La iluminación de las palabras

Rosa Lentini nació en Barcelona en 1957. Vive en un pueblo de la provincia de Tarragona, Montblanc, desde hace casi treinta años. Miembro fundador de las revistas Asimetría y Hora de Poesía, de la que fue su directora durante más de veinte años. Codirectora de la editorial Igitur, junto a su esposo y escritor Ricardo Cano Gaviria. Ha reunido toda su poesía, hasta 2014, en el volumen Poesía reunida 2014-1994 (2015) publicado por la editorial Animal Sospechoso.

25 nov 2017 / 08:50 h - Actualizado: 23 nov 2017 / 13:45 h.
"Libros","Literatura","Libros - Aladar","Literatura - Aladar","Entrevista - Aladar","Entrevista"
  • Rosa Lentini. / Fotografía cortesía de Ediciones Igitur
    Rosa Lentini. / Fotografía cortesía de Ediciones Igitur
  • Rosa Lentini. / Fotografía cortesía de mecanismospoeticos.blogspot.com.es
    Rosa Lentini. / Fotografía cortesía de mecanismospoeticos.blogspot.com.es
  • Portada de ‘Tuvimos’ uno de los poemarios de Rosa Lentini. / El Correo
    Portada de ‘Tuvimos’ uno de los poemarios de Rosa Lentini. / El Correo

Rosa Lentini es una de las responsables de que se conociera, en los años noventa, la poesía norteamericana escrita por mujeres en nuestro país; además de ser una conversadora que transmite una cultura deliciosa. En su casa de Montblanc, mientras cae la tarde, hablamos en su estudio rodeado de libros. Recientemente se ha publicado en Colombia El soplo del diablo y otros poemas (Antología poética 2017-1994)

Eres una mujer muy completa, poeta, traductora, y coeditora de ediciones Igitur. También fuiste miembro fundador de la revista Hora de Poesía y Asimetría. Cómo combinar tantas caras de un mismo poliedro.

«No todas las caras se han dado al mismo tiempo. Primero surgió la lectora y recitadora y, en germen, la traductora porque yo iba al Instituto Francés donde premiaban el buen estudio con libros. Los libros eran nuestras medallas y yo los devoraba al llegar a casa, todos en una sola tarde. Asomó luego la poeta al tiempo que llevaba la revista Hora de Poesía y más tarde la codirigía con mi marido y escritor Ricardo Cano Gaviria. A la muerte de mi padre, su editor, cerramos la revista y fundamos Ediciones Igitur. Allí he ido desarrollando mi labor de traductora. Pero ha sido la poeta la que sigue abriendo caminos que a mí me fascinan, aún hoy. Como si hubiera un tercer ojo poético que viera más y supiera cosas que tú ignoras».

¿Cómo te sientes escribiendo en castellano en Barcelona, tú que eres barcelonesa?

«Fuera de Cataluña te identifican como una escritora catalana en lengua española y observa que digo española y no castellana porque en latinoamérica solo existe el español, ellos no entienden de divisiones lingüísticas. Sin embargo, en Cataluña un escritor, aún nacido en la comunidad, que escribe en lengua castellana viene a ser alguien muy próximo a un extranjero censado aquí. No voy a justificar no escribir en catalán, antes, de hecho, lo haría en francés porque es la lengua base que aprendí en el colegio mientras que en casa se hablaba el castellano, el catalán en cambio vino mucho después, y todavía estaba regulando su gramática que cambiaba de año en año. Si los de fuera te consideran catalana y en cambio en tu tierra, al no escribir en catalán, te ven como una extranjera, te sientes en un limbo permanente. Nunca he tenido demasiado arraigada la noción de patria, para mí la poesía es esa patria o ese meridiano del que hablaba Paul Celan, común a todos los escritores y sin embargo el no estar legitimado dentro de tu lugar de origen te convierte en una especie de fantasma que sobrevive en tierra de nadie; mientras tanto las instituciones sólo «premian» -utilizo la palabra premiar con toda la intención- a los que sí consideran suyos. La consecuencia es que como lo cultural solo puede ser promovido con subvenciones, los escritores en lengua castellana debemos salir del territorio para promocionarnos; aquí no es que sea difícil, es que se ha vuelto imposible. El único aspecto positivo de este limbo es que nos hemos esforzado tanto por hacernos presentes que nos hemos obligado a subir el nivel de autoexigencia y eso nos ha hecho resistentes frente a quienes nos ignoran, aunque la invisibilidad se haga más y más injusta con los años. El aspecto más negativo: que nunca se nos llegará a reconocer en nuestra tierra, hagamos lo que hagamos: Nunca».

Una obra poética es parte de nuestro tiempo, el tiempo que se vive. En tu poesía, como dice Eduardo Milán, la vida asume la pérdida.

«La gran apuesta de la vida es asumir la pérdida, ya lo dijo Elizabeth Bishop en un poema que se ha convertido en referente y cuya obra poética también publicamos: «El arte de perder». Y a su vez la pérdida contiene el verdadero sentido del tiempo. Vivimos un momento especialmente conflictivo y la pérdida se amplía a algo más que a una casa o a un amor, se amplía a la tierra, a la inseguridad de pasear por las calles, a los seres que perdemos a veces imparablemente...»

