La ópera teñida de blanco

El Teatro Real de Madrid ha estrenado la ópera de Wolfgang Amadeus Mozart ‘La clemenza di Tito’, una producción del propio teatro que procede del Festival de Salzburgo. Una puesta en escena aséptica, unas interpretaciones notables y la correcta dirección musical de Christophe Rousset, conforman un espectáculo sólido y convincente que el público recibió con aplausos auténticos y entregados.

26 nov 2016 / 12:12 h - Actualizado: 25 nov 2016 / 11:21 h.
"Ópera"
  • La soprano Sylvia Schwartz (Servilia) y mezzo-soprano Monica Bacelli (Sesto). / Fotografía Javier del Real
    La soprano Sylvia Schwartz (Servilia) y mezzo-soprano Monica Bacelli (Sesto). / Fotografía Javier del Real
  • De pie la mezzo-soprano Monica Bacelli (Sesto) junto a la soprano Karina Gauvin (Vitellia). / Fotografía Javier del Real
    De pie la mezzo-soprano Monica Bacelli (Sesto) junto a la soprano Karina Gauvin (Vitellia). / Fotografía Javier del Real
  • A la izquierda la mezzo-soprano Monica Bacelli (Sesto), a la derecha el tenor Jeremy Ovenden (Tito). / Fotografía Javier del Real
    A la izquierda la mezzo-soprano Monica Bacelli (Sesto), a la derecha el tenor Jeremy Ovenden (Tito). / Fotografía Javier del Real

Se ha estrenado en el Teatro Real de Madrid La clemenza di Tito, ópera seria en dos actos de Wolfgang Amadeus Mozart. Ya pudo verse el año 2012 aunque con un reparto algo menor y se ha programado, ahora, en memoria de Gerard Mortier.

Fue una estupenda noche de ópera. Queda dicho desde el principio.

La clemenza di Tito no es la ópera más famosa de Mozart y ha tenido que soportar el peso de obras mucho más populares como puede ser La flauta mágica. No obstante, se trata de una partitura y un libreto de altísimo nivel. Sorprende lo actual de un texto que habla de contradicciones del ser humano y las enfrenta para mostrar la dualidad de una realidad simbólica que tenemos la obligación de entender, desde esos territorios tan complejos y molestos que son nuestras propias aristas. Y sorprende lo actual del un libreto que deberían repartir entre la clase política para que comprobasen que las cosas pueden ser de otra forma.

La puesta en escena de Ursel y Karl-Ernst Herrmann es de una neutralidad casi dolorosa. El blanco iluminado hasta lo brillante hace que los personajes aparezcan para que les veamos en soledad, rumiando lo que son, lo que deberían ser y lo que quisieran haber evitado. Los elementos móviles son escasísimos. Las paredes revestidas con cristal, sin ser un espejo, sirven para que las miradas de los personajes puedan reposar sobre sí mismos y sobre el lugar que ocupan en el mundo. Hasta aquí todo bien. El problema aparece cuando ese escenario se convierte en algo incómodo para alguno de los cantantes (Karina Gauvin es el caso más notable) o cuando ese escenario se transita sin ton ni son por otros (Guido Loconsolo (Publio) entra y sale de la caja escénica un número de veces que nos hace perder la cuenta. Y, lo peor, sin demasiado sentido. Porque los diferentes espacios diseñados originalmente, si son reducidos a uno solo como es el caso, deben sintetizarse con inteligencia para que estas cosas no sucedan). Sin embargo, este pero no deja de ser una anécdota si tenemos en cuenta el conjunto de la producción.

El público del Teatro Real interiorizó, algunos a regañadientes, una nueva forma de hacer ópera que Mortier se empeñó en mostrar. Y si las críticas de 2012 fueron importantes; los aplausos, esta vez, sonaron con fuerza, incluso con cierto entusiasmo; al finalizar la representación. No es de extrañar puesto que la dirección musical de Christophe Rousset fue más que notable, el coro estuvo a la altura esperada (esta vez menos brillante porque la partitura tampoco permite grandes alharacas) y alguna de las voces se escucharon robustas, moduladas y preciosas de timbre.

Destacó Monica Bacelli. Brillante al cantar y desarrollando el arco dramático de su personaje con fuerza y una exactitud que no todos los cantantes son capaces de manejar con solvencia. Debutaba en el Real y, seguro, que volverá pronto puesto que agradó y mucho. Sylvia Schwartz, disfrazada de algo que el que escribe no alcanza a comprender (imagino que se quería remarcar la dulzura y la candidez del personaje aunque sin acierto), dejó una interpretación arropada de un timbre elegante y con matices bellísimos. Bien Sophie Harmsen en su papel de Annio. Bastante gris Karina Gauvin que dibujaba a Vitellia sin un contorno claro, difusa en la interpretación dramática y sin profundidad vocal. Jeremy Ovenden (Tito) estuvo muy bien. Dado sus características vocales, salió más que airoso, puesto que el papel requiere otro tipo de cantante.

En conjunto, la noche resultó completa. Y el blanco del escenario, la ópera teñida de blanco, con sus cristales, sirvió para echar un vistazo a la condición humana, sirvió para que los personajes se retrataran ante sí mismo y el público (los que quisieran; y esa es la gracia de esta producción) se mirasen en esos vidrios tan traicioneros y exigentes.

Argumento

Acto I: Vitellia quiere el poder de Roma y para ello anhela casarse con el emperador Tito. Sin embargo, Tito desea casarse con la hija del rey de Judea. Por ello y con ánimo de venganza, Vitellia encarga al joven Sesto el asesinato de Tito. El emperador cambia de opinión y decide expulsar a la novia extranjera y Vitellia da un paso atrás. Toda esta trama la conoce el prefecto de la guardia, Publio, que le comunica a Tito qué ocurre y quién es el responsable. El emperador prefiere dejar pasar las cosas y decide que la hermana de Sesto, Servilia, sea su esposa. Esta habla con un comprensivo Tito para rechazar ese matrimonio puesto que ama a Annio. Por fin, Tito se decide por la intrigante Vitellia que al conocer la decisión del emperador intenta parar la rebelión que ha instigado aunque ya es tarde. El Capitolio está en llamas y Sesto anuncia la muerte de Tito.

Acto II: Tito no ha muerto puesto que Sesto le ha confundido con otra persona. Vitellia no sabe qué hacer y uno de los conspiradores delata a Sesto. La confesión de Sesto podría dejar a Vitellia en una situación desesperada. Sesto guarda silencio y es condenado a ser devorado por las fieras. Vitellia, a su vez, convencida por Annio y Servilia, confiesa su culpa. Tito ha perdonado a Sesto y también perdona, finalmente, a Vitellia entre las aclamaciones de la multitud.