Esculturas desde el futuro presente

Patricia Piccini (Sierra Leona, 1965), uno de los máximos referentes en el hiperrealismo escultórico, visitará en noviembre la LABoral Centro De Arte, una gran ocasión para acercarse a su sorprendente trabajo en este especial de ciencia ficción

28 sep 2015 / 15:05 h - Actualizado: 28 sep 2015 / 15:07 h.
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  • Obra The Carrier, de Patricia Piccini.
    Obra The Carrier, de Patricia Piccini.

En Alien, Ridley Scott y H. C. Giger crearon el monstruo definitivo, una sofisticada línea de intersección entre lo humano y lo animal, no solo con una morfología a la vez bípeda y en extremo desagradable, sino con un comportamiento inteligente a la vez que agresivamente instintivo. Aquel extraterrestre presentaba a la perfección lo siniestro como algo familiar y perturbador, en este caso con terroríficos resultados.

Gran parte de la ciencia ficción, anterior o posterior al filme de Scott, se ha situado en la misma línea, al presentar criaturas alienígenas o futuristas como amenazas para el ser humano, terribles representaciones de un futuro inquietante. El trabajo de la artista multidisciplinar Patricia Piccini la sitúa justo en el lado opuesto y nos plantea una convivencia con extraños seres que pareciesen el resultado de una avanzada manipulación genética. Una convivencia del todo cercana, amigable y colaborativa.

La ciencia ficción de los últimos años ha reconducido la vanguardia tecnológico-mecánica hacia procesos que introducen las transformaciones bajo nuestra propia piel, al trasladar las modificaciones desde los objetos hacia los sujetos.

Obviamente los avances en investigación genética y biomedicina tienen un peso fundamental en esta nueva interpretación de nuestra perspectiva futura, pero esta viene acompañada de la despierta e inagotable necesidad por explorar los límites de la naturaleza.

Patricia Piccini nos muestra en su trabajo extrañas criaturas objeto de mutaciones o desviaciones provocadas que se instalan en un inquietante punto entre la normalidad y la deformidad con la irresistible atracción de un logrado hiperrealismo. Sus dibujos, vídeos y, sobre todo, esculturas, muestran cuerpos que parecen reales pero que violentan al espectador a través de extrañas fisionomías fruto de la hibridación entre especies. Reflejan una obsesión por la apariencia, el cuerpo y sus posibilidades, a la vez que retan cualquier ideal de belleza, instalándose en lo que muchos considerarían repulsivo, pero que no dejan de ser cosas con la que convivimos: excesivo vello, arrugas o lunares, rasgos simiescos, porcinos, o de roedor; pero nunca con actitud shockeante, sino acercándonos una posibilidad de reconciliación con la deformidad.

Su primer trabajo conocido, Prottein Latice, nace de un logro científico real, literalmente un ratón con una oreja humana en la espalda cocinado por científicos estadounidenses. La serie de fotografías ideada por Piccini nos mostraba a este monstruo de diseño junto a bellas modelos con las que convive en actitud fraternal. Desde entonces su obra no ha dejado de referir a la manipulación genética o la cirugía plástica, haciéndose cada vez más compleja y ahondando en el detalle de sus representaciones, de narrativa cinematográfica y una mimética factura que poco tiene que envidiar a Ron Mueck o Sam Jinks.

Sin embargo no parece que Piccini se integre en un debate sobre la incertidumbre que la tecnología arroja en presentes y futuras especies. Más bien investiga qué de humano hay en ella. La artista no se posiciona moral o éticamente sobre lo pertinente de hacer realidad nuestras fantasías futuristas, asume la irreversibilidad de los avances científicos y nos muestra una inquietud en la que la ciencia ficción repara pocas veces, la de que debemos seguir siendo humanos aun cuando la diferencia entre artificial y natural, orgánico y tecnológico, ha sido del todo borrada.

Sus criaturas conviven en actitudes cotidianas e incluso íntimas con los seres humanos. Algunas se muestran cómplices, cariñosas o simplemente interactúan en comportamientos que nos son totalmente familiares. Son improvisadas cuidadoras de niños o animales de carga. En otras ocasiones nos muestran como, en su adaptación, pueden encontrarse con duros conflictos físicos y emocionales. En todo caso son una declaración sobre lo lejos que aún estamos de descubrir el verdadero sentido del término post-humano.

En su ya extenso cuerpo de trabajo encontramos obras como The comforter o Litter, donde la monstruosidad predomina, y sin embargo siempre es reconocible la ternura que recorre cada criatura, que parece desear melancólicamente poder inscribirse en nuestro mundo de normalidad. Sentimos en ellas la tristeza de aquello que se siente diferente, intuimos nuevas formas de exclusión hacia nuevas formas de vida y la necesidad de incluirlas en nuestros afectos. En otras piezas como The carrier la artista ya nos confirma ese intimo apego hacia ellas, que se muestran plenamente integradas, incluso con los riesgos que derivan de toda integración.

El discurso de Patricia Piccini no se centra solo en los límites científicos, sino en los culturales y emocionales. Su imaginario transita la ciencia ficción, el terror y el surrealismo, revestidos de la intimidad y cercanía que sugieren sus personajes. Sin tratar de discernir si el futuro nos conduce a habitar junto a nuevas especies, sino dándolo por hecho.

La artista acaba por escenificar lo extraño como una cosa cercana en la que poder reconocernos, nos muestra la posibilidad de convivir con otras especies cuando éstas sean el fruto de nuestra propia actividad creativa y en qué punto, simplemente, podremos llegar también a amarlas.