Isidoro de Sevilla, el santo que perdimos

Hijo de cristianos godos y hermano de un arzobispo, que también llegaría a santo, Isidoro de Sevilla fue el erudito más reconocido de su tiempo. Conocedor de las siete artes liberales, su curiosidad le impulsó a estudiar disciplinas tan dispares como la medicina y la lingüística, dando luz a la primera Enciclopedia de la Europa Occidental, las «Etimologías». Pese a figurar en el escudo de nuestra ciudad, desde 1063 sus restos descansan en León

26 may 2018 / 08:18 h - Actualizado: 22 may 2018 / 11:29 h.
"Historia"
  • Isidoro de Sevilla pintado por Bartolomé Esteban Murillo. / El Correo
    Isidoro de Sevilla pintado por Bartolomé Esteban Murillo. / El Correo
  • Basílica de San Isidoro en León. / Fotografía de Tono Balaguer
    Basílica de San Isidoro en León. / Fotografía de Tono Balaguer
  • Efigie de San Isidoro en la Biblioteca Nacional de Madrid. / Fotografía de Renata Sedmakova
    Efigie de San Isidoro en la Biblioteca Nacional de Madrid. / Fotografía de Renata Sedmakova

Setenta y cinco años después de la caída del Imperio Romano, la situación en occidente se revelaba complicada. Con el grueso de las tropas bizantinas combatiendo a los ostrogodos en Italia, Justiniano I, emperador de la franja oriental, vio la oportunidad de retornar a la antigua Hispania aprovechándose de los problemas internos de los visigodos. Tras reunir a seis mil hombres desembarcó en Carthago Nova (Cartagena), dando paso a un período de dominio de casi todo el sur de España. Entre sus posesiones bizantinas figurarían Málaga, Córdoba y Tánger, prolongando su hegemonía hasta el 620, cuando el rey visigodo Sisebuto recuperó el territorio perdido. Es en ese difícil contexto donde surge la figura de Isidoro de Sevilla, una de las piezas clave de los siglos VI y VII, que a la postre cambiaría el rumbo de la historia.

¿Cartagena o Sevilla?

La controversia sobre el lugar de nacimiento de nuestro personaje se remonta varios siglos atrás, si bien los historiadores actuales parecen inclinarse por la capital andaluza. Sobre este asunto el catedrático de la Universidad de Compostela Manuel Díaz y Díaz, uno de los mejores estudiosos de la vida y obra de San Isidoro, afirma lo siguiente: «el hecho de que ninguna fuente antigua nos informe sobre el lugar de nacimiento de Isidoro, describiéndose sólo el lugar en que pontificó, hace altamente verosímil la suposición de que no hay diferencia entre ambas». De lo que parece no caber duda es que su padre era un cristiano con cargo en la monarquía goda, lo cual le obligó a abandonar la diócesis de Cartagena justo antes de la invasión bizantina. Corría el año 554 y Severiano, acompañado de su mujer y sus tres hijos —Leandro, Fulgencio y Florentina—, se encaminó a la ciudad de Sevilla para establecerse definitivamente hasta la fecha de su muerte. Dado que la fuente de este relato es el propio San Leandro, podríamos dar por cierta la hipótesis de que Isidoro nació a orillas del Guadalquivir entre los años 560 y 562.

