Fred Zinnemann: Un ‘hombre de cine’

Fred Zinnemann era un verdadero ‘hombre de cine’, como su mismo apellido parece indicar, porque su pasión por el medio era tan grande, que no dudaba en dedicar años de su vida a cada proyecto e involucrarse en todas las facetas del proceso creativo. En este artículo comentamos algunos de los rasgos característicos del realizador austriaco, a través de ejemplos extraídos de su filmografía.

16 sep 2017 / 09:00 h - Actualizado: 15 sep 2017 / 00:18 h.
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  • Fred Zinnemann. / El Correo
    Fred Zinnemann. / El Correo
  • Fred Zinnemann junto a Gary Cooper durante un descanso en el rodaje de Solo ante el peligro. / El Correo
    Fred Zinnemann junto a Gary Cooper durante un descanso en el rodaje de Solo ante el peligro. / El Correo
  • Zinnemann junto a Audrey Hepburn. / El Correo
    Zinnemann junto a Audrey Hepburn. / El Correo

Fred Zinnemann aportó dosis de realismo inéditas en el cine norteamericano de postguerra. Tengamos en cuenta que mientras el neorrealismo italiano triunfaba en Europa, Hollywood seguía proporcionando ante todo entretenimiento. El hecho es que el realizador de origen austriaco trataba siempre de transmitir algo que percibiéramos como verdadero y por ello era capaz de estar implicado en un proyecto durante años para investigar el trasfondo histórico de la trama y lograr que lo narrado resultara auténtico. Decidió incluso adoptar un formato casi de documental al aproximarse a temas como el drama de los niños supervivientes de los campos de concentración nazis en Los ángeles perdidos o el retorno de los veteranos discapacitados en la segunda guerra en Hombres. En ambas películas, rodó en localizaciones auténticas y recurrió a actores caracterizados por la aparente naturalidad de sus interpretaciones, como Montgomery Clift o Marlon Brando.

Esa búsqueda de la verdad, sumada a la dolorosa experiencia personal del cineasta –su familia murió víctima del Holocausto- le llevaron a elegir el drama como el tono adecuado para casi todos sus largometrajes. Sin embargo, la única vez que abordó un musical, hizo todo lo posible para alegrarnos la vida. Llevó a la gran pantalla uno de los mayores éxitos de Broadway, Ocklahoma, compuesto por Rodgers y Hammerstein. Rodó maravillosas canciones realzadas por las magníficas voces de los protagonistas y animadas por algunos divertidos números de baile. Sacó tanto partido a la química entre la pareja principal, que su seductora interpretación de People will say we are in love constituye uno de los momentos más románticos del género.

Su filmografía destaca por su belleza visual, pero cada plano tenía siempre una función más allá de lo puramente estético, ya fuera hacer avanzar la trama, proporcionarnos información contextual o revelarnos algo sobre los personajes. Así, en Historia de una monja, protagonizada por Audrey Hepburn, las bellas imágenes de los lugares en que vive la protagonista pretenden sobre todo reflejar la evolución de su estado de ánimo. Zinnemann nos hizo partícipes de cómo los solemnes ritos conventuales de Bélgica ahogan a la joven religiosa, para luego mostrarnos cómo la exuberancia vital de la Misión del Congo le proporciona cierta regeneración espiritual.

Uno de sus lemas era El diálogo es un mal necesario, por lo que intentaba transmitir lo máximo posible con la imagen, antes que con la palabra. Por ejemplo, en Sólo ante el peligro, una vez Gary Cooper toma conciencia de que no cuenta con ningún apoyo para enfrentarse a la banda de forajidos, hay una serie de escenas mudas en las que, a través de sus gestos y movimientos le vemos experimentar primero cierta resignación ante la muerte, que se torna en miedo y finalmente en duda. ¿Debe huir? Pero además de lo que se puede apreciar a simple vista en sus fotogramas, los mismos a veces contenían un simbolismo que los espectadores debíamos desentrañar. En la mencionada película, los elementos que aparecen en pantalla están, muchas veces, cargados de especial significado: el pueblo es reseco y polvoriento como el alma de sus habitantes, la bandera y la balanza de Justicia son guardados en una maleta porque el juez que les juró lealtad ha perdido la fe, los insertos de raíles del tren son advertencias de que se avecina el mediodía en el que se decidirá el destino de los personajes...

