Javier Castillo apunta a Hollywood

Tras vender más de 350.000 ejemplares con «El día que se perdió la cordura» y su continuación «El día que se perdió el amor», el malagueño Javier Castillo retorna a las librerías con «Todo lo que sucedió con Miranda Huff»

21 jun 2019 / 22:35 h - Actualizado: 21 jun 2019 / 22:40 h.
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  • Javier Castillo. / Fotografía Suma de Letras
    Javier Castillo. / Fotografía Suma de Letras

«Un thriller psicológico brillante con una trama tan apasionante y giros tan inesperados que es absolutamente imposible parar de leer». «No has leído una novela negra igual». «Arranca como todo buen thriller que se precie: una mujer desaparecida, una investigación policial». «Una novela sobre el lado más oscuro del matrimonio, sobre los engaños, las decepciones, la obsesión, el miedo»... ¿Sabría decirnos de qué título se trata? Efectivamente. De aquel éxito de 2012 que lideró la lista de libros más vendidos de The New York Times, logró tumbar a las 50 Sombras de Grey, e hizo rica y famosa a su creadora, la periodista estadounidense Gillian Flynn: Perdida. Una novela que hasta la fecha se ha publicado en 28 países y cuenta con una adaptación cinematográfica dirigida por David Fincher, que obtuvo una nominación a los Oscar. ¿Y a propósito de qué recordamos esta historia de suspense 2.0 que tuvo en vilo a millones de lectores y espectadores en todo el mundo? Pues al hilo de la reciente publicación de Javier Castillo, el último fenómeno de las letras españoles, al que algunos críticos incluso comparan con Stephen King. Dicho trabajo, que viene a suceder a sus grandes éxitos El día que se perdió la cordura y El día que se perdió el amor —ambos publicados por Suma de Letras—, lleva por título Todo lo que sucedió con Miranda Huff, y si bien posee un escenario y una trama distintos a los de Perdida, resulta inevitable compararlos. Y si no, juzguen por ustedes mismos.

Como un reloj suizo

Todo lo que sucedió con Miranda Huff trata de una pareja de guionistas, Ryan y Miranda, quienes deciden pasar un fin de semana en una cabaña en medio del bosque, con idea de superar su última crisis matrimonial. Pero cuando el marido llega al lugar para encontrarse con su mujer, la puerta está abierta, hay dos copas de vino sobre la mesa, nadie en el interior y el cuarto de baño se encuentra lleno de sangre. Y aún hay más, pues a la extraña desaparición de Miranda hay que sumar la conexión de esta historia con la del mentor de Ryan, el gran director de cine James Black, y con el descubrimiento del cadáver de una mujer desaparecida treinta años atrás en la misma zona. Con estos mimbres no debe sorprendernos que Javier Castillo —autor malagueño cuyo debut tuvo lugar hace cinco años en Amazon— haya vuelto a dar en la tecla con un thriller de ritmo tan endiablado que consigue disparar nuestra adrenalina. Y es que todo funciona como un reloj suizo en los primeros compases de la novela; desde el dibujo de los personajes —frescos, interesantes, seductores— a la ambientación en distintas épocas y la elección de Hollywood como tablero inicial de la partida. Eso por no hablar de la estructura, en base a capítulos cortos narrados por los propios protagonistas e hilvanados con un lenguaje sencillo y cercano que nos invita a leer de manera compulsiva.

Javier Castillo apunta a Hollywood
Portada de ‘Todo lo que sucedió con Miranda Huff’. / El Correo

¿Posible continuación?

Pero a pesar de su cuidado envoltorio, su sabor a novela clásica (y a la vez posmoderna), sus glamurosas localizaciones y su vertiginoso tratamiento, Todo lo que sucedió con Miranda Huff comienza a perder fuelle en el último acto. De repente el domestic noir, en la línea de autores como Paula Hawkins, Joël Dicker o la mencionada Flynn, muta su aspecto y se lanza de cabeza hacia una realidad más cruenta, más desasosegante y torcida, llegando incluso a incomodarnos el discurso perentorio de ciertos personajes. Esto no sería del todo improcedente si el inicial juego de cajas chinas nos tuviese preparado un desenlace rotundo. Pero, por desgracia, nuestra esperanza se diluye conforme avanzan las páginas y la trama empalidece, volviéndose incluso previsible. Ni siquiera al poner todas las cartas sobre la mesa —uno de los momentos más anhelados por el lector de novelas de suspense— tenemos la sensación de cierre absoluto, sobrevolando en su epílogo la idea de una posible continuación. Quizás esta sea la solución para una novela brillantemente gestada y ejecutada en el noventa por ciento de sus páginas, pero cuyo remate le resta mérito.