Ernestina de Champourcín: La fuerza de los versos como medio de expresión

Ernestina de Champourcín fue una de esas mujeres con valor suficiente como para hacerse un hueco en el ámbito literario del tiempo que le tocó vivir. Aunque es cierto que su obra nunca fue reivindicada dado que para los conservadores siempre estuvo escorada a la izquierda y, para los que estaban en la izquierda, Ernestina era muy de derechas. Trabajó hasta el mismo año de su muerte y dejó obras muy a tener en cuenta.

15 oct 2016 / 12:00 h - Actualizado: 13 oct 2016 / 18:50 h.
"Literatura - Aladar"
  • Ernestina de Champourcín. / El Correo
    Ernestina de Champourcín. / El Correo

Ernestina de Champourcín y Josefina de la Torre fueron las dos únicas mujeres incluidas por Gerardo Diego en la antología Poesía española contemporánea en su segunda edición de 1934. En la anterior, dos años antes, no había ninguna. Me llama la atención esta circunstancia, porque se queda una con el amargo pensamiento de que el reconocimiento de la obra de una mujer sólo puede venir dado por la mención que haga un hombre que goce de ese mismo reconocimiento. ¿Quién se lo dio a él? No importa mucho, pero las mujeres parecemos requerir ese toque masculino que dignifique nuestra obra artística.

Ernestina nació en Vitoria en 1905, en el seno de una familia de clase acomodada, tradicionalista, católica, monárquica. Recibió una esmerada educación. Hablaba perfectamente inglés y francés y era una lectora compulsiva. Con diez años se trasladaron a Madrid, donde ella y sus hermanos fueron matriculados en el instituto Cardenal Cisneros, institución adjunta a la Escuela Libre para cursar bachillerato. Posteriormente le ofrecerían la posibilidad de matricularse en la Universidad, pero ella decidió no hacerlo porque se le imponía como obligación asistir a las clases acompañada siempre de un adulto, a fin de que su reputación no se viera empañada (no es broma, asistir a lugares públicos sin un adulto acompañando a las señoritas, estaba muy mal visto). Ernestina era afortunada, aunque tal vez no se diera cuenta, cuando Concha Méndez decidió acudir como oyente a una clase en la Universidad, su madre le dio tal golpe en la cabeza que le abrió una brecha. Sin embargo ella no estaba por la labor de dejarse acompañar, mantuvo su postura y prefirió no asistir a una formación superior reglada, antes de verse sometida a la constante compañía de un supervisor adulto.

Ernestina comienza a abrirse camino y frecuentar los círculos intelectuales de Madrid poco a poco. En 1923 publica en distintas revistas como Manantial, La libertad... También es por entonces cuando se aproxima a círculos políticos republicanos, ajenos a las ideas conservadoras de su familia y tiene su primer noviazgo con el poeta Huberto Pérez de la Ossa. Dicen que con de la Ossa descubre la fuerza de los versos como medio de expresión y enfila su obra hacia la poética. Este noviazgo dura unos años, pero termina por abandonarlo porque no le gusta a su familia aunque, leyendo parte de la correspondencia que Ernestina mantuvo con la poeta Carmen Conde, da la sensación de que a tampoco le gustaba demasiado.

Frecuenta el Lyceum Femenino desde su fundación en 1926. Esta institución fundada por María de Maeztu, Victoria Kent y Zenobia Camprubí entre otras, unía a damas de diferentes edades y ámbitos cuyo objetivo era la defensa de los intereses de la mujer. Se facilitaba un lugar de encuentro alejado de los ámbitos clericales y se promovía un desarrollo cultural y profesional de las mismas. Fueron hostigadas desde los ámbitos más conservadores, que llegaron a acusarlas desde los púlpitos de tener un fumadero de opio en la institución, pero continuaron con su labor hasta que la Guerra Civil y la Sección Femenina se hicieron cargo de su patrimonio.

El feminismo que practicó durante toda su vida Ernestina de Champourcín fue el de la igualdad y dignidad entre hombres y mujeres. Y eso aunque ella años después, en una entrevista negase ser feminista. Al ver esta reacción y la de alguna que otra mujer perteneciente a lo que estamos dando en llamar Las Sinsombrero, se me viene a la mente lo que comenta uno de los personajes de la novela Sostiene Pereira (Antonio Tabucchi) al referirse a los españoles como «anarcoindividualistas», y es que posiblemente también ellas fueran demasiado individualistas como para permitirse pensar en sí mismas como un colectivo feminista. La individualidad como forma de expresión y de condena de estas mujeres artistas.

