«Il Trovatore»: Consciencias en modo ‘on’

Espléndida producción. «Il Trovatore» de Giuseppe Verdi filtrada por la mirada de Francisco Negrín resulta ser un espectáculo inquietante, emocionante y extraordinariamente bello

08 jul 2019 / 17:11 h - Actualizado: 08 jul 2019 / 21:33 h.
"Ópera"
  • La policromía, aun con una intensidad baja, es fundamental para entender mejor la trama. / Javier del Real
    La policromía, aun con una intensidad baja, es fundamental para entender mejor la trama. / Javier del Real

Me gustan los espectáculos que hacen pensar, que remueven consciencias.

Siendo niño me contaron muchas historias. Mi abuela no dejaba de hacerlo cada día de esos veranos que tuve la fortuna de pasar con ella. Si no podía, alguna de las vecinas de aquel patio de vecinos me contaba entre susurros esos relatos prohibidos algunas veces, insólitos otras, conocidos casi siempre. Cualquier hecho extraordinario que hubiese sucedido en Toledo lo terminé conociendo. Mientras ellas pelaban judías o limpiaban el arroz, yo escuchaba con toda la atención posible. Siempre creí que me hice escritor por este motivo aunque con el paso del tiempo entendí que no, que un escritor lo es porque necesita ordenar el mundo y, sobre todo, porque necesita entender a sus fantasmas si quiere acabar con ellos.

Al salir del Teatro Real de Madrid y tras una charla animada y llena de sentido con tres buenos amigos, he caminado por la calle Arenal de Madrid saboreando el regusto que me ha dejado la excelente producción que presenta el Teatro Real de Madrid. Es una coproducción con la opéra de Monte-Carlo y la Royal Danish opera de Copenhague, Il Trovatore de Giuseppe Verdi.

Los cantantes que han intervenido en la función de hoy forman el segundo reparto de los tres que están programados. El nivel ha sido, francamente, bueno. El barítono Artur Ruciñski muy bien en su papel de Conde Luna desarrollando un registro de gran ductilidad que va de perlas con las exigencias que Verdi escribió para ese personaje (en las zonas medias la voz de Ruciñski suena preciosa). Hibla Gerzmava y Marie-Nicole Lemieux –Leonora y Azucena respectivamente- estupendas. Bien Francisco Meli que consigue un Manrico creíble y solvente. El bajo Roberto Tagliavini (Ferrando) maneja un registro versátil, robusto y natural que gustó muchísimo entre el público asistente.

«Il Trovatore»: Consciencias en modo ‘on’
Todo funciona sobre el escenario soportado por un minimalismo diseñado con gran acierto. / Javier del Real

Espléndido el coro. Este grupo de cantantes no falla nunca. Ni ellos ni ellas. Se mueven de maravilla sobre las tablas, cantan de maravilla e interiorizan su papel (esto es, comprenden lo que pintan en la obra) de maravilla. El maestro Andrés Máspero hace una labor formidable desde que llegó al Teatro Real.

Verdi habla en Il Trovatore de fantasmas. De la venganza, del amor descontrolado, de los errores que persiguen toda una vida... Y lo hace para recordar la falta de libertad con la que tiene que apañarse el ser humano durante su existencia. Su ópera es extraordinaria. El libreto de Salvadore Cammamaro basado en la novela de Antonio García Gutiérrez, El Trovador, acompaña cada compás con acierto, con profundidad. Los libretos suelen ser tontorrones y superficiales y en este caso no es así. Todo lo contrario.

Francisco Negrín entiende muy bien lo que dice Verdi porque va más allá de lo que dice ese libreto, más allá de lo que dicen las notas en el pentagrama. Como en la buena literatura los silencios y lo que no se dice toma importancia en una lectura pausada y profunda. Y lo traduce con gracia sobre el escenario. Los momentos de recuerdo, que enmarcan el presente para poderlo entender, se resuelven con una pequeña ventana y un grupo de chavales que escuchan esa historia; los relatos que soportan el principal se desarrollan en el fondo del escenario para que comprendamos, los demonios personales acosan constantemente desde los muros que soportan lo que somos... Y funciona. Toda la puesta en escena funciona en su minimalismo.

«Il Trovatore»: Consciencias en modo ‘on’
Con muy pocos elementos, Francisco Negrín logra que el espectador pueda ver distintos lugares en un mismo escenario. / Javier del Real

Maurizio Benini, director musical, cumple aunque olvida algunos matices que enriquecen el conjunto. Bucólico y algo lánguido en los momentos en los que el ímpetu ordena el universo dibujado por Verdi.

Es una maravilla entrar en un teatro cualquiera y que alguien tenga que poner su cabeza a funcionar. Francisco Negrín logra, esta vez, que lo hagan todos los que acuden a la cita con Verdi si es que tienen un mínimo de sensibilidad. Sin grandes despliegues, sin grandes trucos y sin hacer grandes exigencias al patio de butacas. Lee la historia que quiere contar Verdi, va un poco más allá de lo que parece ser todo y logra una puesta en escena estupenda. Sin tener que inventarse el mundo o la ópera o lo que sea. Con normalidad e inteligencia.

Y, ahora, caminando por la calle Arenal, los fantasmas un poco más cerca que otras veces.