La hambruna de 1905

A principios del siglo XX y por culpa de una inexistente política de regadíos, el campo sevillano fue presa de las sequías, que provocaron el hambre y el paro obrero. Entonces, el arzobispo Spínola, salió a pedir limosnas por las calles. Gracias a los artículos periodísticos de Azorín, también, las sociedades europeas y norteamericana, colaboraron activamente en la recuperación

25 nov 2017 / 08:00 h - Actualizado: 23 nov 2017 / 11:56 h.
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  • La hambruna de 1905
  • Gabriel Lupiañez Estevez. / El Correo
    Gabriel Lupiañez Estevez. / El Correo
  • José Andrés Vázquez. / El Correo
    José Andrés Vázquez. / El Correo
  • Azorín. / El Correo
    Azorín. / El Correo
  • Portada ‘Ese sol, padre y tirano...’. / El Correo
    Portada ‘Ese sol, padre y tirano...’. / El Correo
  • Facsimil de ‘Ese sol, padre y tirano...’ editado en 1909. / El Correo
    Facsimil de ‘Ese sol, padre y tirano...’ editado en 1909. / El Correo

La última gran hambruna de Occidente la sufrió la campiña sevillana en la primavera y verano de 1905, y fue noticia internacional por las crónicas dramáticas de Azorín y el testimonio de humildad del arzobispo Marcelo Spínola. Sequías, falta de regadíos, paro obrero, analfabetismo, riadas y hambre, fueron protagonistas de la conflictividad social de los primeros lustros del siglo XX, agravada por enfermedades endémicas como la tuberculosis, el reuma y la hepatitis.

La situación conflictiva del agro andaluz en los albores del siglo XX, con la campiña sevillana de protagonista y Lebrija como foco principal, fue tema de una serie de crónicas escritas por Azorín para el diario madrileño El Imparcial durante la primavera seca de 1905. Sobre Sevilla y Lebrija publicó crónicas a partir del 3 de abril, que escandalizaron en Madrid hasta el punto de dejar de publicarse las dos últimas entregas. Pero Azorín acertó en sus análisis periodísticos y semanas después se produjo una terrible hambruna, última de Occidente, que sensibilizó a las sociedades europeas y norteamericana, volcándose en ayudas para los campesinos sevillanos.

Santiago Montoto, en ‘Abc’ (7 de octubre de 1958), recuperó el testimonio de humildad del arzobispo Marcelo Spínola, que estando gravemente enfermo salió dos días agosteños a la calle para pedir limosnas para los obreros hambrientos, hecho que José María Javierre relata con amplitud en su biografía titulada Don Marcelo de Sevilla (1963).

Así lo escribió Montoto: «Iba destocado; sobre sus hombros llevaba la capa morada de lanilla; el sol lo abrasaba; el sudor bañaba su rostro, lívido, sofocado por el calor agosteño; en los labios, su inefable sonrisa; su caminar era lento; andaba por las calles céntricas y por los barrios bajos; entraba en los palacios y bajaba a los tugurios; visitaba casinos y entraba en las tabernas y mercados. En todas partes tendía su mano esquelética pidiendo para los pobres hambrientos, y en todas partes ni uno sólo le negó el consuelo que pedía».

En la necrológica del doctor Gabriel Lupiañez y Estévez (El Correo de Andalucía, 20 de septiembre de 1929), se recuerda que acompañó al arzobispo Spínola cuando salió a la calle a pedir limosnas, y dejó escrito como testimonio de aquella experiencia que, en aquellos días, Don Marcelo tenía fiebre alta y que como médico le aconsejó que guardara reposo. La respuesta del prelado fue inapelable: «Ni pensarlo, Gabriel. Si ahora supiera que en la Cruz del Campo había una peseta para los pobres, iría inmediatamente por ella». El doctor Lupiañez, añadió: «Al fin del mundo iría este señor por pan para los pobres, a pesar de la fiebre, del calor y del mundo entero que lo quisiera estorbar, y después de ir por pan, se iría al cielo y quizás nos lleve a todos nosotros».

Por último, recordamos a Joaquín Benjumea Burín, quien junto a Javier Sánchez-Dalp y Calonge, Manuel Vázquez Rodríguez y José Huesca Rubio, todos sensibilizados por la hambruna de 1905, iniciaron al año siguiente la implantación del regadío en el agro sevillano.

Las hambrunas fueron una constante en el campo andaluz como compañeras inseparables de la agricultura de secano en tiempos de sequía. Juan Díaz del Moral (Bujalance, Córdoba, 1870-Córdoba, 1948), en Historia de las agitaciones campesinas andaluzas (1929 y 1967), recuperó la memoria decimonónica de las causas del paro obrero agrícola y sus consecuencias cíclicas, el hambre y la crisis social. Por este autor conocemos que las últimas grandes hambrunas, tenidas como verdaderas catástrofes sociales, fueron en los veranos de 1882, 1863, 1835, 1834, 1817 y 1812.

Joaquín Costa fue el «apóstol del agua», sin la cual no habría nunca redención para los braseros campesinos, y resumió su pensamiento en una sola frase: los problemas endémicos de España sólo pueden solucionarse con escuelas y despensas. España era en materia de enseñanza primaria el peor ejemplo de Europa, como denunciaron varios autores durante el primer tercio del siglo XX, especialmente Luis Bello en Viaje por las escuelas de España (1929), y John Chamberlain en El atraso de España (1918). Sobre la lacra social del analfabetismo hay expresivos testimonios en el semanario Andalucía Futura de los años 1920 y 1921. En cuanto al regadío agrícola, hay que decir que sencillamente no existía, era un tabú para los grandes terratenientes, pese a las hambrunas que se producían en tiempos de sequías.

La última gran hambruna de Occidente la sufrió la campiña sevillana en la primavera y verano de 1905. Este es el recuerdo de una situación y un hecho vergonzante.

El Arzobispo Marcelo Spínola durante su visita al mercado de abastos de la Encarnación, pidiendo limosnas para los pobres . / El Correo