Esos desconocidos cubanos
Es ya demasiado tiempo dando la espalda a cierta literatura cubana, pretendiendo que todo lo conocemos sobre la isla y sobre su sociedad. Olvidamos el «Espejo de paciencia» de Balboa, ignoramos a Cirilo Villaverde porque con él se nos escapó la colonia. Los contemporáneos nos rehúyen, aislados en su proceso revolucionario, y los novísimos por los problemas con la edición y la distribución.
Es el momento de saber algo más sobre la literatura cubana. Leer para conocer, mientras todo cambia ¿para que todo siga igual?
Lisandro Otero. LA SITUACIÓN
Desde luego que La situación, en Cuba, en los años previos al golpe de estado de Batista era tremenda, y Lisandro Otero la retrata fielmente por omisión, porque detrás de unas clases privilegiadas, encerradas en la endogamia de los clubes, las fiestas y los viajes a la Costa Azul y Nueva York, se sospecha una profunda desigualdad forjada sobre la injusticia, sobre los monocultivos que enriquecieron a unos pocos y corrompieron a todos, en ese ambiente de cacicazgo que nunca se detuvo, desde la Independencia hasta el castrismo, propiciado por el gran vecino del norte.
El retrato es minucioso y exacto, no demasiado diferente al de otras sociedades, en otros países, en la misma o en épocas distintas, en las que los privilegiados vivieron en una nube, ignorantes de lo dura que sería la caída. Pero quizás en ningún lugar como en Cuba fue más evidente la dicotomía y sus consecuencias.
Aparte de algunos saltos abruptos en la trama, y de que la voz narrativa nos pueda confundir en algún momento, la historia, con sus flashback y sus vidas cruzadas, es sólida, e interesante el retrato del ambiente y de los personajes, alguno de los cuales se limita a asomarse.
Si hay una crítica, o si el autor se limita a una exposición, debe decidirlo el lector sabiendo que ese juicio sí que fue firme y negativo en el momento de su publicación. No tenemos que olvidar que muchos de los nacidos con la Revolución solo han conocido La situación por medio de la literatura o de la propaganda del régimen. La diferencia es que en los libros están las personas, y en los panfletos los monstruos.
Hay en la novela interesantes reflexiones sobre la cubanidad, incisivas y certeras.
Rolando Pérez Betancourt. LA ÚLTIMA MASCARADA DE LA CUMBANCHA
Una confusión relata otra confusión. Rolando utiliza ese efecto, o a nosotros nos lo parece, pasando de uno a otro personaje, sin explicitar los narradores, amontonando los sucesos, y desviando los acontecimientos, para provocar el efecto de caos. El que se produjo en La Habana, en 1980, cuando diez mil personas se refugiaron en demanda de asilo en la embajada de Perú.
El escritor concita un micromundo de sexo, violencias, egoísmos, y luchas por sobrevivir, que son una metáfora del país y de sus gentes desesperadas. El sarcasmo no encubre esa desesperación, ni la tampoco la critica, oscureciéndola convenientemente para evitar la censura.
Fue, o así se retrata en esta novela, un circo, un pandemónium, una mascarada, la última salida al ambiente agobiante de la crisis provocada por la caída de los bloques del Este y el enrocamiento de la Revolución.
Perversamente, el autor carga la culpa sobre las personas, que la tienen, y les hace pagar a todos sus consecuencias literarias en una novela bastante oscura, divertida a veces, críptica cuando nos perdemos, a cuyo final no acabamos de atender, desbordados por lo enloquecido de la historia.
Una isla dentro de la isla de donde las personas tratan de escapar en busca de mejores condiciones de vida. Sin abandonar los excesos, ni el sentido del humor. Negro.
Marta Rojas. EL EQUIPAJE AMARILLO
A pesar de una confusión notable con los narradores y las personas desde las que se cuenta, que pierden al lector y se demuestran ineficaces, El equipaje amarillo es un interesante ejercicio de fantasía histórica, que va más allá del intento de aprehender los matices que la emigración forzada de los chinos aportó a Cuba, para buscar sus aromas legendarios, investigar en sus raíces, y recrear el momento de ese encuentro entre culturas.
No se puede tachar de falto de originalidad. Tanto el tema, como el desarrollo, y la composición de atmósferas son genuinas, y diferentes a las ondas habituales de la narrativa cubana contemporánea.
