Tener hijas que, además, te proponen sobre qué escribir es algo extrañamente divertido. Siempre ando a la busca de buenas historias, de mujeres sugerentes y desconocidas... Mirando por aquí y buscando por allá y resulta que una de mis gemelas, P. se ha empeñado en que hable sobre una mujer que sale en el libro Valerosas de Penélope Bagieu, publicada en España por la editorial Dibbuks. A los que busquéis referentes femeninos que inculcar a vuestros retoños os lo recomiendo sin dudar. El formato de cómic hace que las biografías de estas mujeres sean entretenidas e interesantes. No todas son buenísimas, algunas tienen luces y sombras y eso enriquece la forma en la que las mujeres podemos llegar a vernos y valorarnos (personalmente no estoy preparada para subir a los altares).

El caso es que P. quiere que escriba sobre una mujer prácticamente desconocida, Giorgina Reid. ¿Quién es Giorgina Reid? Una de esas personas luchadoras que podrían pasar desapercibidas. Esta norteamericana nacida en Triestre (Italia, 1908), se valió de su curiosidad y tesón para evitar la acción de la erosión en las costas en Long Island.

Dotada de un gran talento para el arte acudió a la escuela de arte Leonardo Da Vinci de Nueva York cuando sólo tenía quince años. Después se matriculó en diseño textil, donde conoció al que sería su esposo. Giorgina se caracterizaba por ser una persona muy curiosa, deseosa de aprender lo que pudiera ayudarla. Decididos a vivir frente al mar, los Reid se instalaron en los acantilados de Rocky Point en Long Island. Al poco tiempo supieron que la costa estaba amenazada por la erosión y que era cuestión de tiempo que las casas allí construidas acabasen hundiéndose.

Su esposo se empeñó en vender la vivienda, pero Giorgina se negó y comenzó a emplear una técnica japonesa en la que se protegía la base del suelo y se estabilizaba la pendiente que iba a la costa, a través de una serie de cañas huecas que guiaban la lluvia hacia el suelo. También insertaban vegetación que dejaba pasar el agua y, así, permitía que la arena se mantuviese en su lugar. Estas cañas y flora se organizaban en una especie de terrazas que evitaban que el agua se llevase toda la tierra cuando llovía o había gran oleaje. Aplicando este método logró que el jardín de su casa permaneciera incólume mientras que el de sus vecinos desaparecía, en mayor o menor medida, a causa de las lluvias torrenciales.

Sin embargo, no fue por proteger su jardín por lo que la protagonista de nuestra historia es conocida, sino por salvar un monumento histórico norteamericano: el faro de Montauk. Construido en 1796 a instancias del primer presidente estadounidense, George Washington, constituía un tesoro histórico (tened en cuenta que allí cualquier cosa con más de cien años es una antigüedad) y estaba amenazado por la erosión. Los encargados de la protección litoral lo daban por perdido y en 1967 se anunció su desmantelamiento para evitar desgracias personales. Los vecinos organizaron protestas para impedirlo, solicitaron ayuda a las administraciones, pero los presupuestos habían sido recortados y no había dinero para dedicar al cuidado de este antiguo faro.

En 1970, Giorgina, que ya había comprobado la efectividad de su método anti erosión en su jardín, propuso a los guardacostas un plan específico para evitar la destrucción del faro, prometiendo además que no iba a costar ni un solo dólar al Estado (me los imagino frotándose las manos). No la tomaron en serio, le decían que cómo iba a triunfar ella donde grandes ingenieros habían fracasado. A pesar de todo le permitieron ponerse manos a la obra y con la ayuda de voluntarios procedentes de la zona se pusieron manos a la obra. Plantaron infinidad de terrazas cubiertas de vegetación, los bancales fueron evolucionando y durante quince años, todos los domingos Giorgina se encargaba, sola o en compañía, de continuar con su labor.

Los periódicos, como el New York Times, criticaron la falta de colaboración de las autoridades de la zona y ponían de manifiesto la valentía y tenacidad de la mujer. Así, con algún que otro tirón de oreja, las diversas administraciones federales y locales responsables del faro de Montauk, decidieron colaborar con nuestra heroína que, de todas formas, prefería que no se inmiscuyeran (no sea que lo estropeasen todo). Con la ayuda de sus vecinos y voluntarios y tras un trabajo que se extendió en el tiempo, logró detener la erosión de la zona y consiguió que el faro no fuera destruido y no sólo eso, sino que se convirtió en un monumento histórico abierto a los turistas.

Fue entonces cuando vinieron los elogios por parte de las autoridades estatales y federales, aquellas a las que les importaba poquito que el faro se mantuviera en pie o no. Las mismas que apenas si mostraban interés por la erosión de las costas, igual que hoy en día no se interesan por el cambio climático.

Giorgina escribió un manual sobre su método para mantener en pie el faro y evitar en general la erosión provocada por el mar y las lluvias torrenciales (no está traducido al castellano). Esta mujer que no medía más de un metro cincuenta, era menuda, curiosa y tenaz logró el éxito en una tarea en la que otros se habían dado por vencidos. El presidente Bill Clinton le envió una carta de felicitación y agradecimiento y la Sociedad Histórica Norteamericana la condecoró como se merecía.

Lamentablemente, Giorgina enfermó de Alzheimer y como sabéis esta patología no perdona. Borra casi todo lo que nos ha importado: hijos, esposos, amigos... Pocas cosas quedaron a salvo de ese olvido. No recordaba haber sido condecorada, ni felicitada, ni posiblemente a su marido que había muerto tiempo antes. Lo que sí recordaba y podía explicar con detalle era la técnica de las terrazas y el drenaje necesario para hacer frente al mar.

Tras su muerte en el año 2001, fue portada de la revista Life, en la que la recordaban como la mujer que salvó el faro Montauk. En la foto de la revista aparenta más de sesenta años y la podéis ver en plenitud, subida a la ladera del faro y rodeada de tablas y material para construir terrazas de drenaje.

Comprendo el empecinamiento de P. para que le busque un lugar a Giorgina en Aladar. Esta anciana que falleció antes de que ella naciese le ha servido de modelo, de inspiración, pues fue una de esas personas que nos hace saber que cada uno de nosotros, con esfuerzo, interés y tenacidad podemos lograr un mundo mejor. Podemos evitar que la Tierra se destruya; provocar que los derechos humanos sean respetados; y hacer que la cultura llegue a todos los rincones... Son nuestras acciones las que contribuyen a mejorar o empeorar las vidas de los que nos rodean y, en ese sentido, Giorgina fue un ejemplo. En ocasiones, nos rendimos, pensamos que no hay nada que podamos hacer y que todo está en manos de los grandes, los poderosos. Evidentemente ellos tienen ‘la gran responsabilidad’ y no siempre están a la altura (A las pruebas me remito. En Extremadura estamos pidiendo un tren desde hace mucho tiempo y seguimos incomunicados), pero no hay que desdeñar el trabajo que podemos hacer. Muchas voces, empeños, y voluntades unidas pueden hacer grandes cosas. Seamos Giorgina Reid, seamos inspiración para los que nos rodean. No necesitamos héroes de grandes gestas, sino héroes de diario, comprometidos y coherentes. ¿Sabéis qué? El faro de Montauk aún brilla y quien sabe, tal vez nuestras acciones de hoy, brillen mañana, cuando no estemos presentes. Merece la pena intentarlo, ¿no?