El poder de la constancia

Tras fallecer inesperadamente el padre, la educación del benjamín estuvo a cargo de su hermano mayor Leandro, quien pronto lo iniciaría en el estudio de las ciencias, tanto religiosas como profanas. Hay que decir que San Isidoro conocía y empleaba la lengua del pueblo, que por entonces era el romance mozárabe «de Toledo, de Badajoz, de Andalucía y de Valencia», según Menéndez Pidal. Y es que desde la invasión del Islam en el 711 este fue el dialecto que mantuvo la cohesión política de la Reconquista, convirtiéndose en el transmisor de la cultura grecorromana, visigoda y cristiana católica. Asimismo el joven Isidoro se inició en el estudio del hebreo, el griego y especialmente el latín, lo que unido a su natural curiosidad le permitió conocer todos los libros de su tiempo. No obstante, y pese al nivel de erudición que llegaría a alcanzar, sus inicios no fueron nada fáciles, llegando incluso a abandonar el domicilio familiar avergonzado por su escasa inteligencia. La tradición nos cuenta que una vez alcanzadas las llanuras de Itálica, Isidoro tuvo sed, y tras descubrir un pozo cercano le pidió a una mujer que le ayudara a saciarla. Mientras la señora se afanaba en sacar el agua, el futuro santo se fijó en cómo el brocal del pozo, pese a la dureza de la piedra, estaba acanalado por el roce de la soga, lo que le llevó a concluir que con fe y constancia él también podría dominar la ciencia.

Un erudito reconocido

De vuelta en casa, su hermano Leandro le impuso un castigo basado en la reclusión y el estudio. De este modo Isidoro no tardó en conocer las siete artes liberales (gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música) así como las obras de los filósofos, todas ellas contenidas en la biblioteca catedralicia a la que tenía acceso. En los años siguientes, su vocación religiosa bien pudo materializarse en la toma de un hábito, si bien los estudiosos no se ponen de acuerdo. Una monografía anónima publicada en el Boletín del Arzobispado de Sevilla del 7 de mayo de 1897 refiere que «es probable, o más que probable, que acaso huyendo de las iras de Leovigildo, o quizás deseoso de ocultarse a la mirada de su furor, buscó asilo en un monasterio, en el que pasó algunos días de su adolescencia». De un modo u otro, el joven hubo de abandonar dicho retiro para ocupar la vacante de arzobispo dejada por Leandro, quien falleció en torno al año 600. Una de sus primeras decisiones fue la creación de un seminario, el cual, al poco de su inauguración, cobraría una gran fama merced a discípulos como San Ildefonso de Toledo o San Braulio de Zaragoza. Algunos han querido situarlo en Santiponce —en el sitio que hoy ocupa el ex monasterio de San Isidoro del Campo—, si bien todo parece indicar que se hallaría intramuros, cerca del palacio arzobispal. Con el paso de los años Isidoro llegaría a convertirse en el erudito más reconocido de su siglo, profundizando en materias tan diversas como medicina, derecho, agricultura, geografía o lingüística. Asimismo redactó biografías, diálogos, diccionarios y obras sobre liturgia, cánones e historia. Si bien su aportación más conocida son las Etimologías, la primera Enciclopedia de la Europa Occidental. Veinte libros que reflejan la evolución del conocimiento desde la antigüedad pagana y cristiana hasta el siglo VII, y cuya vigencia se mantuvo durante mil años.

Traslado a León

Al margen de las labores docentes y de conversión de herejes, sus actuaciones públicas más notables fueron en el Concilio Provincial de Sevilla del año 619 y, sobre todo, en el IV de Toledo, convocado catorce años más tarde y presidido por él. Cabe decir que en dicho encuentro se mencionó por primera vez el báculo como signo episcopal (en las representaciones artísticas suele llevarlo sujeto en la mano derecha). El 4 de abril del 636 Isidoro fallecía a la edad de 80 años, siendo sepultado en una ermita a las afueras de Sevilla y trasladado, siglos después, a la ciudad de León. Según Sánchez Herrero, las razones hay que buscarlas en el matrimonio de Fernando I de León con doña Sancha de Castilla, quienes anhelaban un poderoso reino cristiano auspiciado por las reliquias de sus santos. Tras la negativa de ceder los huesos de las santas Justa y Rufina por parte de Al-Mutadid (el padre del rey poeta Al-Mutamid), los obispos de Astorga y León optaron por nuestro personaje. Tras un recibimiento apoteósico en la ciudad del Bernesga, el santo fue inhumado en la basílica románica homónima en 1063, donde hoy continúa siendo venerado por miles de fieles.