No es un homenaje, ni un rescate, sino más bien un encantamiento. Una novela construida sobre el poso de lo que pudo ser y estamos casi seguros de que no fue. Pero nos dejamos envolver por ese realismo mágico atrapados por los detalles, por lo reconocible de los lugares y del escenario social, porque se enlaza con lo que conocemos de la Historia, que al ser tan poco investigado permite este ejercicio de pirotecnia de raíces caribeñas y orientales.
El periplo de los chinos en Cuba no terminó nunca, el régimen se apalanca en el para completar el círculo de la diversidad racial, y de la redención de la esclavitud, que funda la nación.
Miguel Barnet. CANCIÓN DE RACHEL
El escritor da voz a una personalidad y a un ambiente; este es el de La Habana de los años 10, la de los teatros de variedades y los funerales de Yarini, contemplada desde el punto de vista de aquella, la de una cantante. Todo está contado –cantado- desde el ocaso. Es la palabra de una mujer mayor que percibe la ciudad y el tiempo en el que vivió como un fulgor lejano del que no se puede desprender.
La manera de contar es peculiar porque al relato principal, establecido como dijimos, se unen textos menores que lo matizan y que son cartas, opiniones encontradas, noticias publicadas en los diarios.
Por supuesto Canción de Rachel es un homenaje a los escenarios y a quienes dan su vida en ellos.
Encarnarse en otra persona es una apuesta arriesgada para un escritor porque está jugada sobre una única carta, para ganarla deben de sucederse los matices, concatenarse los estados de ánimo, establecerse la calidad de los recuerdos. El lector debe reconocer cuando se dice la verdad y cuando se miente, pero no de una manera clara sino como una intuición, para poder creer que se está reconstruyendo en las líneas una vida real, con sus contrasentidos; aprender de sus vivencias, asimilar alguna cosa de la atmósfera de sus sueños, de las dificultades de su profesión. Barnet lo hace bien.
Renée Méndez Capote. AMABLES FIGURAS DEL PASADO
Imagínense que tienen ochenta años y que están, por lo tanto, por encima del bien y del mal. Pertenecen a la casta, como se dice ahora. Es más, han pertenecido a cada una de las castas que ha sido adecuada en cada momento (Decir más conveniente sería una maldad improcedente). Primero una muchacha burguesa, conectada con la alta sociedad, descendiente de los padres de la patria. Fueron después jóvenes, revolucionarios, entrando y saliendo de las comisarías, incluso de la cárcel, yendo y viniendo del exilio, con la fortuna de navegar felizmente por esas aguas turbulentas. Vienen luego largos años de señora respetada, ocupante de plazas en instituciones culturales, convencida defensora del régimen que cambió las reglas del juego. En Cuba. Entre 1901 y 1989.
Ya se las saben ustedes todas. Han conocido a todos a quienes hay que conocer. Y pueden permitirse el lujo de recordar con benevolencia, criticar con condescendencia, y edulcorar los recuerdos más abruptos. Compañeros de la infancia, artistas y personas distinguidas, políticos que cambiaron el rumbo de la historia.
Pueden recrear épocas pasadas mediante la pintura al pastel de sus proveedores, banqueros, y sirvientes. Lo que no se entiende es porque si eran todos tan felices y se llevaban tan bien, terminó la cosa como terminó. Aunque si estás donde tienes que estar quizás la “cosa” no te afecte demasiado, y puedas seguir viviendo tan campante. Recordando.
Espero que no parezca sesgada esta semblanza de Renée Méndez Capote, escritora y cronista, traductora y sufragista. Ninguna de sus obras ha sido muy divulgada fuera de Cuba, en la isla se la conoce por las Memorias de una cubanita que nació con el siglo, y hay varias generaciones que se formaron con sus recuerdos. Una memorialista, básicamente.
Su prosa es fluida, con un aire atrasado, lógico para una anciana y para una época anterior. Algunas de sus anécdotas son curiosas. Sus semblanzas, ingeniosas. Otras cosas se pierden en lo naif, en la concatenación de nombres que no nos dicen nada, y de calles numeradas que solo nos lo dicen a los que tenemos la fortuna de conocer La Habana. Es memorable el retrato de un Jacinto Verdaguer egoísta y bastante despreciable, que nos creemos absolutamente. Algunas pinceladas de los cenáculos madrileños previos a la República, y de las costumbres cotidianas del inicio del siglo nos sirven para interpretar la Historia.
La propia autora parece dar por descontado su inclusión en el título. O así nos lo parece, Amables figuras del pasado.