La necesidad (urgente) por pintar

La Galería Javier Marín de Málaga ofrece un paseo por la obra más reciente de Matías Sánchez que, bajo el título de Trinchera, aúna piezas de pequeño y gran formato en las que el artista vuelve a reivindicar su pasión por el medio pictórico. La relación entre la vida y pintar la vida se establece en la obra de Marín de forma natural en sus obras que recuerdan a los antiguos retablos.

25 mar 2017 / 12:45 h - Actualizado: 21 mar 2017 / 10:21 h.
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  • Sin fin. óleo sobre lino 250 x 200 cm. / El Correo
    Sin fin. óleo sobre lino 250 x 200 cm. / El Correo
  • Saqueo. óleo sobre lino. 250 x 200 cm. / El Correo
    Saqueo. óleo sobre lino. 250 x 200 cm. / El Correo
  • Vista de una de las salas de la exposición ‘Trinchera’. / El Correo
    Vista de una de las salas de la exposición ‘Trinchera’. / El Correo

Tras ver la nueva exposición de Matías Sánchez en la Galería JM de Málaga (la cuarta que el espacio acoge de este artista desde los inicios de su colaboración y que puede verse hasta el veinte de mayo) solo puedes pensar que para el pintor afincado en Sevilla existe una trinchera inquebrantable en el mundo del arte, la que está formada por retales de lino, tubos de pintura y afilados pinceles que pasan por alambre de espino. Un refugio que resiste los envites que el medio pictórico recibe desde hace décadas y desde diversos ángulos, desde la crítica más sofisticada a la programación de las bienales más importantes, o por su simple desplazamiento como foco de interés en la creación contemporánea. Es la propia pintura (como medio y también como género, como eje de su creatividad y de la propia vida) esa trinchera que reivindica el título de la muestra y de uno de los cuatro lienzos de grandes dimensiones dispuestos en la sala principal de la galería recibiendo a los espectadores.

Estas obras mayores son solo la parte principal de un total de dieciocho piezas (las demás más pequeñas y sintéticas, aunque lejos de ser bocetos o estudios de los grandes cuadros), realizadas todas en 2016, pero quizás sean también las que más tajantemente muestran una declaración de intenciones de su autor. Semejando antiguos retablos, en los que el barroquismo cubre todo la superficie del lienzo como siempre ha sido característico en la obra de Sánchez, nos trasladan a la pintura de otro tiempo, a aquella que parece imperecedera y colosal pero que aquí, en la manipulación expresionista (aun más que de costumbre en estas nuevas piezas) de la forma y el color, se vuelve de urgente contemporaneidad. La mirada al pasado está presente sí, pero no como homenaje a uno u otro clásico pintor, a una u otra época (son más evidentes, de hecho, las influencias puramente expresionistas, que van de Jasper Johns a Karel Appel o el Neoexpresionismo alemán), sino como alusión a la memoria de lo pictórico, a cómo hay cosas que permanecen y que unen a los pintores de todas las épocas como hermanos de profesión.

En el caso de Sánchez, la profesión va por dentro y muy en vena, conformando todo el mundo del pintor, su día a día, sus ambientes y, sobretodo, una actitud de resistencia que reivindica la pasión (y el esfuerzo) por pintar sobre todas las demás cosas. Sus referencias figurativas, aparentemente caóticas y de apariencia improvisada conforman un imaginario de su cotidianidad, estableciendo una relación entre la vida y pintar la vida: los rostros, casi siempre caricaturescos, la comida, tan necesaria como placentera, y manos y brazos aquí y allá, el instrumento esencial del pintor, la huella o el reflejo del gesto creador como en aquellas palmas silueteadas en las paredes de Altamira. Y, sin embargo, estas nuevas piezas nos muestran una evolución en la que toda referencia hacia fuera del cuadro va perdiendo importancia por sí sola, volviéndose excusas que llevan al pintor hacia un grafismo o un color, hacia una mancha y de esta hacia otra terminando por inundar toda la superficie. No existe narrativa en esta figuración (aunque el espectador pueda leer cuales quiera), más allá de la narración del proceso y la premeditada intención de unir este al propio ciclo vital del artista.

Las capas de pintura que conforman los grandes cuadros de Trinchera son rastros de un trabajo cuidadoso y cuidado, sedimentos que nos lleva al acierto y error de una forma en la que ambos resultan igualmente aprovechables en un resultado final un tanto abigarrado, pero que se nos ofrece de forma vibrante, fresco y espontaneo, conformando superficies muy vivas en las que las figuras surgen y se esfuman dentro de la abstracción, fugaces, como de paso en una celebración de la pintura. Es solo el mundo, en su belleza y fealdad, en su urgencia por volverse pigmento.

Justo ahí, dentro de la pintura entendida como un todo, una forma de trabajo, una manufactura artesanal, un ejercicio intelectual y una experiencia vital, es donde Matías Sánchez se encuentra cómodo, haciendo que el medio se exprese dentro de la tensión que parece caracterizarlo hoy, el choque de trenes entre tradición y modernidad, la necesidad de estar siempre presente y viva sin renunciar o intentar escapar al peso de un longevo legado, siendo en esta tensión inevitable donde cada una de las obras extrae su mayor fuerza.