‘Freaks’: ¿Dónde está la monstruosidad?

Se comenta la película Freak. La parada de los monstruos (1932) desde un análisis de las miradas que estos extraños personajes se dirigen. Y a partir de aquí se describe cómo es el ser humano en la sociedad actual, sus deseos, sus relaciones, su conciencia... Miradas e imágenes que nos dibujan provocando nuestro dolor, nuestras miserias y nuestra esencia. En cine, los clásicos nunca fallan cuando se buscan explicaciones.

07 oct 2017 / 08:46 h - Actualizado: 06 oct 2017 / 12:17 h.
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  • Escena de la película ‘Freaks. La parada de los monstruos’ de Tod Browning. El Correo
    Escena de la película ‘Freaks. La parada de los monstruos’ de Tod Browning. El Correo
  • Desde la mirada que ejercemos sobre los ‘extraños’ nos dibujamos de un modo u otro. / El Correo
    Desde la mirada que ejercemos sobre los ‘extraños’ nos dibujamos de un modo u otro. / El Correo
  • Viendo esta película, se puede hacer un análisis bastante exacto sobre cómo son las personas actualmente. / El Correo
    Viendo esta película, se puede hacer un análisis bastante exacto sobre cómo son las personas actualmente. / El Correo
  • La apariencia es lo que mueve el mundo en la actualidad. / El Correo
    La apariencia es lo que mueve el mundo en la actualidad. / El Correo
  • Una escena de ‘Freaks: La parada de los monstruos’. / El Correo
    Una escena de ‘Freaks: La parada de los monstruos’. / El Correo

La polémica e impactante película Freaks. La parada de los monstruos de Tod Browning - también dirigió la versión de Drácula de 1931- transcurre en el circo de Madame Tetrallini (en Francia). La mayoría de los personajes trabajaban realmente en el mundo del circo y eran «poco comunes»: tullidos, «esqueletos vivientes», liliputienses, «el torso viviente», microcefálicos -«pinhead» o cabezas de alfiler-, mujer barbuda, hermafroditas... El enano Hans -presentador del circo- está comprometido con la también liliputiense Frieda que tiene un acto circense con ponis. Sin embargo, él está prendido de la bella y sensual trapecista Cleopatra. Cleopatra se ríe de él y, desde el momento en que se entera de que Hans ha heredado una fortuna, decide utilizarlo. A raíz de ello urde la treta de casarse con Hans para después envenenarlo, quedarse con su fortuna y huir con su amante Hércules –el forzudo-. Durante el convite de boda los freaks aceptan a Cleopatra como una de ellos. Se pasan la copa de la que todos beben, como si fuera el cáliz de vino de la última cena, y explicitan su bendición: «Gooble, gobble, we accept her, one of us...» [estribillo que aparece en la canción «Pinhead» de Los Ramones] («copa, copa, la aceptamos como a uno de nosotros»). Pero Cleopatra los rechaza enérgicamente arrojando la copa y gritando: «¡sucios y repugnantes fenómenos! [freaks]». Durante los días siguientes le administra pequeñas dosis de veneno a su esposo. Los otros freaks descubren la trama y la vigilan desafiantes desde cada rincón.

Es en este film cuando se utiliza por primera vez en inglés el término de freaks –fenómeno, monstruoso- referido también a personas. Se trata de personas poco comunes con apariencia «monstruosa». El propio Tod Browning, en el texto introductorio a la película, hace referencia a monstruos de la historia y la literatura, como Goliath o Frankenstein. Después el término ha degenerado en castellano a expresiones actuales como propio de una subcultura «friki», para designar a conjuntos de personas que no siguen parámetros sociales al uso. A diferencia de los antiguos freaks, actualmente hay más curiosidad que rechazo hacia los nuevos «friki».

Volviendo a centrarnos en la película, ¿cómo es la mirada que se proyecta sobre los freaks? Sartre en su análisis de la mirada sostiene que el que mira convierte en objeto todo lo mirado. Lo convierte en un elemento más de su mundo, en un súbdito del país en el que el que mira es el monarca absoluto de su reino. ¿Pero qué ocurre cuando lo visto no se reconoce como un ciudadano más del universo de la identidad del sujeto que mira? ¿Cuándo lo mirado se exilia de lo políticamente correcto y de lo estéticamente «aceptable»? Pues, que lo se ve le recuerda al que mira lo que nunca quisiera ser. Le recuerda que esa realidad radical, radicalmente no debería ser real. No debería ser una posibilidad hecha carne porque los estrechos límites de su conciencia son incapaces de abarcar esa diferencia.