En 1926 publica su primer poemario En silencio que tuvo muy buena acogida por parte de la crítica, aunque ella lo considerase con el tiempo una obra menor y de poca calidad. Tampoco cayó bien en el ámbito de las amistades de su familia, muy conservadoras, que se burlaban de ella llamándola «bachillera». Poco tiempo después conoce al que sería su amigo y mentor, Juan Ramón Jiménez. Fue él quien impulsó su carrera, hasta el punto de que es a él a quien se le atribuye el mérito de que Gerardo Diego la incluyese en la segunda edición de la antología citada al principio del artículo.

Su amistad con el matrimonio Jiménez-Camprubí perduró hasta el fin de los días. Es el propio Juan Ramón quien le habla de otra poeta, Carmen Conde, con la que Ernestina inicia una relación de amistad epistolar que se prolongará también durante muchos años. Las cartas que Ernestina escribió a su amiga se conservan en la Fundación Carmen Conde-Fernando Oliver y ha sido publicada por la Editorial Castalia hace varios años. Es una lástima que se pierda la costumbre de escribir cartas porque muestra mucho, tanto del que escribe, como de quien recibe las misivas.

Ernestina comienza en torno a 1927 a colaborar con críticas y reseñas literarias en periódicos y revistas importantes, pero de una forma muy especial y es que nunca admitió que sus artículos fueran publicados en las secciones femeninas que estas publicaciones tenían, sino al mismo nivel que el del resto de sus compañeros. En 1928 publica su segundo libro de poemas titulado Ahora.

Continúa publicando regularmente hasta llegar a 1936 año en el que estalla la guerra civil y ella publica su única novela La Puerta de Enfrente. En noviembre de ese mismo año contrae matrimonio con el secretario personal de Azaña, el poeta Juan José Domenchina. Esta unión será la que termine por desencadenar el exilio en el que permanecería durante casi treinta años. Ernestina mantuvo un perfil político bajo, en el sentido de que nunca formó parte de ningún partido político, pero eso no le impidió posicionarse a favor del gobierno republicano. Se unió a Zenobia Camprubí en la Junta de Protección de Menores, que se encargaba de ayudar a huérfanos de guerra y con posterioridad actuó como enfermera en el Hospital de Sangre.

El matrimonio se exilió en México. Allí su esposo cae en una severa depresión, no se siente cómodo y ella toma las riendas de la familia para sobrevivir. Gracias a los enormes conocimientos de idiomas comenzó a trabajar como traductora de las obras de William Golding, Emily Dickinson, Edgar Alan Poe, Anais Nïn... y no sólo eso sino que también prestaba servicios como traductora en diversos congresos.

Otra faceta muy importante de esta autora y que tendría gran relevancia en su obra fue su espiritualidad y religiosidad. Ernestina siempre había sido una mujer muy espiritual que se comunicaba con Dios (según afirmaba) a través de la escritura. Cuando llega a México, su religiosidad se incrementa, hasta el punto de que pide su admisión en el Opus Dei en 1952. Es más que posible que sea este hecho el que ha provocado que su obra no sea reivindicada, que se silenciase su labor social, su compromiso con la causa republicana o sus actividades en favor de la igualdad y dignidad de las mujeres. Ernestina era un personaje demasiado de derechas para unos y demasiado republicana para otros. El hecho de mantenerse independiente y fiel a sí misma con sus virtudes y defectos, con sus contradicciones puede haberla dejado sin adalides de su poesía.

Después de la muerte de su esposo, ocurrida en 1959, Ernestina trabaja sin descanso. Escribe poesía y colabora activamente en actividades de carácter social. Anima a abrir revistas literarias y asociaciones, actúa para favorecer el acceso a la cultura de las mujeres indígenas mexicanas.

En 1972 decide regresar a España, una España donde no termina de integrarse y nadie la espera, se siente sola. Continúa traduciendo, escribiendo poesía y publicando prácticamente hasta su muerte en el año 1999. Una mujer más para recordar, descubrir o redescubrir por los amantes de la poesía.