La cuestión no es ¿qué es mejor amar o ser amado?

La cuestión es saber qué es amar para que no nos equivoquemos cuando amamos. ¿Puede resultar que el amor sea un acto fallido, que baste ponerlo en práctica para vulnerar aquella buena intención? Recordarla, de vez en cuando, quizá pueda salvarlo.

15 feb 2016 / 08:00 h - Actualizado: 06 feb 2016 / 18:51 h.
"Tribuna Aladar"
  • El amor es espera de lo bueno que está por llegar. / El Correo
    El amor es espera de lo bueno que está por llegar. / El Correo

El ser humano necesita salir de sí para poder amar. Ame lo que ame, necesita salir de sí, aunque regrese a tientas, ha de trascender. Ésta es mi hipótesis. ¿Le parece simple? Compliquémosla para aclararla.

La RAE, dueña y señora de los significados de las palabras, define amar como tener amor a alguien o hacia algo; desear. Y ¿qué es el amor? La segunda acepción que ofrece de esta última palabra, por la que me inclino es: sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. No está nada mal la aportación semántica. Aunque yo añadiría al hacia, animal, cosa o abstracción.

Ante todo, es querer ocupar un trozo del espacio ocupado por otro para convertirlo en un lugar mejor. ¿Le sigue pareciendo simple ésta concepción? No lo es. Porque cuando sustituimos lugar por páginas, por la escena de cualquier película, por un tapiz impregnado, por lo que pasa en cualquier escenario de un teatro o calle o bar, por la melodía que procede de las formas esféricas de un vinilo, por los tejidos cosidos; nuestros mundos se amplían y acaban siendo, inevitablemente, mejores. La soledad, de una o uno, se esfuma y nos sentimos acompañados y nos hacemos con nuevos sentidos de existencia, menos cenicientos, menos huérfanos. En compañía. Amando nos sentimos en compañía.

La cosa no consiste en si es mejor amar que ser amado. Cuando amamos, ya estamos siendo amados por cada descubrimiento, lo que recibimos es lo que damos. Iría más lejos aún, es lo que nos inspira para darlo. El amor no es lo propio del hacer, ni lo que sucede después, es lo que permite que suceda, es la actitud que percibe lo bueno de los seres y de las cosas antes de entrar en contacto físico con ellas. Pero ¿no habíamos dicho que el amor es trascendencia, el fuera de sí? Claro. Porque la trascendencia hemos de entenderla como simple alteridad husserliana, el encaminarnos hacia el afuera de uno mismo, hacia lo otro que no soy yo; pero éste otro que no soy yo no tiene por qué estar materialmente en un afuera y, si lo está, no tiene porqué ser idéntico al que intuyo e imagino. El amor puede darse sin tener un contacto físico y por eso se nos escapa al control en el régimen de las relaciones humanas.

El amor es pura intención de continuar satisfaciendo el deseo, no satisfacerlo. Es el comienzo de un libro, de una escena, la primera mirada o el primer beso, la primera línea, los primeros sones. Es lo que otorga naturaleza a un entre. Pura intención, absoluta inocencia. ¿Puede la intención pervertir lo inocente? Dependerá del respeto que sintamos por lo otro, de que sigamos transmitiendo luz a aquello que se nos aparece por muy extensa que sea nuestra negra sombra. Es esperanza de algo bueno que está por llegar, es esa espera, no la llegada.

Volvamos a la segunda acepción y subrayemos los términos: deseo de unión (no unión, ojo) y crear (la más importante). Crear, la relectura que hace el lector cuando lee, como proponía el hermeneuta, Roland Barthes, es lo fundamental, enriquecernos con lo otro, de tal forma que ni lo otro sea lo que ya es, ni que nosotros seamos lo que éramos, sino más llenos de sentido, más importantes.

Cada uno de nosotros no somos relatos acabados, el amor es la pluma que contribuye a completarnos. Aun bajo el auspicio de la teoría del caos, donde unas personas influyen en otras, como si se tratasen de las bolas impulsadas de un billar donde lo que soy afecta a lo que eres y donde lo que eres afectará a lo que soy; se daría al mismo tiempo nuestra apertura consciente a la alteridad que podría afectarnos con su tacto. El amor podría ser eso, una creación enajenada o no, que puede enriquecernos o no, que puede hacernos sentirnos orgullosos de regresar a nuestra conciencia con aquél apasionante deseo, intacto, en nuestra maleta... ¿o no?