Hablando de trenes, estos eran para el cineasta un recurso narrativo que utilizó en numerosas ocasiones para acentuar el suspense. En Sólo ante el peligro, tememos que la locomotora llegue a la estación porque trae consigo la posible muerte del sheriff, en Los ángeles perdidos no deseamos que el tren parta porque puede alejar definitivamente a una madre de su hijo, en Chacal nos debatimos entre nuestro anhelo de que el policía de la estación reconozca al asesino y el deseo inconsciente de que éste huya y en Julia nos removemos en la butaca ante la posibilidad de que los nazis descubran lo que contiene el equipaje de la protagonista. Es evidente que el autor sabía cómo sacar el máximo partido dramático posible a este medio de transporte. En esto, coincidía con otro de los grandes, David Lean, con el que compartió además algunos buenos colaboradores, una misma férrea ética del trabajo y una sólida amistad, basada en el respeto y la admiración que se profesaban.

Otro de los fuertes de Zinnemann era su montaje, siempre claro y preciso. Era uno de los cineastas de su tiempo capaces de «montar con la cámara», es decir, de rodar estrictamente lo necesario para ensamblar la historia sin perder metros de celuloide. No lo hacía tanto por eficiencia de tiempo y costes, como por asegurar su autonomía creativa. Al fin y al cabo, este método era la mejor manera de prevenir interferencias de los productores y garantizar que lo que llegara a las pantallas fuera la obra que el autor había concebido. Sólo era factible trabajar de esta manera si el realizador tenía desde antes de iniciar el rodaje una clara visión de conjunto de la historia y de cómo enfocar cada escena. Uno de los montajes más brillantes del director es el de Chacal, que nos permite seguir en paralelo el proceso de preparación del magnicidio de Charles de Gaulle por el flemático asesino y la actuación del Gobierno francés para evitarlo. También nos relata de forma intercalada cómo delincuente y perseguidores improvisan constantemente para enfrentarse a las dificultades que van surgiendo en el camino. Pese a ser una película extensa, el ritmo con el que se suceden las escenas supone que estamos en tensión en todo momento. Y entretenidísimos.

Zinnemann tenía convicciones profundas y un punto de vista claro sobre lo que nos contaba, pero era demasiado respetuoso con los espectadores para manipularnos e imponernos su perspectiva a través de los recursos que proporciona el medio. Por eso, a veces su opinión es tan sutil, que no es fácil detectarla. En la mencionada Chacal, aunque el punto de vista narrativo nos lleva a identificarnos con el elegante e imperturbable asesino contratado por la OAS, el director nos dejó entrever dónde se encontraban sus simpatías. Desde luego no con el presidente de la república y su gobierno, caracterizados por su arrogancia y amoralidad. Quien le merecía respeto era el desaliñado y oscuro policía responsable del caso, cuya profesionalidad, rigor y principios le elevan por encima de sus superiores.

Este cineasta fue ante todo un magnífico director de actores. No es casual que los trabajos de algunas grandes estrellas en sus películas fueran muy superiores a los desempeñados en manos de otros realizadores. Observemos el caso concreto de Deborah Kerr. Se dejó moldear por él mostrándose carnal y cercana, tanto en su papel de esposa leal en Tres vidas errantes como en el de adúltera en De aquí a la eternidad. En esta última, Kerr se enfrentó por primera vez al personaje de una mujer de vida promiscua, abandonando la inaccesibilidad de gran señora que siempre le había caracterizado. Zinnemann dedicó infinidad de horas a hablar con la actriz sobre el personaje, Karen Holmes, desentrañando sus motivaciones. Así, entre ambos humanizaron y aportaron complejidad a quien sobre el papel parecía una mujer cuyas acciones son dictadas por su pulsión erótica. Con sutileza, hicieron aflorar la tristeza y desesperanza de un ser que siente que todo en su vida grita «nada». Lo que vemos en pantalla es una mujer sensual pero sobre todo rota de soledad, que trata de llenar el vacío de su existencia con su inesperada relación amorosa con el sargento Warden. Por eso, no podemos olvidar el respeto con el que el cineasta ofreció los planos del rostro de Kerr, mirando a su amante con toda la pasión de quien se aferra a su última oportunidad.

Ésta es solo una muestra de un conjunto de brillantes interpretaciones dirigidas por un hombre lleno de talento, que consiguió que nada más y nada menos que veinte actores fueran nominados a los Oscars cuando trabajaron con él. Sí, tomen nota. ¡Veinte! Zinnemann merece volver a ocupar en la historia del séptimo arte el puesto de honor que se le reconoció en los años cincuenta y sesenta y que nunca debió perder. Nos regaló muchas horas de extraordinario celuloide con las que emocionarnos y ayudarnos a entender un poco mejor ese gran misterio que sigue siendo la condición humana. Por ello, hemos querido rendir un sentido homenaje a nuestro admirado «Hombre de Cine».