La poesía norteamericana escrita por mujeres comenzó a conocerse en España hace relativamente poco, veinte años. Fuiste una de las responsables de que así sucediera. Recuerdo que cuando leí aquellas poetas se abrió un mundo para mí.

«En 1991, publicamos en la editorial Pamiela de Pamplona, con una compañera del Instituto de Estudios Norteamericanos de Barcelona, una antología de algunas de las mejores poetas norteamericanas del momento. El libro fue una novedad en España, la editorial sacó dos ediciones en poco tiempo y pasados los años hubo ediciones similares con la nuestra como referente, pero con nuevas autoras. Luego otras editoriales y nosotros mismos en Ediciones Igitur empezamos a publicar sus libros completos. Yo los leí con fruición, todavía los leo. Al cabo de los años me di cuenta de que releía mucho más estos libros que los de otros autores, me refiero, además de las ya mencionadas Bishop y Olds, a Tess Gallagher, Adrienne Rich, Maura Stanton, Mary Jo Bang o Anne Michaels, entre otras muchas. Y empecé a preguntarme por qué. Traían un aire renovado a la vez que un cierto confesionalismo, pero llevado a un terreno universal, como si ahondar en el yo más interno convirtiera el mensaje poético en genérico, así lo entendí y decidí seguir el modelo. En mi caso lo que es más original según señala Eduardo Milán en el prólogo a mi poesía reunida, es que necesito volverlo todo literal. Él comenta que la poeta «necesita consignar materialmente lo que su imaginación -o (y) su experiencia real- experimenta» por lo que se deduce que no existe distinción en mi poesía entre realidad y sueño y sí una necesidad de encarnar, de dar forma al deseo, al sueño o al recuerdo.

Consideramos que el poema largo no era frecuente en mujeres poetas de nuestro país...

«El poema largo es todo un reto. Podría compararse a un árbol lleno de verdes ramas. Jugar con las palabras sí, pero sin olvidarnos de que la parte que sostiene al árbol es el tronco, como la idea central es la que unifica al poema; podemos añadir imágenes, como ramas, pero nunca perder el norte de esa idea central unificadora del poema, de lo contrario el poema se diluye, desaparece bajo palabras sin contenido. Hubo una época tras una enfermedad en que no pude escribir sino poemas cortos, pero ellos me enseñaron a ver el poema largo, fue como ir a la escuela. Después de eso los poemas largos fluyeron, aunque los trabajo incansablemente para que parezcan espontáneos. Sigo las máximas de Bishop de precisión expresiva, espontaneidad y un cierto misterio en el poema. Y así llegué hasta Tuvimos. Entendí que no podía separarme totalmente de las figuras paternas y empleé el método del psicoanálisis de ir afrontándolas por partes, desgajándolas incluso físicamente y ello me llevó a encontrar la llave de oro para encarar poéticamente el pasado».

La velocidad con la que se publica y la exigencia de muchos autores para publicar por el temor a desaparecer no es una marca de una sociedad que convierte en narcisista al creador, que ya no se vive poéticamente, sino que se vive para publicar un libro.

«El poeta avanza con las palabras porque son el instrumento que cada vez maneja mejor. Así, al releer mis primeros libros fue como si estos me pidieran ser traducidos, las ideas no estaban del todo desarrolladas y lo que había querido decir había quedado solo apuntado. Tras Tuvimos toda mi obra anterior quedó iluminada por este libro y yo no podía dejar escapar una oportunidad de reescribirla cuando Juan Pablo Roa me propuso publicar mi poesía reunida. De ahí además que el libro empiece con Tuvimos hasta llegar al primero La noche es una voz soñada, así se entienden mejor los inicios. Recuerdo que estaba recién operada de la cadera, y entre el editor, mi marido que me ayudaba y yo desde la cama -se escribe muy bien cuando no se tienen otras responsabilidades-; la reescritura casi vino sola.

Lo mismo me ocurre con los/las poetas que más admiro, he de pautar la lectura para respirar hondo, y aunque la poesía no sea sino un nuevo modo de combinar palabras sobre aquello que aún conociéndolo no se tenía presente, lo cierto es que el nuevo modo de decirlo nos golpea y subyuga al mismo tiempo. Los libros que más nos emocionan hay que degustarlos poco a poco, sin correr. Y releer es otro de los placeres. Tengo libros con las puntas dobladas, retocados, señalados, que he leído decenas de veces, puede que más. No agotar el poemario en una primera lectura es una muy buena señal de la valía del libro. Y aunque efectivamente todo nos lleve a la pérdida, tratamos, yo diría que desesperadamente, de fijar con las palabras el tiempo. ¿O el poeta no es acaso un nuevo Sísifo subiendo una y otra vez su roca hasta la montaña desde donde rueda hasta abajo, y vuelta a empezar? Pero ese instante de libertad cuando Sísifo deja la piedra, que observó Camus en su ensayo, como el placer de lograr esa escritura que va descubriendo aspectos de nosotros y de nuestro entorno, es innegable, el modo en que se van fijando las palabras que dicen más de nosotros de lo que nosotros mismos sospechábamos».