‘Escenas de la vida conyugal’: Psicoanálisis, Bergman y Ricardo Darín

Hasta el 22 de octubre, los amantes del teatro tienen una cita ineludible en los Teatros del Canal (Sala Roja) madrileños. «Escenas de la vida conyugal» no sólo es una obra de Ingmar Bergman preciosa e intensa, sino una oportunidad de ver sobre las tablas a dos grandes de la escena contemporánea

21 oct 2017 / 08:00 h - Actualizado: 15 oct 2017 / 17:14 h.
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  • Andrea Pietra y Ricardo Darín dejan una actuación extraordinaria en esta obra. / El Correo
    Andrea Pietra y Ricardo Darín dejan una actuación extraordinaria en esta obra. / El Correo
  • La generosidad de Darín y Pietrahace que ‘Escenas de la vida conyugal’ se convierta en una gozada de espectáculo. / El Correo
    La generosidad de Darín y Pietrahace que ‘Escenas de la vida conyugal’ se convierta en una gozada de espectáculo. / El Correo

Tal vez nos encontremos con la obra de teatro de Bergman que más tiene que ver con uno de sus principales y también prolífico fan, Woody Allen. Quizás por eso y por el hecho de que sus personajes Juan y Mariana vuelcan ante el escenario toda una relación vital, que en los momentos más dramáticos podría hacernos pensar que están tumbados en el mismo diván, a través del que el por entonces Allen actor grababa sus inquietudes y deseos en una cinta de casete en la película «Manhattan», tendríamos que hablar de la influencia del psicoanálisis en esta obra concebida primero como miniserie de televisión de seis capítulos y adaptada de nuevo por el mismo Ingmar Bergman al teatro, siendo estrenada en 1981 en el Teatro Marshall de Múnich.

Primero fueron Liv Ullman y Erland Josephson los actores responsables de dar vida a estos personajes. Tras compartir escenario en Argentina con la mismísima Norma Aleandro (aquí directora), el montaje español con Ricardo Darín suple a esta tierna y fuerte dama de la escena argentina, a la que disfrutamos en «El hijo de la novia» o «Cleopatra» en cine; por Andrea Pietra, una fabulosa actriz llena de matices que sin duda le va a la zaga, a pesar de que su dulce registro o quizás por ello, es más identificable con la idiosincrasia latino-española.

Asistimos perplejos a una serie de cuadros o escenas que desde «Cómo esconder la basura debajo de la alfombra», pasando por «Real e irreal», «El valle de lágrimas» o «París», nos cuentan los afectos y desavenencias de una pareja que vive situaciones de lo más variopinto. Desde un aborto de ella, la convivencia con la madre (esa gran culpable de todos los males posteriores a la infancia según ese mismo psicoanálisis del que hablábamos) y las reuniones que organiza de fin de semana, pasamos a definir a Juan como prototipo burgués de machista, crítico con «Casa de muñecas» de Ibsen y seguidor, por tanto, de las teorías de Strindberg. Un prototipo que se va haciendo fuerte y poderoso en el momento en que como profesor universitario se lía con Paula, una chica dieciocho años menor con quién se larga a París, dejando a Mariana perdida, desnortada y con dos hijas de las que hemos estado oyendo hablar en el resto de escenas. Las consecuencias de todo ello tratadas desde un registro que va de la comedia al drama, se nos narran con intensidad en los detalles, de ese modo intimista que forma parte del sello de la casa y por el que Ingmar Bergman es lo que es.

La versión al español por parte de Fernando Masllorens y Federico González del Pino resulta tan limpia en escena y natural que, a veces, podríamos llegar a pensar que en la mano de Aleandro está más la batuta de una improvisación trabajadísima, que de un trabajo de texto que sin duda subyace a tanta generosidad por parte del dúo actoral; hacer sencillo lo extremadamente complicado es algo que saben hacer y que dan las tablas adquiridas durante tantos años.

Del trabajo técnico, decir que partimos de una sobriedad de recursos que permite el trabajo con el cuerpo y el estar todo focalizado a la comodidad espacial de los actores. Destacan en este sentido la funcionalidad en el trabajo de iluminación por parte de Gonzalo Córdova, la música de Diego Savoretti, el vestuario de Renata Schussheim o el sonido de Guillermo Perulán. Existe igualmente un departamento de producción artística que imaginamos que también incluye utilería y necesidad de cubrir imprevistos, para el que Lino Pantalano ha sido un nombre esencial.

En resumen, una auténtica gozada de espectáculo en que el gran Ricardo Darín llena la escena de una manera apabullante y donde se agradece tanta intensidad dramática, unida a un entretenimiento que como concepto define el arte con mayúsculas de forma desmesurada y grandiosa.