La hora de los valientes

Tras poner de acuerdo a crítica y público con sus anteriores montajes, Teatrasmagoria nos regala una nueva historia de fantasmas con «La leyenda de Sleepy Hollow», fiel adaptación del clásico de Washington Irving que se podrá ver hasta el 4 de enero en el Teatro La Fundición

24 dic 2018 / 08:02 h - Actualizado: 24 dic 2018 / 08:16 h.
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  • En esta producción existe un equilibrio perfecto entre lo tradicional y lo moderno. / Fotografía cortesía de Teatrasmagoria
    En esta producción existe un equilibrio perfecto entre lo tradicional y lo moderno. / Fotografía cortesía de Teatrasmagoria

Hijo de dos emigrantes británicos admiradores del primer presidente de los Estados Unidos, Washington Irving no solo compartía nombre con el Padre de la Patria, sino también la capacidad de influir en todas aquellas personas que lo rodeaban. No en vano, al tiempo que desarrollaba una importante carrera diplomática —fue embajador en Madrid entre 1842 y 1845—, logró dotar de personalidad propia al lugar donde había nacido gracias a su mente abierta y su gusto por las historias populares. Algo que cultivó en gran medida durante sus viajes por España, donde además de convertirse en un consumado hispanista gozó de la compañía de Cecilia Böhl de Faber —nuestra Fernán Caballero—, de cuya boca escuchó numerosas historias y leyendas que dieron lugar a obras cumbre como Cuentos de la Alhambra (1832). No obstante, para escribir su cuento más famoso, La leyenda del jinete sin cabeza de Sleepy Hollow, no tuvo que alejarse mucho de su región natal, el valle del Hudson; muy al contrario, su amor por aquellos parajes dio lugar a un retrato lírico y delicado, digno del mejor Romanticismo. Esa es, paradójicamente, la razón por la que esta historia, popularísima en las últimas décadas gracias al cine y la televisión, no haya encontrado una adaptación lo suficientemente fiel al original como para poner en valor (aún más) a su autor. Más bien sus responsables han preferido quedarse en la anécdota —básicamente el leit motiv del soldado decapitado— desestimando un estilo tan plástico como hermoso, que en su abundancia de descripciones llevaron a Irving a convertirse en el escritor más célebre de Norteamérica. Tan solo Walt Disney, en su acercamiento animado de 1949, logró capturar la esencia del original, no escatimando en escenas poéticas y costumbristas, narradas por dos grandes de la escena como Basil Rathbone y Bing Crosby; si bien la escasez de medios, resultado de la difícil situación que atravesaron los estudios tras la Segunda Guerra Mundial, hizo que La leyenda de Sleepy Hollow se redujese a un segmento de poco más de media hora inserto en una «película-paquete» propia de la década de los cuarenta.

La hora de los valientes
Esta vez, ‘La leyenda de Sleepy Hollow’, es fiel adaptación del clásico de Washington Irving . / Fotografía cortesía de Teatrasmagoria

Cómicos itinerantes

Es por ello que la versión de Teatrasmagoria del clásico de Washington Irving tenga un valor añadido: primero por la dificultad de adaptar al escritor neoyorquino al teatro convencional; y segundo por su enorme respeto al relato original. Y es que si por algo destaca esta compañía sevillana es por la búsqueda constante de las fuentes primigenias a la hora de elaborar sus libretos. Valga por ejemplo su preciosa adaptación de Canción de Navidad de Charles Dickens, donde, a diferencia de otras producciones, llegaron al extremo de traducir el título en inglés —A Christmas Carol— de manera literal, asumiendo el riesgo comercial que ello conllevaba. En el caso que nos ocupa, y tras cosechar importantes éxitos con los siguientes espectáculos, El fantasma de Canterville y El extraño caso del Doctor Jeckyll y Mr. Hyde, la jugada va más allá, pues además de huir de los referentes más directos —la excelente película de Tim Burton y la reciente serie de la FOX— rescatan aspectos de la obra de Irving prácticamente irrepresentables, como la descripción pormenorizada del asentamiento neerlandés de Tarry Town (actual Nueva York), el bosquejo físico y psicológico de Ichabod Crane —el maestro protagonista—, o la idiosincrasia de la comunidad que se ubica en el valle de Sleepy Hollow. Y esto lo consiguen merced a un trabajo de mesa donde el director propone y el resto del equipo dispone; es decir, una labor cuya base se cimenta en el texto —la adaptación de Néstor Barea merece un sobresaliente— y que se enriquece con las aportaciones de sus compañeros hasta dar con el vehículo idóneo para enganchar al público. Por tanto, dejando al margen la escena postrera del jinete sin cabeza —y el despliegue de efectos sonoros y lúdicos que la preceden y acompañan—, lo mejor de este espectáculo es su capacidad de extraer acción de donde no la hay, de mover a la emoción a partir de lo impasible, y de hacer creer en la magia desde lo cotidiano. Algo que se consigue aunando el recorrido profesional del elenco —su exhibición de registros es tan sorprendente como su compromiso—, con un concepto, el metateatro, que es la auténtica «piedra filosofal» de la propuesta. Y es que el hecho de que la historia de Crane, Brom Bones o Katrina Van Tassel sea narrada por una compañía de cómicos itinerantes, no solo es un original e impagable homenaje al mundo del teatro, sino que convierte un sencillo retrato de costumbres con aroma sobrenatural en un espectáculo de variedades de lo más jugoso.

La hora de los valientes
La producción de Teatrasmagoria muestra un inmenso respeto por el texto original. / Fotografía cortesía de Teatrasmagoria

Un montaje sincero y cercano

Gran parte del éxito de La leyenda de Sleepy Hollow, así como de los anteriores montajes de Teatrasmagoria, se debe a su decidida apuesta por la estética. Un terreno donde Mar Aguilar, escenógrafa y profesora de la Escuela de Arte Dramático de Sevilla, consigue hallar el equilibrio perfecto entre lo tradicional y lo moderno, evidenciando un gusto exquisito por lo vintage que, tanto en la escenografía como en el vestuario, consigue adecuarse a las necesidades de la compañía a nivel presupuestario, funcional y práctico. Este aspecto, cuidado hasta el extremo, y visible desde la misma entrada del público, se enriquece con los materiales y medios usados para su realización, los cuales evidencian una factura artesanal y genuina que el espectador agradece. Logros que, unidos a la pasión desbordante de los actores y a su derroche de energía en el escenario —junto a Néstor Barea, Gina Escánez, Nacho Bravo y la recién incorporada Celia Vioque, bordan su ramillete de papeles—, dan como resultado un montaje sincero y cercano que huye de las corrientes prefabricadas del mainstream que, tristemente, cada vez azotan más al teatro. Muy por el contrario, su ocurrente discurso escénico, sus brillantes recursos dramáticos y sus pegadizas canciones —salidas del talento compositivo de José Jiménez—, elevan la calidad de Teatrasmagoria a nivel de producción respecto a los títulos precedentes, aunque sin renunciar al sello instaurado en Canción de Navidad que tantos éxitos ha cosechado. Ahora solo falta que el público sepa recompensar el esfuerzo de estos «valientes», y que las administraciones —léase teatros municipales y circuitos provinciales y autonómicos— les den el sitio que merecen en sus exiguas programaciones.