Faraón

El Museo Británico aporta parte de su destacado fondo de antigüedades egipcias para la realización de una muestra en CaixaForum, que sigue un itinerario por el Antiguo Egipto, centrándose en la figura histórica de su mandatario supremo

23 nov 2018 / 08:57 h - Actualizado: 23 nov 2018 / 09:37 h.
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  • Estatua sedente del faraón Seti. Arenisca cuarcítica. Dinastía XIX, reinado de Seti II, c. 1200-1194. a. C.. Templo de Mut, Karnak, Tebas, Egipto. © Trustees of the British Museum
    Estatua sedente del faraón Seti. Arenisca cuarcítica. Dinastía XIX, reinado de Seti II, c. 1200-1194. a. C.. Templo de Mut, Karnak, Tebas, Egipto. © Trustees of the British Museum

En las salas de CaixaForum tenemos una ocasión excepcional para ver objetos y esculturas muy destacados, como la cabeza del Faraón Tutmosis III, la estatua sedente de Seti II, importantes trabajos de joyería, una excepcional estatuilla de metales preciosos del dios Amón-Re, así como dinteles con relieves de templos de Bubastis, El Fayum, Deir el-Bahari, y policromías procedentes de tumbas del Valle de los Reyes o de Amarna. Llegan de Londres, recalaron allí desde el Valle del Nilo, después de prodigiosos periplos a lo largo de las distancias y de los siglos.

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Estatuilla del dios Amón-Re. Plata sobredorada c. 1069-664 a. C. Karnak, Tebas, Egipto © Trustees of the British Museum

La exposición se articula en torno a la figura del Faraón y a la imagen de la monarquía. Nos produce una reflexión sobre una institución que los antiguos egipcios consolidaron y que, con muy pocas variaciones, continúa vigente. Porque el impacto que nos produce esa civilización es comprobar que vivimos en una sociedad calcada sobre la suya, el hecho de reconocernos como sus herederos. Esta es la más importante lección que recibimos con el recorrido a lo largo de la exhibición.

Faraón
Ushebti del faraón Taharqa. Calcita. Dinastía XXV, reinado de Taharqa, c. 690-664 a. C. Tumba de Taharqa, Nuri, Sudán © Trustees of the British Museum

Hasta el presente, pontífices y monarcas prolongan la ritualidad que situó a una clase social por encima de sus congéneres con la idea de cohesionar la sociedad, dotarla de estabilidad, de permanencia, y cumplir con una función sagrada de mediación con las divinidades y el mundo de ultratumba.

El análisis se inicia con la consolidación de un dominio territorial en el que los súbditos se asumen como un pueblo y aceptan un destino común, dirigidos por una clase social capaz de organizar una administración, interactuar con potencias extranjeras, y ejecutar grandiosas obras públicas.

El carácter divino del Faraón es decisivo para que su misión sea incuestionable, y necesaria para el correcto funcionamiento de las fuerzas de la naturaleza, el tránsito de los cuerpos celestes, o la periódica inundación, actuando como un puente entre un pasado mitológico y un paraíso ideal donde habitar después de la muerte.

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Capitel de Hathor. Granito rojo. Dinastía XXII, reinado de Osorkon II, c. 874- 850 a. C. Templo de Bastet, Bubastis, Egipto © Trustees of the British Museum

Para hacer reconocible esta misión trascendental se hace necesario establecer unos símbolos de poder que identifiquen al mandatario y a quienes actúan en su nombre. Es lo que hoy entendemos como el lanzamiento de una campaña de imagen y su divulgación a través de los medios de comunicación, que en la época eran las esculturas, estelas y relieves presentes en los espacios de socialización y las vías de comunicación.

Faraón
Cabeza que probablemente representa al faraón Shabaka. Granito. Dinastía XXV, probablemente reinado de Shabaka, c. 716-702 a. C. Probablemente de Heliópolis, Egipto © Trustees of the British Museum

De la misma manera que harían los zares rusos como herederos del Imperio Latino de Oriente, el tenno en el Japón o el papa de Roma, el Faraón se levanta por encima de la clase sacerdotal participando de la divinidad, aceptando y transmitiendo el culto.

Han de realizarse celebraciones, fiestas sacras y rituales mágicos en los que el pueblo pueda intervenir, que se han de identificar con los ciclos de las cosechas, y con el hilo de la vida asimilado al sucederse del día y de la noche. Es importante que quede testimonio de estos gestos teatrales que van trenzando un relato histórico común.

Otra parte de la muestra define la forma de vida del Faraón y de su familia, con la descripción de un espacio áulico que es también un recinto privado y un centro de poder, el palacio real.

Gobierno y funcionarios públicos están para garantizar que todo funcione y que se perpetúe mediante la recaudación de impuestos sobre los cultivos, la documentación de todo acto civil mediante la gestión de la palabra escrita y la toma de decisiones sobre la vida moral, la justicia y el correcto funcionamiento de la propiedad y la economía.

La acción exterior, la expansión territorial y las conquistas, la declaración de la guerra y de la paz mediante la influencia diplomática y las conexiones con otros territorios y monarcas extranjeros fueron también decisivas para solidificar una sociedad devenida en civilización cuyos principios –así como su imagen- se mantendrían inmutables durante tres mil años, más que lo que dura nuestra civilización occidental, si arranca en Grecia.

Si nos detenemos a pensar cómo y porqué se mantuvo –aun con evoluciones- tanto la religión como el idioma, entenderemos porque el impacto de la civilización egipcia es tan grande y tan sólido.

Queda claro en el relato al que se nos invita que no dejó de haber discontinuidades, interregnos, periodos de guerras civiles y dominaciones extranjeras, pero la imagen del Faraón fue tan potente que todos se sintieron obligados a transigir con su simbolismo e iconografía.

La muerte del Faraón, el mundo de los ritos funerarios, su sepultura y su memoria son las partes mejor divulgadas de la monarquía egipcia, merced a los románticos descubrimientos arqueológicos de los dos siglos pasados, destacadamente el de la tumba de Tutankamón, y a la atracción poderosa despertada en Occidente por los restos arquitectónicos que nos ha legado la antigüedad, y que ya eran considerados en la época clásica como maravillas del mundo, como las pirámides.

La sección egipcia del Museo Británico es una de las más importantes del mundo, tanto por la cantidad y la calidad de sus fondos como por su influencia en el desarrollo de la egiptología como ciencia, así como por su proyección docente y documental. Se inicia en el setecientos con el legado Sloane, se completa con la incautación de las piezas procedentes de las campañas napoleónicas y las adquisiciones de los cónsules británicos sobre el terreno. Posteriormente la institución patrocinará misiones arqueológicas que continúan hasta el presente, como la que se está llevando a cabo en Sudán, al tiempo que promueve cursos de formación e intercambios culturales.

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FARAÓN, Rey de Egipto

CAIXAFORUM. MADRID

17 de octubre de 2018 a 20 de enero de 2019

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