copta, siria, y etíope. Monjas franciscanas gestionan el Monte de las Bienaventuranzas, y las sectas evangélicas y pentecostales las riberas bautismales del Jordán. Construyendo un centro de espiritualidad, los Legionarios de Cristo toparon –para más inri- con las ruinas de Magdala. La iglesia romana está representada en Israel por tres organizaciones, la orden franciscana, el patriarcado latino, y la nunciatura apostólica. Católicos, griegos, y armenios, solo fueron capaces de acordar las labores de restauración de la basílica de la Natividad –en curso desde 2013- bajo el ultimátum de la Autoridad Nacional Palestina, que administra Belén desde los acuerdos de Oslo, y únicamente lo hicieron ante el riesgo de colapso de la estructura.

La cosa no termina aquí. Jerusalén es santa para las otras dos religiones monoteístas. Para los judíos puesto que es la tierra ancestral y prometida, cuyo lugar más sagrado es el Muro de las Lamentaciones, el talud artificial que sostuvo el Segundo Templo hasta que fue destruido por los romanos en el año 70. Ahora se levanta ahí la Cúpula de la Roca, desde donde Mahoma ascendió a los cielos, donde Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac, y Jacob vio la escalera al cielo. Es el Monte Moriah, en él está la mezquita de Al-Aqsa, tercer lugar santo del Islam. La seguridad de la explanada de las mezquitas está bajo la autoridad directa del rey de Jordania.

Todas las sectas judías tienen presencia en la ciudad, jasídicos, mitnagdim, reformistas, caraítas, o seculares, que celebran el sabbath atenazados por sus treinta y nueve prohibiciones de acción, entre las que se encuentran amarrar, separar dos hilos, borrar dos o más letras, apagar fuego, o tocar un instrumento musical.

La promiscuidad milenarista se escenifica a la perfección en el Valle de Josafat, donde las tumbas –en los cementerios de las tres religiones- alcanzan el precio de apartamentos por el deseo de encontrarse en el lugar oportuno, en el momento justo: El Juicio Final. ¡Para no tener que moverse del sitio!

Imprescindible presencia, la Iglesia de la Cienciología, con sus teorías extraterrestres, mantiene una sede en Tel Aviv-Yafo, en lo que fue el cine Alhambra, de estilo Art-Decó.

LA ESTRELLA DE NUEVE PUNTAS

El paradigma de algo que es casual, pero también causal: divide et impera, es el santuario del Centro Bahaí, en la ciudad portuaria de Haifa. Es la Santa Sede del bahaísmo, una religión monoteísta fundada en el ochocientos por cierto comerciante de Shiraz, que se reveló a sí mismo como la puerta del imam oculto –el Mahdi- siguiendo la estela de todos los anteriores mensajeros divinos, de Krishna a Zoroastro, de Moisés a Mahoma, y de Cristo a Gautama Buda.

Los miembros de esta religión, extendida por toda la tierra, defienden la originalidad de que Dios se va revelando a la humanidad de una manera progresiva, y abogan por la paz, el internacionalismo, y la implantación de un idioma universal.

Los cuidadísimos jardines del centro se precipitan por la ladera del Monte Carmelo en una sucesión de fuentes, una acumulación de mármoles, y una profusión de jardines perfectamente mantenidos, que dejan estupefacto al visitante, que se pregunta de dónde salen los fondos para semejante despliegue: del bolsillo de los seis millones de seguidores que abonan el 19% del dinero que les sobra, según su consideración personal, entendiendo éste óbolo como un privilegio.

Los bahaíes, que sin embargo no se significan como comunidad formal en el Estado de Israel, se autoimponen el no proselitismo entre los judíos, quizás para mantener una excepción jurídica que arranca también del Imperio Otomano. De idéntica manera, Israel capitaliza parte de su proyección positiva en el exterior por tutelar ese pandemónium, ese crisol que es la Tierra Santa. Por gestionar la paz religiosa, y mantener el statu quo.

Sobre la puerta del Santo Sepulcro hay un balcón, y en él una escalera de mano. Lleva ahí desde 1757. / El Correo

Centro Bahaí, en la ciudad portuaria de Haifa. / El Correo