‘La ciudad de las mentiras’: ¿Una ópera sin cantantes?

El pasado 20 de febrero se estrenaba en el Teatro Real de Madrid la ópera, firmada por la compositora sevillana Elena Mendoza, ‘La ciudad de las mentiras’. Un estreno mundial y absoluto. El público recibió la obra de forma desigual; con entusiasmo por parte de los seguidores y amistades de la señora Mendoza, con frialdad o protestas por parte del público del Real.

25 feb 2017 / 12:59 h - Actualizado: 25 feb 2017 / 16:42 h.
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  • Tobias Dutschke un percusionista que defiende su papel de camarero con un alarde cómico indiscutible logra que, en pleno desconcierto del público, algunos comiencen a reír con ganas. / Fotografía: Javier del Real
    Tobias Dutschke un percusionista que defiende su papel de camarero con un alarde cómico indiscutible logra que, en pleno desconcierto del público, algunos comiencen a reír con ganas. / Fotografía: Javier del Real
  • La puesta en escena de ‘La ciudad de las mentiras’ es sugerente y busca una unidad entre los elementos utilizados que termina siendo una de las fortalezas de la producción. / Fotografía: Javier del Real
    La puesta en escena de ‘La ciudad de las mentiras’ es sugerente y busca una unidad entre los elementos utilizados que termina siendo una de las fortalezas de la producción. / Fotografía: Javier del Real
  • Músicos y actores comparten el escenario con acierto. / Fotografía: Javier del Real
    Músicos y actores comparten el escenario con acierto. / Fotografía: Javier del Real
  • Cuatro cuentos de Onetti son la base argumental de la ópera de Elena Mendoza. / Fotografía: Javier del Real
    Cuatro cuentos de Onetti son la base argumental de la ópera de Elena Mendoza. / Fotografía: Javier del Real
  • La ópera de Elena Mendoza se recibió de forma muy desigual por parte del público del Teatro Real de Madrid. / Fotografía: Javier del Real
    La ópera de Elena Mendoza se recibió de forma muy desigual por parte del público del Teatro Real de Madrid. / Fotografía: Javier del Real

Ante un estreno mundial, el nivel de expectación debería ser elevado, ese sonido que avisa de lo importante que va a pasar sobre un escenario debería resonar alrededor del teatro, los corrillos en el hall del teatro deberían ser numerosos y las conversaciones sobre la ópera a punto de estrenarse fluidas y entusiastas. Pero no, el pasado día 20 de febrero, nada de eso sucedió. Mal presagio.

La ciudad de las mentiras es el resultado del último encargo que Gerard Mortier hizo a Elena Mendoza (Premio Nacional de Música el año 2010 y Medalla de Andalucía en 2017) para el Teatro Real. Y, ciertamente, después de ver la obra, todo casa muy bien con la forma de entender la ópera del que fuera director artístico del Real. Ya saben tan discutido como amado.

El escenario se dibujaba con una arquitectura sugerente, bien perfilada por Bettina Meyer. Once músicos en el foso, otros siete en el escenario y otros tantos situados en el palco real del teatro. Cantantes, actores, vestuario, audiovisuales, en busca de un todo en el que se pueda desarrollar un concepto de ópera que causa extrañeza al mismo tiempo que fascinación. También rechazo, todo hay que decirlo. Porque emociones (en el sentido más romántico del término) pocas. Porque la sensación de estar asistiendo a la representación de una ópera sin cantantes es demoledora entre el aficionado acostumbrado a las obras clásicas. Porque lo que cuentan es difícil de entender (apostar por arrancar un proyecto desde los textos originales de Onetti, deconstruirlos, e intentar contar cuatro historias al mismo tiempo agarrando de aquí y de allá y presentarlo así, sin avisar, es apostar fuerte sabiendo que la jugada no es fácil de entender).

En realidad, sobre el escenario sí hay cantantes que cantan. Poco y no del todo bien, pero cantan. Todo se reduce a frases que se hacen añicos, susurros que terminan afilados en la zona más alta del registro y poco más. En el escenario hay unos músicos excelentes que hacen un trabajo brillante y en algunos momentos portentoso. En el escenario nos muestran, a través de un audiovisual aparentemente sencillo, las distintas perspectivas (distintas miradas contemplando la misma realidad distorsionada desde la música y el texto) que marcan el tempo y el tiempo narrativo que sirve de hilo conductor y alivian esas rupturas espacio-temporales tan difíciles de entender a primera vista. Las palabras proyectadas sobre el escenario marcan definitivamente una intención clara de elevar el lenguaje al altar más importante de todos.

El problema es esa cierta arrogancia que emana de la obra de Elena Mendoza en el sentido de no querer hacer un solo gesto de cara a la galería. Lo que quiere decir es lo que le importa y si se entiende o se deja de entender es lo de menos. Una actitud que limita mucho ese espacio en el que podrían ubicarse un mayor número de aficionados que se ven incapaces de sentirse cómodos ante lo que consideran inexplicable y, sobre todo, ante lo que no pueden considerar una ópera. La compositora, de hecho, se desmarca denominando a su obra «teatro musical en quince escenas». Un detalle más importante de lo que podría parecer.

Hay que resaltar un par de momentos excelentes que provocan una fascinación extraordinaria. Tobias Dutschke un percusionista que defiende su papel de camarero con un alarde cómico indiscutible logra que, en pleno desconcierto del público, algunos comiencen a reír con ganas. La perfección que se logra conjugando sonidos durante la simulación de una partido de dominó es otra de las zonas que gustan a cualquiera.

También hay que señalar que el sonido derivado a la megafonía no es el mejor. Dado que la dicción de algunos actores tampoco es la mejor, el resultado es algo irritante porque, por si era poco el nivel de exigencia al que se somete al público para que lo que se cuenta se pueda entender, no conseguir escuchar bien lo que se dice es un remate desafortunado.

El resultado se veía venir. Aplausos de pocos, protestas de muchos. Deserciones en las butacas, todo hay que decirlo, mínimas. Aunque, por lo que sabe el que escribe, los días posteriores a este estreno, las bajas a mitad de camino en la platea han sido numerosas.