«La guerra no tiene nombre de mujer»

Svetlana Alexievich, autora de este intenso documento alcanzó con justicia el Premio Nobel de Literatura 2015 y comprende los testimonios a partir de entrevistas a mujeres integradas en el Ejército Rojo o en los partisanos que lucharon contra los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial

21 jul 2019 / 11:34 h - Actualizado: 21 jul 2019 / 11:43 h.
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  • Fotografía de archivo tomada el 15 de octubre de 2013 que muestra a la escritora bielorrusa Svetlana Alexievich en el antiguo ayuntamiento de Leipzig (Alemania). / Foto: EFE/Peter Endig
    Fotografía de archivo tomada el 15 de octubre de 2013 que muestra a la escritora bielorrusa Svetlana Alexievich en el antiguo ayuntamiento de Leipzig (Alemania). / Foto: EFE/Peter Endig

Con un estilo que parte de lo insignificancia de unas vidas marcadas por el terror, la podredumbre, violencia y muerte, Alexievich sabe muy bien ir al grano desde la entrevista a la crónica, consiguiendo un retrato sin par a su vez, de su propia voz, que es la de estas mujeres, cuyas anécdotas comentaremos más adelante. De su estilo, también debemos decir que trasciende al de periodistas como Oriana Fallaci, para construir con todas ellas un relato existencial feminista, que recuerda al del más doliente Fiodor Dostoievski.

Incorpora la edición DeBolsillo con traducción de Yulia Dobrovolskaia y Zahara García, material inédito que fue descartado por la censura y desde el que se entiende el off the récord contextual a la perfección.

La tesis principal trata de subrayar no sólo las condiciones comentadas a las que obligadas, estas cientos de mujeres debieron adscribirse, sino sus historias más cotidianas, cómo se enamoran y desenamoran, en qué trabajan, cómo muchas deben abandonar sus vocaciones o carreras laborales para raparse el pelo y enfundar un metralleta o fusil, el poco fondo que tienen según qué ideas, y la guerra y la victoria como conceptos que en vez de unir nos separan siempre humanamente.

«La guerra no tiene nombre de mujer»

La primera anécdota que impacta es sentimental y cuenta cómo una mujer se deshace en lágrimas ante la muerte de un potrillo al que sacrifican por un plato de sopa. Luego se suceden otras más banales cómo cuando un grupo de francotiradoras llega a un campamento plagado de ratas, lo que causa un terror mayor al hecho de tener que matar al enemigo.

Enfermeras que vendan a mutilados apasionadamente u otras que utilizan la música (para la que se están preparando) para elaborar soflamas, nos llevan a niñas de catorce años que, cuando todo acaba, son incapaces de rehacer sus vidas, debido a lo padecido anteriormente, ya sea vivido o visto. Y por encima de todo el amor, aquello por lo que muchos hombres las convirtieron en heroínas sin serlo o al menos no sentirse como tales por ninguna condecoración.

Es difícil salir indemne de la lectura de este libro, que tiene como protagonistas a seres, con cuyos familiares hoy seguimos globalmente conviviendo. Da pavor que por el hecho de no saber controlar, ni conseguir atrapar nuestra paz, vivamos como estas personas lo hicieron, ya sea por culpa de Stalin (que de seguro no era feminista) o por unas ideas que ante cualquier sentido de realidad, es fácil que queden en nada.