Es entonces cuando el sujeto que mira grita que lo que ve es monstruoso, freaks. Grita con su inquisitorial mirada que la deformidad no debe convivir con la dulce normalidad que él representa. Sin embargo, es precisamente en ese instante de mayor repudio de lo otro-diferente, cuando sabe sin decirlo e incluso sin asumirlo, que el otro al mirarle le devuelve la crueldad de su propia mirada: lo coloca ante la guillotina de su conciencia. Ahora descubre el soberano voyeur que lo que él califica como «objeto monstruoso» es también un sujeto como él, que le dice al mirarle: «tú eres el monstruo. Tú eres el juez juzgado por tu propio pre-juicio. Tu mirada es lo que ves y no a mí».

Eso representan los personajes de Freaks: lo monstruosos que podemos ser con los otros, paradójicamente porque no soportamos la posibilidad de poder ocupar su papel. No soportaríamos en nosotros el dardo del desprecio a través de la mirada con la que nos dirigimos a ellos. Cleopatra, la trapecista, que hace equilibrios con su vida y que acaba convertida en una gallina. Su amante, Hércules el forzudo, que puede con todo pero no con el peso que el dinero ejerce sobre él. Ellos dos son los verdaderos monstruos de esta película. Son las gafas con las que hay que mirarse en el interior de cada uno, a pesar de no estar nunca seguros de que podamos soportar ni lo que allí encontremos, ni cómo lo miremos. Como diría Santiago Auserón: «mírame y habremos empezado una guerra en la que nadie pudo vencer jamás».

Y ahora. ¿Vivimos en una dictadura de la imagen? ¿De qué imagen? Actualmente, la apariencia es lo que hace girar al mundo. Lo que se ve ha de acomodarse a los cánones de belleza establecidos. Lo negativo, lo poco común, lo «deforme», se le aleja al espacio de lo indiferente cuando no de lo despreciable. Pasa a formar parte de los desahucios de la buena conciencia. Son las gafas con las que no queremos ver el mundo. Actuamos como ciegos ante lo diferente y cogemos la lupa ante lo igual para resaltar aún más lo común. O dicho de otro modo, en la actualidad se da lo que Milan Kundera denomina el ideal estético del acuerdo categórico con el ser: en el trasfondo de toda fe religiosa o utopía política está la creencia de que el mundo está bien hecho, el ser humano es bueno y, por lo tanto, es correcto que el ser humano se multiplique. Pero para que se dé este acuerdo categórico con el ser es preciso ocultar del mundo todo lo negativo, todo lo deforme, todo lo freaks. Y ese intento de ocultación de lo que no soportamos ver porque destruiría la imagen de idealidad de lo que deseamos ver, es lo que Kundera nombra como kitsch: un mundo en el que lo negativo es negado en la teoría y en la práctica la persona se comporta como si lo negativo no existiese.

Esta es la monstruosidad de la actualidad: el convertir el mundo en algo kitsch y banal. Transformarlo en el imperio de la universalidad y uniformidad de lo efímero. Por eso el ser humano contemporáneo acaba por necesitar ir al oculista de la conciencia y así curar su miopía intelectual: miopía, porque es incapaz de ver más allá de sí mismo; e intelectual, porque de tanto no querer ya no puede practicar la empatía anímica, no puede ponerse en el lugar del otro. Sólo ve bien la cercanía de sus propias ideas, de su propia imagen del mundo. La de los demás se le muestran borrosas. Por eso a la suya la llama verdad-aceptable y a las del resto mentiras-rechazables. Y, todo ello, acentuado por el imperante narcisismo tecnológico, que de tanto mirar y tocar nuestro mundo idealizado y consumido en nuestros dispositivos con pantallas digitales, quizás acabaremos borrando cualquier huella del ser humano abierto a lo diferente que algún día fuimos.