Higiene de la imperfección

Hay títulos en el repertorio que no fallan nunca. Incluso las producciones llenas de imperfecciones funcionan bien y no generan grandes quebraderos de cabeza. ‘Aida’ es una de esas obras que suelen gustar a los espectadores. No sabemos si los cantantes se emocionan al saber que la representarán porque esconde más dificultades de lo que pudiera parecer

17 mar 2018 / 08:59 h - Actualizado: 16 mar 2018 / 07:31 h.
"Música","Ópera","Música - Aladar"
  • Durante toda la representación el contenido audiovisual toma protagonismo y se mezcla con actores, bailarines y cantantes. / © Javier del Real | Teatro Real
    Durante toda la representación el contenido audiovisual toma protagonismo y se mezcla con actores, bailarines y cantantes. / © Javier del Real | Teatro Real
  • El trasiego sobre el escenario es constante. / © Javier del Real | Teatro Real
    El trasiego sobre el escenario es constante. / © Javier del Real | Teatro Real
  • La grandilocuencia y el colorido algo exagerado es una constante en la producción. / © Javier del Real | Teatro Real
    La grandilocuencia y el colorido algo exagerado es una constante en la producción. / © Javier del Real | Teatro Real
  • Liudmyla Monastyrska (Aida) y Gregory Kunde (Radamès). / © Javier del Real | Teatro Real
    Liudmyla Monastyrska (Aida) y Gregory Kunde (Radamès). / © Javier del Real | Teatro Real
  • Liudmyla Monastyrska (Aida) y Violeta Urmana (Amneris). / © Javier del Real | Teatro Real
    Liudmyla Monastyrska (Aida) y Violeta Urmana (Amneris). / © Javier del Real | Teatro Real

El Teatro Real se llenará hasta el 25 de marzo cada día que se represente «Aida» de Guiseppe Verdi. Así será porque esta obra, sin ser la mejor del compositor, es un valor seguro. Suele gustar a todo el mundo. De hecho es de esas óperas que sirven de banderín de enganche para los que se arriman por primera vez o quieren hacerlo definitivamente al espectáculo más conmovedor y completo al que una persona puede asistir. La ópera, sí.

La puesta en escena diseñada por Hugo de Ana quiere ser vistosa, colorista y dinámica. Es algo grandilocuente, algo extravagante y el tránsito sobre el escenario termina molestando por la cantidad de movimiento y la falta de sentido en algunos casos. Hay detalles difíciles de entender que, por esa razón, colaboran en que esa sensación de desorden crezca. Por ejemplo, las cintas blancas que unen al héroe con los antepasados (muy explícita la referencia a las momias y resuelta sin demasiada gracia), las rojas que unen en su pasión a las mujeres protagonistas, las azules que unen al héroe (otra vez) a su esencia y su destino. Las estructuras enormes que escalan corriendo los bailarines y que nos hacen temer que se puede producir una caída. Las grandes estructuras que se elevan, que descienden... Todo grande, todo en busca de una simbología bastante simplona aunque revestida de un misterio que no existe y solo hace dudar al público.

La música llega desde el foso con ímpetu. La dirección de Nicola Luisotti es enérgica aunque delicada si es necesario. Arropa bien a los cantantes y trata de colaborar para que lo que sucede en el escenario vaya enseñando el sentido.

El Coro Titular del Teatro Real sorprende porque la diferencia entre las voces masculinas y las femeninas es notable. Es posible que cuando esa diferencia se acusa tenga algo que ver la disposición de los cantantes sobre el escenario. Cuando los componentes masculinos de ese coro tienen que distribuirse en la estructura que aparece al fondo del escenario y que les coloca a varios metros por encima de las tablas, con el enorme movimiento que se desarrolla en el escenario y la orquesta a pleno rendimiento, parece que el resultado vocal se ve afectado. Las damas estupendas.

Violeta Urmana va cumpliendo años. A pesar de todo se defiende más que bien. Sigue logrando papeles que no desmerecen. La soprano, Liudmyla Monastyrska, no es una mala cantante, ni mucho menos. Sin embargo, satura cuando abandona los tonos medios y baja. El tenor, Gregory Kunde, tiene un problema cercano al de Monastyrska. Cuando deja los tonos medios y baja trata de defenderse (no se siente cómodo) y tiende a ‘abrir la voz’. Y los tres, están mal dirigidos.

George Gagnidze y Roberto Tagliavini cumplen bien como Amonasro y Ramfis.

¿Merece la pena acercarse al Teatro Real para ver esta ópera? Por supuesto que sí. Porque el conjunto es atractivo, porque es Verdi y porque la perfección en la ópera no se conoce. A veces, esos pequeños problemas forman parte del aliño de un espectáculo que siendo siempre perfecto se haría aburrido.